Feijóo sí ha felicitado la Navidad, entre arañas de hielo, copitas como palmatorias y campanilleros del partido. Ha aclarado que lo hace porque es católico, no porque sea, qué sé yo, Bing Crosby, o porque venda turrón o lotería (la lotería de Navidad es como el hojaldre de la suerte). A veces parece que todo es más o menos lo mismo, que está metido todo en esa misma bola de nieve con pueblo, tempestad, casita, destellos, sueño, paz, niñez y mentira. La lotería de Navidad es como el hojaldre de la suerte seguramente porque la Navidad es como el hojaldre del año, más confitería que religión. Y no hay problema por eso, que lo que pasa es que ya no queda nada puro (la pureza suele estar más cerca de la obscenidad y la crueldad que de lo sublime). La Navidad son muchas navidades, incluso abominar de la Navidad es navideño. Los ateos con nuestra columna navideña, o con nuestro solsticio antiguo y simbólico pero siempre un poco ridículo, como una alegoría con su antorchita, somos navideños. Todos nos hemos prestado mitos, símbolos, rituales, recuerdos, como si nos prestáramos sombreros, así que Feijóo podía haber felicitado la Navidad sin ser católico, o haber felicitado Janucá o el solsticio, o las fiestas por abreviar, sin dejar de serlo. Eso es lo que parece que nadie hace, felicitar lo del otro o al otro.

PUBLICIDAD

Yo en realidad no entiendo muy bien lo de Feijóo (casi nada de lo de Feijóo), ni siquiera cuando se pone con la pandereta navideña, que además es lo más normal con la primera peladilla y el primer sorbo de vino quinado, con sabor a sacristía de la abuela. Feijóo (no sólo Feijóo) dice que felicita la Navidad por ser católico, pero uno cree que tendría que felicitar la Navidad a quien sea católico, que no es lo mismo. Si Feijóo felicita la Navidad por ser católico es como si yo felicitara a los demás por mi cumpleaños, y no acabo de ver la valentía, el orgullo ni la satisfacción en semejante cosa tonta. Se trata más de cortesía, como cualquier felicitación, que de enredarse en lo teológico o en lo cañí con el vecino, con el cuñado, con el tuitero o con el cura con moscatel o con cristazo que siempre sale de detrás de la sacristía de la abuela o de la sacristía de España, que sigue teniendo mucho de sacristía. La cortesía es felicitar al otro por lo suyo, no a todos por lo tuyo. Ya, que la felicitación sea por un niño Dios, por una batalla, por un ayuno, por un logro personal o por paripé, a uno casi se le olvida.

Feijóo (no sólo Feijóo) dice que felicita la Navidad por ser católico, pero uno cree que tendría que felicitar la Navidad a quien sea católico, que no es lo mismo

Uno tampoco es de felicitar mucho, ni de saludar mucho, como esa gente que parece ir aleteando hacia el beso o el abrazo. Tampoco soy yo mucho de esparcir aleteos teológicos ni antiteológicos, que hace tiempo que aprendí que no llevan a nada. Los creyentes son creyentes porque creen, no porque les haya salido Dios en un arbusto o en una ecuación (desde Kant sabemos que Dios no sale en las ecuaciones ni en los silogismos, sólo en los sueños, y hasta Russell y Copleston tuvieron que olvidarlo para aquel duelo o espectáculo suyo, evidentemente infructuoso). Pero todo esto no era para dar yo el hisopazo, sino para decir que, a pesar de la perorata, de una militancia comedida pero firme en mi ateísmo (que no es una negación de nada sino afirmación de una alternativa, como dice Onfray y también dijo, a su manera, Nietzsche); a pesar de todo este santoral y de todo este argumentario, también con su cerumen, yo felicito la Navidad. A mis amigos católicos yo les felicito la Navidad y lo que sea, aunque tampoco sabe uno muy bien todos los cumpleaños y entierros de su dios de nieve, carbón y ojos tristes. Lo que parece descortesía o cachondeo es que ellos me la feliciten a mí, claro. Como si yo les felicitara el solsticio o Janucá o la resurrección de Osiris, que a ver qué sentido tendría eso.

Feijóo felicita la Navidad porque es católico, en vez de felicitar la Navidad a los que sean católicos, y ahí está toda la diferencia, toda la fineza que no tiene él. O que no tiene el catolicismo español, que ha pasado de obligar a la gente a ir a misa a ser una minoría que se tiene que conformar con pensar que, en el fondo, y hasta con la Navidad de la Coca-Cola, del turrón o de la lotería, todos somos católicos sin querer. Pero entonces la felicitación no es felicitación, sino ese hisopazo amargo que sigue queriendo colar el cura, aunque sea metido en vino, en azúcar o en perfumes (esa gente que aún quiere cogerte de la oreja y llevarte a la eucaristía o al infierno, que les da un poco igual, en realidad, siempre que sea algo suyo). La Iglesia sigue siendo mandona y sigue siendo política, que ahí está el presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, con crucifijo de tizón o tizona, pidiendo elecciones o pidiendo lo que sea. Lo puede pedir como particular pero pedirlo militarizado de Dios, como militarizado de tanques, es otra cosa. Eso sí, ya mandan poco y dan poco miedo (los que dan miedo son de otras religiones o sectas, sobre todo porque no son religiones sino teocracias).

La Navidad es y no es la de los curas con bula y migotes, la de los ángeles con zurrón, la del dinero pagano, la de la luz hecha cristal, la de la memoria hecha caramelo, la de los dioses devueltos a la infancia como sus hijos. La Navidad ya no es pura, no puede ser pura porque no hay nada puro y los que hablen de pureza ya saben de lo que hablan. Nos hemos cambiado los sombreros, los dioses y los pasteles y hasta se nos ha perdido Chencho en la Navidad mestiza, barullera, contradictoria, alegre, melancólica, que es una cosa para los cristianos y es otra cosa, o no es nada, para los demás. Feijóo felicita la Navidad por ser católico, pero debería ser al contrario, deberíamos felicitarlo a él, que es católico. Es lo que me parece educado y civilizado y es lo que me permito hacer yo desde aquí. O sea que feliz Navidad, señor Feijóo.

Seguro que Feijóo, como la mayoría de los católicos, no ha caído para nada en todos estos recelos míos y felicita de buena fe, para dar o desear felicidad, no para echar a nadie de la santa cena con Cristo o suegra, ni de la ortodoxia, ni de la ciudadanía. Otros quizá sí, así que para ellos ha ido este leve hisopazo laico. Yo le deseo al señor Feijóo feliz Navidad, y a los demás lo que les toque, felices recuerdos, feliz solsticio, feliz Janucá o felices fiestas, por abreviar y porque al menos nos parece bien que haya fiesta, la verdadera salvación del español.

PUBLICIDAD