A Marta Suria le robaron la infancia, la familia y hasta el nombre. Su padre estuvo abusando de ella desde muy pequeña hasta ya pasada la adolescencia. Lo hacía por las noches, de manera casi constante y el cuerpo de Marta decidió borrar todo aquello durante diez años.

Su cabeza lo escondió en un cajón a pruebas de bombas. Con treinta años la relación con su padre era buena, hablaban cada semana, le adoraba, le respetaba, era su favorito de la familia. Pero un día el cuerpo de Marta se descompuso, comenzó a tener sueños, veía alguien entrando en su cuarto por las llaves, a veces veía a más de uno, y de su boca salía la palabra papá.

Todo le ocurrió cuando había encontrado una vida estable. Cuando había dejado de viajar por trabajo, se había asentado y tenía una pareja. Su mente la devolvió a aquellos años, entró en pánico, no podía creerse lo que empezaba a recordar. Pasó crisis psicológicas fortísimas, días y días sin dormir, hasta que lo asumió y comenzó a rehacerse.

De todo aquel proceso, de cómo volvió a recordar, cómo aquellos recuerdos la obligaron a volver empezar trata el libro que se acaba de publicar: Ella soy yo (Editorial Círculo de Tiza), en la que nos cuenta su historia bajo seudónimo, con la única intención de cerrar con un capítulo y ayudar, no a las víctimas, sino a su entorno.

Porque el caso de Marta no es aislado. Porque es 60% de los abusos se producen dentro de la familia. Porque el 50% de las veces ocurre lo que le ocurrió a ella, la mente olvida y el cuerpo desentierra. También es una de las muchas que ha tenido que soportar el abandono del resto de su familia y que ha tenido que ver como absolvían a su padre.

Pregunta.- ¿Qué fallos cometemos como sociedad para que las niños sigan estando tan desprotegidos?

Respuesta.- El primer fallo es el silencio. No hablar es el primer problema. Claro que hay fallos en la educación, en la sexualidad, pero el primero es el silencio. No nos han enseñado a hablar. Cuando esto pasa dentro de la familia creo que ese silencio ya es doble.

Ese silencio es porque somos incapaces de asumirlo, porque nos interpela directamente"

Porque cuando hablas saltan los típicos: es mentira, te lo estás inventando, si te pasó porque lo cuentas después de tanto tiempo... "Romper el silencio así no tiene perdón", dice un poema, y esto es tal cual. No se te perdona. Y no hemos destrozado nada que no estuviese destrozado ya antes.

El sistema judicial también está equivocado y los medios de comunicación tampoco hablan de estos temas, se da el titular pero no se hace un seguimiento. Y ese silencio es porque somos incapaces de asumirlo, porque nos interpela directamente. Todos tenemos padres, nietos, sobrinas... Es mejor no verlo.

P.- ¿Cómo vuelven, después de diez años, esos recuerdos?

R.- Yo tenía 30 años, tenía una buena vida, un trabajo, mi pareja. Había conseguido una estabilidad vital, había parado de todos esos viajes que ahora me doy cuenta que hacía huyendo de mi casa, y el cuerpo explotó.

Subestimamos el poder de nuestro cuerpo, porque no fue una decisión consciente, el dejarlo apartado, al final es un mecanismo de supervivencia y la mente decide que lo pone en esa carpetita de atrás. Un 50% de la gente que ha pasado por esto tiene esta reacción, porque no estamos preparados para sufrir tanto ni para hablar de ello.

P. - ¿Y por qué te pones a escribir, a modo de terapia o por qué querías contarlo?

Esto no es un acto de señalamiento ni de venganza"

R.- Yo nunca pretendí escribir un libro. Fue una herramienta que use porque no podía hablar, me habían quitado la voz. Lo utilice como un ejercicio individual de encontrarme, un quién soy. Quiero dejar claro que esto no es un acto de señalamiento ni de venganza, nadie que lea este libro sabrá quién es él ni quien soy yo. He cambiado mi nombre y las localizaciones.

También este libro supone para mi un cierre. Lo escribí antes de saber la fecha del juicio y he querido que se publicase este año, ya que ya ha acabado todo, para cortar aquí. De 2019 ya no pasa esto.

P.- ¿Lo das por cerrado incluso con una sentencia absolutoria?

R.- Si, lo doy por cerrado. Mi parte más racional no espera lo contrario, las abogadas ya me habían puesto en situación de lo difícil que iba a resultar. Si le cuesta a una niña de seis años que le está pasando en ese momento, cómo va a ser posible 30 años después.

Cuando me enteré pues fue una gran decepción pero porque siempre te queda un hilito. Al final esto se reduce a la calificación de un psicólogo-psiquiatra que diga que eso ha ocurrido y eso es lo que falla en la mayoría de los casos, los peritos forenses no dan esa credibilidad porque siempre puedes entrar en contradicciones, en nervios, si lloras demasiado estás exagerando, si has seguido con tu trabajo, si no...

P.- ¿Qué crees que hay que cambiar, a nivel social y a nivel jurídico?

R.- Pues es que solo una de cada 7 denuncia en la infancia. A la hora de cambiar los mecanismos se habla mucho de la prescripción, pero por mucho que esa aumente la clave está en que te crean y si tenemos un sistema que necesita pruebas indiscutibles cuando a la vez sabemos que eso sucede en la intimidad, que no deja marcas, violencia, que suelen ser los mejores padres del mundo a los ojos de los demás, incluso de ti misma, ¿cómo lo haces?.

Conseguir pruebas indiscutibles es imposible, esto sucede en la intimidad"

Después de todo esto, la sociedad para mi ahora es más hostil. Aunque también creo que hay ese pequeño rayo del que cada vez se habla más y donde una puede encontrar algo de amparo. Yo tengo ahora una conciencia de cómo funciona el sistema judicial terrorífica. También de cómo este tema incomoda a la gente.

Una vez salió en una cena el tema de los abusos, una persona hablaba de los abusos en Colombia y yo solo consiguió decir: aquí también pasa y ella dijo: aquí es diferente. No hay consciencia de esto.

También quiero decir que cuando fui a la manifestación en contra de La Manada, ver a todas aquellas chicas, a todos aquellos chicos... Todos gritaban: "Hermana yo sí te creo" y, joder, se me saltaban las lágrimas.

P.- En el libro hablas mucho del rechazo de tu familia.

R.- La familia te da la espalda. Ocurre en muchos casos. Es una medida de protección. Igual que yo me protegí olvidando, ellos lo hicieron pensando que era menos grave llamarme a mi mentirosa que asumir lo que había hecho él. También hay un sentimiento de culpa, de no haber visto lo que pasaba cuando en realidad la única culpa es la del agresor.

P.- Si alguien que pasase por lo mismo que tu te pregunta qué hacer, ¿qué le dirías?

R.- No sé qué aconsejaría. Que se reconstruya y encuentre la paz de la manera que considere. Si a alguien le ayuda dar a la espalda a este problema que lo haga. Si a otra le ayuda denunciar que lo haga también. Pero creo que cada uno tiene que llevarlo como mejor pueda, no hay una regla para todos.

A mí me gustaría decirles: ¿Por qué no me creéis?"

Tu puedes romper el silencio con gente de confianza pero no sabes si te van a creer, y si no lo hacen la situación de desamparo es tan profunda... A mí me gustaría decirles: ¿Por qué no me creéis? Me gustaría que el libro sirviera para ayudar al que acompaña, que entienda ciertas cosas.

P.- Al final de libro dices tener miedo al lector, a qué pueda pensar de ti.

R.- Mucho miedo. Cuando me dijeron que se iba a imprimir ya el libro, lo tuvo que repasar absolutamente todo otra vez, hasta ahí llega tu miedo al cuestionamiento y a la etiqueta. Aunque cada vez menos. Creo que nos construimos con la mirada de otros y negar eso es una tontería.

Sigo mucho las noticias y a las redes y veo tanto ataque y tanto juicio que me sigue asustando. En aquel momento llamé a una amiga y le conté que me daba miedo sacar el libro. Ella me dijo: "Hay gente que cuestiona el cambio climático, que Franco fue dictador, hasta si llueve o no, así que relájate. Nadie te va a juzgar como te juzgas a ti". Pero claro, venía de tener mucho miedo, de cuestionarme hasta como tenía que ir vestida para que la policía, el día que denuncié, no me mirase mal.