A escasos metros el mar rompe con fuerza, como acostumbra en el cantábrico. Una playa tranquila y los montes verdes auguran un entorno amable. Es la naturaleza en pleno esplendor, la que dibuja la costa vasca de este a oeste. En este punto, limítrofe con Cantabria, un día se decidió que aliarse con ella, con la naturaleza –pese a que también se resentiría- permitiría construir uno de los motores económicos del País Vasco: una refinería como ninguna otra antes se había levantado en nuestro país.

Están a punto de cumplirse 50 años desde que hombres ilustres del empresariado vasco, como Isidoro Delclaux, los hermanos José Manuel y Enrique Sendagorta o Antón Madariaga dieran forma a aquella ambiciosa idea: construir una refinería conectada con el Puerto de Bilbao a través de un oleoducto para convertir la plataforma en una de las de mayor capacidad de Europa. El órdago se hizo realidad el 30 de noviembre de 1968 con la constitución de la sociedad para alumbrar la planta de Muskiz, en Vizcaya, convertida hoy en flamante buque insignia de Petróleos del Norte, Petronor.

Enclavada junto al mar, en la frontera con Cantabria, un oleoducto la conectó con el Puerto de Bilbao y elevó su capacidad

Aquella apuesta fue una válvula de escape y de esperanza para la deprimida economía vasca, en especial la vizcaína sumida en una crisis siderúrgica arrastrada por el declive minero. Su construcción culminaría cuatro años más tarde, en 1972 con la puesta en marcha de la mayor refinería de toda la península y una de las de mayor importancia de Europa. Aquellos apenas 6 millones de toneladas de crudo que se procesaban para comercializar productos petrolíferos y sus derivados, cinco décadas más tarde se han quedado pequeños. Hoy La planta de Petronor en Muskiz procesó 11 millones de toneladas de petróleo anualmente.

El verdadero artífice de la operación fue José Manuel de Sendagorta. La cercanía del puerto de Bilbao brindaba la oportunidad de tener acceso a un puerto de gran calado y por tanto poder atraer a buques de gran calado y capacidad. Los superpetroleros no podían acceder a finales de los 60 en la terminal de Bilbao y había que ampliarla. En 1970 la incipiente Petronor impulsó la creación de la ampliación con la creación y financiación de un nuevo espigón, el de Punta Lucero. Con esta infraestructura el puerto pasó a ser considerado un “superpuerto” para poder admitir buques de hasta 500.000 TPM (Tonelaje de Peso Muerto).

Impulso de la banca vasca

Un año después, Petronor adquirió su primer buque, el ‘Muñatones’, botado en 1971 y con capacidad para 98.000 TPM y al que se uniría un año más tarde el ‘Arteaga’, la embarcación de su categoría más grande en surcar un mar en todo el mundo. El empuje de Petronor venía respaldado por las poderosas familias financieras vascas. En el accionariado de aquella sociedad participaron todas las entidades de renombre de Euskadi: el Banco Bilbao, el Banco de Vizcaya y la Caja de Ahorros de Bilbao.

El crecimiento del proyecto fue imparable. La refinería se amplió con nuevas unidades hasta completar hoy lo que es una ciudad de tuberías, luces y chimeneas que abarca 22 hectáreas y que da empleo a cerca de un millar de trabajadores y trabajadoras –el 15% de su personal es mujer- de modo directo a otros 6.000 de modo indirecto o inducido.

Todos los bancos vascos se aliaron para impulsar la compañía. En 1990 Repsol se hizo con el 86% de la propiedad

Entre los hitos que ahora, con el repaso de su historia subraya la compañía se cita el alcanzado en 1986, cuando la refinería vasca se convirtió en la primera en producir gasolina sin plomo. También la apertura de su primera gasolinera en 1987 (hoy cuenta con 370) o la construcción de su planta de ‘coke’, la mayor inversión industrial jamás realizada en Euskadi, inaugurada en 2013.

Enclavada en el corazón de una zona minera entre Vizcaya y Cantabria, la localidad de Muskiz es la que más se ha beneficiado de su presencia, pero también la que más la ha sufrido. Las emisiones y fugas de elementos contaminantes se han ido reduciendo con el paso de los años y con el refuerzo de la seguridad en la planta, pero no han sido pocas a lo largo de sus 50 años de existencia. La planta emplea a muchos de sus vecinos y financia gran parte de las arcas en forma de impuestos. Pero no sólo de él. Hoy Petronor es uno de los mayores contribuyentes de la hacienda vizcaína, a la que le aporta casi uno de cada diez euros recaudaos en tributos (cerca de 750 millones el año pasado).

Motor de la economía en Euskadi

El crecimiento de la compañía ha sido importante en este tiempo. También los momentos críticos, como la reciente crisis en el sector que ha logrado superar. En 2016 Petróleos del Norte obtuvo unos beneficios de 222 millones de euros y pagó en impuestos al conjunto de administraciones 1.274 millones en impuestos. También se ha convertido en el mayor cliente del puerto junto al que nació. Casi la mitad del tráfico de la terminal de Bilbao la genera la refinería, el 46%.

Hoy la planta de la refinería incluye a lo largo de sus 220 hectáreas y una capacidad de almacenamiento de 894.000 m3 de crudo dos refinerías tradicionales, una planta de coquización y varias unidades de tratamiento de productos. Además, se completa con unidades de destilación a vació y unidades destinadas a minimizar las cantidades de derivados petrolíferos pesados.

Petronor paga el uno de cada diez euros en impuestos recaudados por la hacienda en Vizcaya

El actual propietario de Petronor es Repsol. La compañía posee casi el 86% de la propiedad y Kutxabank e 14% restante. Repsol entró en la sociedad en 1990 gracias a una permita de acciones con Pemex y el Banco Bilbao Vizcaya.

Ahora, el futuro de la entidad pasa por profundizar su inversión en innovación a través de la sociedad Petronor Innovación, creada en 2016 para dar nuevos pasos en el ámbito de la energía y la fabricación avanzada. La inversión anual en tecnología alcanza los 90 millones al año. El objetivo pasa por situarse como una de las plantas de refino más eficientes del mundo, lo que conlleva elevar la eficiencia energética al 98%.

Una mirada al futuro que se continuará dibujando desde su sede social, inserta en el corazón de la propia refinería. Allí, una casa-torre de 1339, el Palacio de Muñatones pervive convertido en la sede noble de la ciudad del petróleo que lo rodea. Una torre cuyas almenas aparecen dibujadas en el logo de la compañía como símbolo de tradición, arraigo con la tierra que la vio nacer y apuesta por la modernidad.