Sobrevivieron a la esclavitud, el secuestro, la persecución, la pobreza y, en algunos casos, el abuso sexual. Para ellos, la única luz en el horizonte estaba al otro lado del Mediterráneo. Sabían que el viaje sería largo y que podían llegar a morir. Aun así, decidieron arriesgarlo todo y cruzar el mar, algunos por el bien de sus hijos; otros, para poder ganarse la vida en el futuro. Muchos no sabían ni nadar, y ninguno de ellos llevaba un chaleco salvavidas en condiciones. Cuando el traficante libio les hizo subir a bordo de un barco abarrotado en mitad de la noche, lo único que podían hacer era esperar sobrevivir. Una vez a bordo del barco de rescate Dignity I de Médicos Sin Fronteras (MSF), los supervivientes pudieron lanzar su primer suspiro de alivio y compartir sus testimonios, mientras esperaban con impaciencia su nueva vida en Europa.

"Nuestro traficante nos dijo que tardaríamos entre cuatro y cinco horas en llegar a Italia. Yo sabía que estaba mintiendo", cuenta Abu Omar, un padre de familia sudanés de 41 años de edad con cuatro hijos pequeños. "Pero cuando un hombre está desesperado, está dispuesto a creer cualquier cosa con tal de que le dé esperanzas", dice mientras su esposa Maha acuna a su bebé de seis meses, muy contenta de que su familia haya llegado tan lejos.

Abu Omar llama a la anárquica Libia, el país donde nació y se crió, "el país más peligroso de África". "Desde que llegó la guerra, la vida es insoportable. Hay muertes y robos por todas partes. Mi hermano, que tiene 25 años, recibió un disparo en la pierna porque se negó a entregar su coche a los ladrones". Su hermano Tamer también se encuentra entre las 122 personas rescatadas en un día de octubre de un bote inflable que no debería haber superado los 12 pasajeros. Dado que en Libia es extremadamente difícil encontrar una asistencia sanitaria adecuada, apenas puede moverse sin ayuda, incluso con muletas, porque la operación que le hicieron después del tiroteo resultó ser muy deficiente.

Otros se han visto obligados a huir por experiencias mucho peores. Un hombre al que el equipo de MSF ha apodado Sr. A subió a bordo del Dignity I sin nada; no tenía ni ropa que le cubriera la espalda. Lo había tirado todo por la borda porque el combustible del motor del bote, mezclado con el agua salada, le había causado irritación en las horribles cicatrices que tenía en la espalda. En Libia, el Sr. A había sido secuestrado y torturado durante 10 días. Este maliense tenía solo 18 años. Sin embargo, con su espalda destrozada, parecía mucho mayor, estaba envejecido.

"Llegué a Libia hace ocho meses. Allí traté de ganarme la vida por mí mismo, pero en septiembre fui secuestrado cerca de Trípoli. Me llevaron a una granja donde fui golpeado y azotado durante 10 días", cuenta el Sr. A, hablando en voz baja, después de que una enfermera de MSF le haya tratado las cicatrices. "Nunca pidieron rescate ni nada. Me soltaron sin siquiera decirme por qué me habían capturado. Nunca entendí lo que pasó", dice el joven. Gracias a sus amigos pudo pagar lo que pedía el traficante. "Cuando me liberaron, todos me ayudaron un poco para que pudiera emprender mi viaje", cuenta.

Todavía en riesgo

En la cubierta, los rescatados pueden descansar por primera vez en días. Poco después de ser ayudados a subir a bordo por la tripulación de MSF, la mayoría duerme durante horas. Y no sólo necesitan dormir, sino también ser tratados con dignidad y respeto. Ahora están a salvo, y a pesar de que sólo tienen un suelo duro para descansar durante el trayecto hasta tierra firme, se quedan dormidos como bebés.

A medida que se van despertando, el Dignity I cobra vida cuando muchos de los rescatados empiezan a recuperar su sonrisa de nuevo y comienzan las conversaciones, los chistes e incluso las risas entre compañeros de viaje. Un grupo de jóvenes de Costa de Marfil canta una canción llamada, precisamente, Ouvrez les frontières (Abrid las fronteras) de la superestrella de reggae Tiken Jah Fakoly.

Sin embargo, para algunos, no hay nada que celebrar, y me pregunto qué tipo de situación infernal deben de estar sufriendo cuando se quedan observando el horizonte azul que brilla a lo lejos.

Candy, una madre de 28 años de Costa de Marfil que lleva un vestido rojo muy bonito, es simplemente incapaz de sonreír. "Ahora mismo no tengo sentimientos", dice mientras acuna a su bebé de un año llamado Dival. "El amor de mi vida –mi marido y padre de mi hijo– aún está secuestrado en Libia, cerca de Zwara. Intenté esperarle, pero la situación se volvió demasiado peligrosa y tuvimos que marcharnos".

Su hijo lleva un collar de cuentas blanco alrededor del cuello. "No hay esperanzas de que mi marido pueda volver jamás. Lamentablemente, Dival nunca llegará a conocer a su padre", dice Candy.

Otra mujer a bordo, procedente de Nigeria, estuvo gritando desesperadamente durante dos días enteros, durante toda la travesía desde la zona de búsqueda y rescate hasta más allá del límite de las aguas de Libia; todo el trayecto hasta la costa italiana. Poco antes de que llegara el equipo de MSF, había visto como sus dos hijos de cuatro y cinco años se ahogaban sin poder rescatarlos.

Incluso cuando llegan a bordo del Dignity I, todavía hay riesgo de morir. Joy, una mujer embarazada de 24 años de edad, de Nigeria, perdió la vida en el barco de MSF debido a lo que se conoce como 'ahogamiento seco'. En otras palabras, ya había demasiada agua en el interior de sus pulmones cuando la ayudaron a subir a bordo, y no pudo sobrevivir a pesar de los esfuerzos del equipo médico.

Al trabajar a bordo del Dignity I, uno se enfrenta también a otra realidad aterradora: debe de haber muchas más muertes en el mar de lo que podemos llegar a saber. Los equipos de rescate como el de MSF a menudo encuentran cuerpos sin vida en el mar; pero ¿cuántos más habrá sin que nadie los encuentre nunca?

Desesperados

Abu Ahmad, de 30 años de edad y procedente de Sudán, era consciente de los riesgos cuando él y su mujer Fatima, en avanzado estado de gestación, decidieron emprender el viaje. Él también había sido secuestrado en Libia durante dos semanas, y sólo le liberaron después de que su familia pagara un rescate.

"Tenía miedo de que mi hijo creciera en Libia, donde tendría que convertirse en un criminal para poder sobrevivir. Por el bien de nuestro bebé, decidimos cruzar el mar, sabiendo que era peligroso y que sólo sobreviviríamos si lográbamos ser rescatados. Quiero que tenga un futuro y que tenga papeles, no como yo en Libia", dice. Mientras tanto, su mujer –alta, hermosa y con el pelo trenzado– no puede evitar hacer una mueca por el dolor que sufre en la espalda. Después de ocho meses de embarazo, su cuerpo pesa mucho y está desesperada por un buen descanso.

Pierre, un joven de 16 años procedente de la República Democrática del Congo, hizo el viaje solo. A pesar de su corta edad, era elocuente, y tenía un talento para resolver problemas. Durante el viaje desde la zona de búsqueda y rescate de vuelta a Italia, intervino en una pelea entre dos grupos de hombres jóvenes y ayudó a calmar un momento de tensión a bordo. "Libia es un infierno para los africanos. Nadie entra en Libia y sale entero. Todo el mundo se ve amenazado por la tortura, el asesinato, la detención, el robo o la violación", dice el adolescente, que lleva una vieja camiseta andrajosa de la Juventus.

Durante dos meses, Pierre fue encarcelado en Libia por no tener documentos de residencia en vigor. "Simplemente somos gente desesperada. Subimos al barco sabiendo que probablemente no sobreviviremos, pero suceda lo que nos suceda, es mejor que quedarse en Libia. Es mejor morir intentando conseguir la seguridad que pudrirse y morir en una cárcel de Libia", dice.

Una nueva vida

Zeinab, una chica de 25 años de Somalia, utiliza la palabra "purgatorio" para describir su viaje. "Tengo talento. Quiero estudiar y conseguir un buen trabajo. No quiero ser sólo la esposa de alguien. Quiero vivir en Europa porque he oído que las mujeres se respetan, no como en Somalia, donde las mujeres no tienen ninguna oportunidad", dice la joven, muy segura de sí misma, con un pañuelo en la cabeza de color amarillo brillante.

Antes de subirse al bote del traficante, había pasado cinco meses en la carretera. "Parecía que hubieran sido cinco años, no cinco meses", cuenta. Uno de los meses –agosto de 2016– estuvo cautiva en un almacén de una banda de secuestradores en la Libia desgarrada por la guerra. "Muchas de las mujeres que estaban conmigo en el almacén fueron violadas. Esto está sucediendo en toda Libia", dice.

Zeinab describió con todo lujo de detalles lo que parece ser un sistema de abuso al que son sometidos los migrantes como ella en la nación del norte de África. "Si te pillan cruzando la frontera con Libia desde el sur, te secuestran. Te golpean, te humillan y, en muchos casos, te violan. Luego, debes pagar un rescate para que te liberen", cuenta.

"Durante el trayecto hasta la costa, es posible que te secuestren de nuevo, esta vez por milicias que operan en el norte de Libia. O se olvidan de ti, o mueres, o pasas otro par de meses en cautiverio antes de que alguien se apiade de ti y compre tu libertad", dice. "Una familia libia me compró y me vi obligada a limpiar su casa a cambio de comida y un lugar para dormir en el suelo. Obviamente, no me pagaban nada", cuenta Zeinab.

"Tuve suerte, porque me compró una familia. Mi amiga Saadiya no la tuvo; fue comprada por un solo hombre, que la violó. Después de dos meses, la familia que pagó mi rescate dio dinero al traficante para que pudiera hacer este viaje", relata.

Zeinab recuerda el peligroso momento en el que ella y decenas de personas más subieron al bote abarrotado. A ninguno de los pasajeros se le permitió quedarse con sus pertenencias, nos robaban incluso los teléfonos móviles –que los traficantes se quedan o arrojan al agua– y los zapatos. Todos los migrantes que rescatamos van descalzos. Algunos tienen números de teléfono de familiares garabateados en la ropa, para poder llamarles por teléfono cuando llegan a Italia.

"Zarpamos en el bote sin saber dónde íbamos. Parecía un purgatorio", dice. "Y ahora, aquí estoy, en este barco, donde he vuelto a nacer para empezar una nueva vida". Durante 2016, MSF ha tenido equipos en tres barcos de rescate en el Mediterráneo: Dignity I, Bourbon Argos y Aquarius (este último gestionado en cooperación con SOS Méditerranée). Desde el comienzo de las operaciones en abril hasta finales de noviembre, estos tres barcos rescataron a 19.708 personas, en torno a una de cada nueve personas que intentaron llegar a Europa a través de la ruta del Mediterráneo Central, partiendo desde Libia. En las aguas del Mediterráneo han fallecido en lo que va de año más de 4.700 hombres, mujeres y niños. Es la cifra más alta de víctimas mortales desde que se contabilizan datos.

* Mohammad Ghannam es trabajador de Médicos Sin Fronteras