Hay en Castilla y León dos constructores de los que la televisión autonómica nunca habla mal. Podría llegar a pensarse que su canonización es cuestión de tiempo, pero uno estuvo en la cárcel por corrupción y el otro está a la espera de ser juzgado por el presunto amaño de contratos públicos. Son los dueños de este medio de comunicación, regado con decenas de millones de euros, durante años, por parte del Gobierno regional, del que tampoco se ahonda en sus flaquezas. A unos cuantos kilómetros de allí, se edita un periódico que bebe los vientos por Ximo Puig. El presidente valenciano posee una participación y su Gobierno ha entregado generosa publicidad institucional a este medio. Recientemente le perdonó -indirectamente- una parte de la deuda que mantenía con una empresa pública autonómica.

La difunta Isabel Carrasco era conocida entre los medios de León por su puño de hierro y su singular forma de hacer política, que consistía en el ‘aquí mando yo’ y el 'tú te callas'. Como en este país se entierra muy bien, todo esto se relativizó tras su muerte, lo que hizo que pasaran a un segundo plano hechos que fueron habituales durante su vida, como el despotismo con la prensa que no hablaba bien de ella. Tal era su obsesión por su imagen que incluso alcanzó –presuntamente- acuerdos con el conseguidor de la trama Púnica para mejorar su reputación en internet. Es decir, para pagar por lo que unos cuantos hacían gratis. A veces, cuesta más decir que uno es periodista que pianista de burdel.

El país entero mira estos días a Cataluña y analiza las causas que han llevado a cientos de miles de ciudadanos de esta comunidad autónoma a asimilar la descarada propaganda de un nacionalismo que, como en otros casos, manipula y adopta como dogmas teorías casi esotéricas. La sensación es que nada de esto hubiera ocurrido de la misma forma si la prensa hubiera decidido vivir con estoicismo y morir con dignidad; y no se hubiera entregado en los brazos de la Generalitat. En mitad de la crisis económica, quizá hubiera sido mejor capitular que convertirse en un zombie del poder político. Algo que sucede en toda España con Administraciones de todo tipo, por cierto.

El apoyo que las principales cabeceras brindaron entonces a una causa política evidenció lo que se ha confirmado: que no había muchos editores con los suficientes redaños como para remar contracorriente del procés

Este martes, el periodista más popular de Cataluña pontificaba en una tertulia televisiva sobre la democracia y sobre la situación de esta región. Hace 10 años, fue el ideólogo del editorial conjunto que publicó la prensa catalana en defensa del Estatut. Cada cual está en su derecho de apoyar lo que le venga en gana y, de hecho, sin el destino que corrió ese texto legal, la tensión de los años posteriores hubiera sido menor, con toda probabilidad. Ahora bien, la unanimidad siempre es sospechosa y el apoyo al unísono que las principales cabeceras brindaron entonces a una causa política evidenció lo que posteriormente se ha confirmado: que no había muchos editores con los suficientes redaños como para remar contracorriente del procés.

La prensa del movimiento

Las memorias que resumen la inversión en publicidad institucional de la Generalitat hablan por sí solas. Hay una revista que se llama El Vallenc que días antes del 1-O fue registrada por la Guardia Civil por presuntamente imprimir las papeletas del referéndum ilegal. Pues bien, en 2018 recibió una aportación de dinero público el 43% superior al año anterior. También fue premiado con un jugoso aumento José Antich, el exdirector que puso La Vanguardia al servicio del independentismo, hasta su cese. Su web, Elnacional.cat, percibió el año pasado más dinero del Gobierno de Quim Torra que la de La Vanguardia, que cuenta sus usuarios por muchos millones.

La misma generosidad se aplicó con los Vilaweb -su director pidió hace unos días echar a la Policía Nacional y la Guardia Civil de Cataluña-, los Elmon.cat y derivados. O con El Punt Avui, perteneciente al grupo en el que trabaja Marcela Topor y al que Carles Puigdemont convirtió en 2017 en el periódico que más publicidad institucional recibió, pese a no ser ni mucho menos el de mayor difusión. El molt honorable expresident imparte clases de democracia en cada discurso, pero actuaciones despóticas, como la relatada, hacen pensar que es poco más que un charlatán.

Los medios configuran la opinión pública y ayudan a imponer el relato. El mismo, manipulado y supersticioso, que en el siglo XIX glorificó a Wifredo el Velloso e hizo creer que las barras rojas de la senyera simbolizan su sangre derramada. O el que obvió que la sardana la inventó José Ventura, que no Pep, un artista que nació en Alcalá la Real, en Jaén, muy lejos de los ‘países catalanes’. Durante los años del procés, el relato se ha impuesto gracias a las cuantiosas inversiones de la Administración en la prensa, dispuesta a publicar editoriales conjuntas y a replicar argumentos con tal de recibir el mismo chorro de publicidad institucional y subvenciones por la edición en catalán. Y alguno da lecciones en televisión y se reboza en los fallos del ‘Estado español’.

La propaganda no sólo se encuentra en el noreste español. Es habitual en la prensa cómplice y en la emasculada.

Salirse por la tangente tenía un precio, que es el que pagó El Periódico de Catalunya, a cuyo exdirector, Enric Hernández, le declaró la guerra ERC. Eso provocó que entre 2016 y 2018 sus ingresos por campañas institucionales cayeran desde los 3,2 hasta poco más de 1 millón de euros. Está claro que el gran altavoz es TV3 -de la que han vivido bien empresarios amorales, como Toni Soler-, pero también lo está que la Generalitat ha utilizado decenas de publicaciones -algunas gestionadas por familiares y amigos, sin rubor- para imponer su discurso y transmitir sus lemas. Los mismos que se escuchaban en días pasados en las manifestaciones de Barcelona.

Eso sí, sería injusto circunscribir este problema a Cataluña, dado que ocurre en toda España. Y cuanto menor es el ámbito de difusión de un medio, mayores suelen ser sus dependencias. Dentro de unas semanas, los editores de los principales grupos de prensa se reunirán en su cónclave anual, que se celebrará en Madrid. Una vez más, pontificarán sobre la libertad de expresión y se erigirán como el antídoto contra una sociedad cada vez más influenciada por la intoxicación informativa. Mientras tanto, compadrearán con las Administraciones y callarán sobre algunos defectillos de quien invierte en sus páginas. La propaganda no sólo se encuentra en el noreste español. Es habitual en la prensa cómplice y en la emasculada.