Sólo cuando la imagen que proyecta hacia los demás le es indiferente y sólo cuando actúa con el único limite del dolor ajeno consigue la verdadera libertad. Anaïs Nin vivía con la única moralidad del deseo y consiguió abrir una puerta cerrada con mil cerrojos. Consideró suyo su cuerpo e hizo con él lo que le apetecía. No era una mujer corriente. Era la mujer más libre de 1930 y la que comenzó una lucha que a día de hoy ha conseguido equilibrar un poco más la balanza de derechos.
Disfrutó como un hombre, deseó como ellos y vivió como si no fuese una ciudadana de segunda en una época en la que parecía no existir otra opción. La gran escritora erótica del siglo XX empezó a escribir con tan solo 11 años, en 1914. Su padre, un pianista cubano, acababa de dar por finalizada su vida familiar y ella, desangelada, comenzó con un diario que medio siglo más tarde la encumbraría como la pionera de la liberación de la mujer.
Mi moralidad no se reafirma cuando me enfrento con el dolor de un ser humano"
"No tengo ninguna moralidad. Sé que la gente se horroriza, pero no yo. Ninguna moralidad mientras el daño hecho no se manifieste por sí mismo. Mi moralidad no se reafirma cuando me enfrento con el dolor de un ser humano", aseguró. Y no dejó de vivir en consonancia. A los 19 años se casó con un rico estadounidense, un banquero que le sacó a ella, y a su familia, de la de necesidad plena. Se mudaron a París y apareció la verdadera Nin.
La vida matrimonial le sentó como una mala borrachera y, al despertar, sus manos empezaron a dibujar palabras. Mantuvo la costumbre de rellenar sus diarios, pero desencadenó un deseo sexual que escribía para otros mientras analizaba a sus referentes. Un ensayo sobre la obra del escritor inglés D.H. Lawrence la acercó al hombre al que le cambiaría la vida.
Henry Miller, el gran novelista estadounidense, leyó este ensayo de Anaïs con paciencia y se enamoró de cada letra. Casado con June Miller, a quien años más tarde interpretó Uma Thurman en la película sobre el matrimonio (Henry y June), los dos pasaron años viviendo como amantes de la escritora francesa. Henry y June estaban enamorados de la misma persona y lucharon por ella. Ambos perdieron. Nin era, otra vez, la mujer más libre del momento. Su relación desencadenó uno de sus diarios más descarnados: Henry, June y yo, en el que se muestra la intención de ambos de ponerle celosa con el otro.
“Les pido que no me traten como a una mujer corriente, que continúen su vida como antes, gozando de otras mujeres, que el amor debe ser grande y ensanchar su vida, no estrecharla”, les escribió. No tardó en abandonar su aventura, aunque mantuvo una estrecha relación con Henry el resto de su vida. Siguió de amante en amante. De hombre a mujer. De noches a meses. Pasó de compartir la vida legal con un hombre a hacerlo con dos. Bígama, su primer marido, Hugh, la amaba más de lo que era capaz de sufrir.
No fue hasta 1966, con la publicación de sus diarios que se desarrollaron a lo largo de 35.000 páginas (decenas de editoriales los habían rechazado por su alto contenido erótico) cuando Nin fue realmente libre. Hasta entonces, la dependencia económica de su marido la había mantenido atada, como a la gran mayoría de las mujeres de su época. Durante un periodo, y junto a Henry Miller, escribió relatos subidos de tono para terceros por lo que cobrara apenas un dólar.
Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo. Libre o no libre, casado o soltero, heterosexual u homosexual"
Estas páginas llegaron a convertirse en dos libros, Delta de venus y Pajaritos, convirtiendo a Nin en la primera escritora erótica occidental y en un referente feminista para el resto de mujeres. "Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo. Libre o no libre, casado o soltero, heterosexual u homosexual, son aspectos que varían de cada persona", confesó. Y con la misma intención estaban escritos estos relatos. Siempre con la mayor de las delicadezas, con el tacto como el mejor de los sentidos.
Sus diarios, sus libros, incluso Incesto, en el que cuenta una relación erótica con su padre -con el que se reencontró 30 años más tarde-, significaron un antes y un después en la literatura. Supusieron una ruptura mental de las mujeres, que dejaron de considerar a sus cuerpos templos y a sí mismas sujetos pasivos de la vida.
Fue el diario sobre su padre el que más críticas le trajo, aunque se resolvieron rápido asegurando que era una ficción. Ella confesaría años más tarde que la historia era real. Su marido, Hugh, volvió a asumir, igual que asumió durante años sus aventuras, su falta de instinto maternal y su extraña, para la época, vida social.
“Me niego a seguir siendo madre. He sido la madre de mis hermanos, del débil y pobre Hugh, de mis amantes, de mi padre. Quiero vivir tan solo para el amor del hombre y como artista. Como amante, como creadora. Nada de maternidad, de inmolación, de generosidad. La maternidad sería otra vez la soledad: dar, proteger, servir, entregarse. No. No. No", aseguró, y ellas lo asumieron como bandera.
Murió hace exactamente 40 años, en 1976 tras un terrible cáncer de útero. Dos años antes recibió el doctorado honoris causa del Philadelphia College of Art, su infatigable marido ya se había acercado a ella más que nunca y la cuidó hasta el final de sus días. Ahora, sus cenizas se encuentran en la Bahía de Santa Mónica, igual de libres desde 1930.
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