Tras la muerte de su padre Carlos VI, María Teresa se convirtió con apenas veintitrés años en la archiduquesa del imperio Habsburgo. En esa época todos los reinos de Europa se vieron envueltos en la guerra de los Siete Años, la cual perdió María Teresa junto a su hijo José II en 1763. Cuando en 1770, María Teresa ordenó un reclutamiento de armas, había un problema y es que las calles no estaban numeradas y no había forma de localizar a los hombres en edad de alistarse.

¿La solución? Enumerar las calles, toda una innovación para aquel entonces. Así, al asignar un número a cada puerta y hacer un listado con sus ocupantes, la casa dejaba de ser anónima y los militares podían encontrar a los hombres en edad de combatir.

El imperio Habsburgo no fue el único ni el primer gobierno que tuvo la idea de enumerar las viviendas. Al parecer, de manera independiente y de forma casi simultánea, las casas de todo el mundo en París, Berlín, Londres o Nueva York comenzaron a exhibir los números.

Las casas no se inventaron para que nos orientáramos mejor por la ciudad o para recibir el correo, en realidad fueron diseñados para que fuera más fácil encarcelarnos, controlarnos

La numeración de las casas puede considerarse una de las innovaciones más importantes de la Ilustración, pero a diferencia de lo que podemos creer, las casas no se inventaron para que nos orientáramos mejor por la ciudad o para recibir el correo, en realidad fueron diseñados para que fuera más fácil encarcelarnos, controlarnos. Los números de las casas no existen para ayudar a encontrar el camino, sino para que el gobierno pueda encontrarte.

Es lo que sostiene Deirdre Mask en su libro El callejero, qué revelan los nombres de las calles sobre identidad, raza, riqueza y poder. Este libro viaja del Manhattan de la Edad Dorada al Londres victoriano y al París revolucionario. ¿Por qué los líderes de la comunidad pierden el tiempo preocupándose por el nombre de una calle? ¿Podrían las direcciones detener una epidemia? ¿Cuándo se empezaron a enumerar? Mask sostiene que, a lo largo de su investigación, ha averiguado que la nomenclatura de las calles está vinculada a la identidad, la riqueza y a la raza. Pero casi siempre tiene que ver con el poder: el poder de nombrar, el poder de transformar la historia, el poder de decidir quién cuenta, quién no y por qué.

Pensamos en las direcciones postales como herramientas funcionales y administrativas, pero esos números guardan muchas historias detrás. El origen de la numeración podría remontarse al París del siglo XVI cuando varios funcionarios numeraron sesenta y ocho casas en el puente de Notre Dame para identificar propiedades municipales, o cuando el rey Luis XV numeró las casas en 1768 para identificar a los soldados alojados con civiles.

Antes de que hubiera nombres de calles y números en Londres, los negocios se anunciaban con rótulos ilustrados sobre la puerta, como un dragón o un pan de azúcar, por ejemplo. Pero en 1718, un cartel cayó de un edificio y mató a cuadro ciudadanos que pasaban por ahí. Llegaron a una conclusión: si pintaban números en las fachadas, no necesitaban esos rótulos tan pesados. Así nacieron los números, lo que provocó que los lacayos tuvieran que aprender a leer para poder entregar un mensaje. En Estados Unidos, por ejemplo, los británicos comenzaron a numerar Manhattan para tener localizados a los revolucionarios.

¿Podrían las direcciones detener una epidemia?

Mientras la cólera azotaba al Londres victoriano, en 1873 la Oficina General del Registro comenzó a registrar las muertes y los nacimientos, lo que mejoró drásticamente la salud pública de la nación. La oficina no solo sabía cómo moría la gente, también sabía dónde. Las direcciones hicieron posible identificar de dónde provenía la epidemia.

El médico John Snow analizó los certificados de defunción de las víctimas del brote de Golden Square, en el que incluían fecha, la causa de la muerte y la dirección de la víctima. Fue entonces cuando se dio cuenta de que casi todos habían muerto cerca de Broad Street. Al preguntar de dónde sacaban el agua los fallecidos, las familias explicaron que bebían de la fuente porque creían que el agua salía más limpia. Fue así como Snow, en contra de todo el barrio, pidió que desmontaran la fuente para hacer una prueba y, efectivamente, al poco tiempo cesó la epidemia.

En 2010 un terremoto de treinta y cinco segundos azotó Haití. Apenas fueron unos segundos, pero murieron miles de personas y dejó al país envuelto en ruinas. Este episodio ocurrió más de 150 años después de que John Snow resolviera el caso de la fuente, pero una vez más, las calles y las direcciones ayudaron a la salud pública.

Fueron muchas las personas que se trasladaron a Haití con la intención de poner su granito de arena. Entre ellos se encuentra Ivan Gayton, un experto en logística de Médicos Sin Fronteras que estaba al frente de la logística de una de las operaciones humanitarias más importantes de la organización.

En Haití, la cólera, que vive en el agua, pero también se propaga en la suciedad de las manos y las aguas fecales, se había extendido rápidamente. Como cuenta Mask en el libro, las instalaciones sanitarias de Haití en 2010 no eran muy distintas de las del Soho en 1854.

Pero Gayton tenía un problema y es que, no podía localizar a los pacientes. Por eso, llamó a Google y la empresa decidió colaborar. Mask cuenta en el libro que un empleado fue a una tienda de Best Buy en Brooklyn, abrió una bolsa y pidió al dependiente que se la llenara de dispositivos de GPS.

Correos calcula que el código ZIP ahorra más de 9.000 millones de dólares al año

El equipo de Google colaboró para realizar el mapeo sobre el terreno. Diseñaron un mapa preliminar para que el médico pudiera introducir los datos de los pacientes en cada vecindario. Ponía un punto más pequeño o grande dependiendo del número de caso. El objetivo era combinar el historial de cada paciente con los nombres del vecindario para impedir que la cólera se propagase de una persona a otra, pero tardaron 8 años en detectar el último caso.

Aún así, Gayton vivía obsesionado con cómo los mapas podían salvar vidas. Fundó Missing Maps (Mapas que Faltan) de la mano de organizaciones como la Cruz Roja británica y la estadounidense Humanitarian OpenStreetMap. Los voluntarios trazan calles y marcan los edificios, comienzan así a escribir los nombres de las calles y a verificar los mapas. Incluso preguntan a la gente de la zona para saber cómo apodan cada calle e ir apuntándolas. Así, intentan que antes de que llegue una enfermedad o una crisis, tengan el mapeo hecho.

¿De dónde viene el nombre de las calles?

En la Inglaterra medieval las calles fueron llamándose con nombres prácticos de un árbol, un río cercano o incluso la granja al final del camino. Empezaron a ponerse también los nombres de los comercios que había en las calles, como el carnicero o el herrero.

Los nombres de las calles se volvieron oficiales mucho después de que estos aparecieran. En 1857, Rowland Hill dividió Londres en ocho distritos y asoció un código a cada uno.

En Estados Unidos, por ejemplo, el código ZIP fue inventado por Robert Moon, un empleado de correos de Filadelfia (ZIP son las siglas zoning improvement plan o plan de mejora su sistema). Esto puede parecer una tontería, pero actualmente Correos calcula que el código ZIP ahorra más de 9.000 millones de dólares al año.