Cuando su madre le pilla usando el viejo radio casete olvidado en el trastero, Clay le dice que es para un trabajo de Historia. ¿Qué iba si no a estar haciendo un adolescente con esta tecnología del siglo pasado? En realidad, está escuchando las cintas que ha recibido en una misteriosa caja y que dejó grabadas Hannah, una compañera del instituto que acaba de suicidarse. Sólo así el muchacho descubrirá por qué ella lo acusa de estar implicado en su muerte.

Desde el primer capítulo, queda claro que la nostalgia es una de las materias primas del guión de 13 razones, uno de los últimos estrenos seriéfilos con el que Netflix aspira a repetir el éxito de Stranger Things. Porque el suspense de tintes ochenteros está probándose resultón entre las nuevas generaciones que no recuerdan el mundo antes de Google. Y también para sus padres, que echan de menos su juventud.

Con los más jóvenes funciona porque les resulta tan exótico como fascinante aquella vida de analógicos asilvestrados que vagaban por las calles buscando una dirección sin Google Maps y rebobinando canciones con un boli bic. Y a los mayores les engancha porque les recuerda que parece que fue ayer.

Las cintas de casete, para las que Hannah dibujó hasta las carátulas como se hacía en los viejos tiempos de las TDK para las mezclas de varios grabadas con más cariño, no son sólo un recurso argumental en la serie. Son en realidad las verdaderas protagonistas de 13 razones. Además de dobles pletinas, el atrezzo del siglo XX lo completan un viejo walkman de Sony, el mapa que Clay desdobla sobre el manillar de la bici y las canciones de The Cure.

Supuestamente ambientado en la actualidad, aunque la serie se basa en una novela de Jay Asher que fue publicada en 2006, la serie resuda la nostalgia de un mundo pre-digital que terminó mucho antes de que nacieran los adolescentes de la edad de Hannah y Clay.

Las cintas no solo están de moda en Netflix. Siguiendo el resurgimiento de discos de vinilo, las ventas de música en casete aumentaron un 74% en 2016 (aunque no sean para tirar cohetes han pasado en EEUU de sólo 74.000 en 2015 a 129.000 el año pasado, según Nielsen). Y eso que la industria dejara de publicar cintas en 2000 y apenas se fabrican.

La cadena americana de moda hipster Urban Outfitters está, según Bloomberg, entre las firmas que apuestan por hacer marcar tendencia con casetes que mezclan música que regalan a clientes gracias a acuerdos promocionales con ediciones limitadas de los artistas del momento. Esta firma para modernos tan amante de lo retro es, por cierto, la misma que copió el logo del PSOE de los años 70 para una camiseta. ¡Será por nostalgia!

Que lo analógico vuelve a estar de moda lo sabe el algoritmo de Netflix que detecta los gustos de los espectadores y los metaboliza en el planning de las producciones de las próximas temporadas.

Y si en los 80 triunfaban las películas de adolescentes que viajaban al futuro o las protagonizaban pasajeros que venían de él (Regreso al Futuro, Desafío Total, Terminator, etc.) era porque entonces el presente era aburrido y lo que fascinaba era fantasear con lo que vendría después. Ahora que ya estamos aquí, parece que estemos tan desconcertados que lo que necesitamos es volver atrás, al aburrimiento, a cuando entendíamos cómo funcionaban las cosas.

No le hizo falta big data a Zygmunt Bauman para llegar a la misma conclusión que Netflix: nos estamos refugiando en la nostalgia. Al filósofo de la modernidad líquida le valía su lucidez  para diagnosticárnoslo. En Retropía, el ensayo que Paidós acaba de publicar en español, explica nos estamos refugiando compulsivamente en lo retro porque el futuro nos parece "tan incierto y manifiestamente poco fiable" que preferimos mitificar el pasado. Aunque en realidad nunca fuera tan bueno.

Y por eso en 13 razones  tiene sentido que la joven Hannah recurra en su venganza póstuma a las cintas, porque un triste episodio viral tuvo mucho que ver con que decidiera quitarse la vida. Sin internet, podemos pensar, en los institutos no habría bulling.  Si los archivos no pudieran enviarse por el móvil, igual que no puede mandarse una cinta de casete, los adolescentes estarían a salvo. Como si lo hubiesen estado alguna vez.

Ese mundo analógico del que tenemos un vago recuerdo, cada vez más vago, da muy bien en cámara. Netflix ha sabido explotar en sus ficciones que la incertidumbre ante un futuro donde ya no hay más certezas que el cambio permanente alimente la idealización del pasado. Lo valoramos, dice Bauman, por su presunta estabilidad. Y aunque en realidad aquella seguridad que tanto añoramos no fuera realmente tal, el futuro sí que es tan incierto como parece.

Por eso Bauman avisa que el futuro "ha dejado de ser el hábitat natural de las esperanzas y de las más legítimas expectativas para convertirse en un escenario de pesadillas". Y por eso Netflix seguramente repita con 13 razones el éxito de Stranger Things, de la que ya prepara segunda temporada para el otoño.

En el siglo XVII la nostalgia se trataba como si fuera una enfermedad curable, para la que unos médicos suizos recomendaban tomar opio, sanguijuelas y una excursión a la montaña. El algoritmo de Netflix tiene otro remedio para curar la nostalgia: producir series con guiños a los 80 hasta que nos hartemos de ellas.

Vayamos preparándonos, dice Bauman en Retropía, "para un largo período que estará marcado por más preguntas que respuestas". Siento el spoiler del futuro.