Siempre le suscitó curiosidad aquella cubierta del Capitaine Paul Lemerle que el 25 de marzo de 1941 zarpó de Marsella rumbo a Martinica huyendo de la amenaza nazi. Jon Juaristi hacía tiempo que indagaba en los detalles de aquella travesía de un mes que años más tarde cambiaría la Europa que dejaba atrás. Un barco repleto de desconocidos, intelectuales, artistas y políticos de izquierda que el azar quiso unir camino de América y del que emanaría el germen de alguno de los nuevos movimientos de la segunda mitad del siglo XX: el estructuralismo, la Nueva Izquierda y las nuevas vanguardias. El antropólogo Claude Levi-Strauss, el poeta surrealista, André Bretón, el anarquista y bolchevique, Víctor Segre o el obrero socialista de Eibar, Toribio Echevarria como protagonistas de un pasaje llamado a echar raíces como árboles portátiles.

Juaristi (Bilbao 1951) no se diferencia tanto de ellos. Conoce lo que es la evolución del pensamiento, la persecución y verse forzado a echar raíces fuera de tu tierra. Lo resume en su último trabajo, ‘Los árboles portátiles’ (Editorial Taurus) en el que a modo de ensayo enlaza las biografías ricas e intensas de los protagonistas de aquel increíble viaje intelectual camino de Martinica. Tampoco la suya se queda atrás. A sus 66 años su currículum vital incluye una adolescencia en ETA, una militancia en el Partido Comunista primero y en el PSOE después, ser designado por un Gobierno de Aznar para dirigir la Biblioteca Nacional y el Instituto Cervantes (2001-2004) y haberse convertido al judaísmo.

Pregunta.- ¿Cómo definiría lo que sucedió en aquel buque, el Capitaine Paul Lemerle, en aquella cubierta en la que durante casi un mes de travesía convivieron intelectuales, artistas y políticos a los que sólo unía su huida de una misma amenaza, el totalitarismo nazi?

Respuesta.- Aquellos encuentros fueron de importancia capital para la aparición o formación de fenómenos culturales que tuvieron después una importancia decisiva en la Europa de la segunda mitad del XX. En especial diría que tres. En primer lugar, la aparición de nuevas vanguardias artísticas que se vinculan a movimientos anticoloniales y movimientos nacionalistas. A su vez, Breton y Lévi Strauss discuten sobre la existencia de una estructura racional dentro del discurso irracional y eso termina en el estructuralismo. El tercer aspecto es la aparición de la nueva izquierda. En ese viaje van 50 luxemburguistas y trotskistas alemanes, en su mayoría judíos. Se va fraguando una idea de un comunismo adaptable al nuevo mundo americano. Todo eso, las vanguardias, la nueva izquierda y el estructuralismo es lo que vuelve a Europa en los 60 en forma de contracultura y lo que marca la cultura de mi generación. Me interesaba ver y descubrir cómo surgió todo esto.

P.-  Más allá de la situación política y personal que les fuerza a huir, ¿qué diría que les unía a todos pese a ser tan dispares?

R.-  Que eran progresistas, gente de izquierda, a excepción de los emigrantes judíos que escapan por ser judíos.

Las vanguardias, la nueva izquierda y el estructuralismo es lo que vuelve a Europa en los 60 en forma de contracultura y lo que marca mi generación

P.- ¿Cómo surge la idea de contar esta historia tan particular y algo desconocida?

R.- Ya la conocí cuando daba clases en el Colegio de México. Hubo un conjunto de lecturas que leía. Como proyecto escribir el libro lo tenía presente hace tres años. Me interesaba el concepto de barco del exilio, esa memoria portátil de Europa.

P.- ¿Diría que es un ensayo sobre el exilio, la intransigencia, la libertad o la creatividad?

R.- En realidad yo quería contar una historia sobre cómo se va formando una memoria colectiva del exilio. Yo desconfío mucho de las memorias colectivas, lo cambian todo y cuando la política interfiere con la historia es un desastre. Siempre me ha interesado la literatura memorialística más que la literatura de ficción, que también se hace con fragmentos de memorias. El libro es un ladrillo espantoso que interesará a gente tan rara como yo, a mis amigos, está concebido como una conversación entre abuelitos.

pasajeros del barco Capitaine Paul Lemerle

Pasajeros del Capitaine Paul Lemerle

P.- De los hechos que narra en el libro han pasado casi 80 años. Las circunstancias que entonces les llevaron a escapar, ¿diría que hoy también se dan?

R.- Las persecuciones políticas, de tipo étnico y religiosos se están dando pero la inmigración en estos momentos no tiene mucho que ver con aquella. La de entonces era una inmigración muy selectiva, de minorías, muy politizadas en general. En términos cuantitativos fue menor que la que lo hace actualmente. Fue una inmigración de ida y vuelta en su mayoría.

P.- Fue un exilio motivado por razones ideológicas, intelectuales incluso, poco que ver con lo que hoy sucede…

R.- Sí, era gente progresista. Las derechas no emigran. Gente del PNV alguno emigró en aquellos años, pero las derechas habían estado con los movimientos autoritarios.  Las izquierdas estaban perseguidas.

R.- Titula el libro ‘Los árboles portátiles’, concepto que resume la idea de verse forzado a escapar y a echar raíces en un lugar ajeno al propio

R.- Es un título robado a Lope de Vega. Me gustó la expresión porque suena surrealista pese a ser anterior. Es una imagen que los grecorromanos ya tenían. También me atraía la idea de los árboles relacionados con los libros, hechos con los arboles que a su vez pueden transportarse de un lugar a otro.

P.- A lo largo de su vida, ¿ha conocido muchos ‘árboles portátiles’? ¿Se ha sentido en alguna ocasión uno de ellos?

R.- No. Como mucho me he sentido desterrado, no exiliado. En su momento cuando nos decían ‘los exiliados vascos en Madrid’, no me gustaba. Yo conocía Madrid desde hacía años. Estar en Madrid es como vivir en cualquier lugar de España. Sí tuve una infancia adolescencia nacionalista, pero nada más. Me curé pronto de este tipo de gilipolleces y me dediqué a intentar arreglar mis problemas con la burocracia para trasladar mi cátedra. Personalmente sí he conocido exiliados. En el franquismo a algunos nos tocó que nos encarcelaran y otros tuvieron la suerte de que se exiliaran. Pasar por la cárcel, como experiencia tampoco estuvo mal. De todo se aprende. El exilio franquista era una broma comparado con el que se produjo en la II Guerra Mundial. El exilio no diría que confiera una gracia especial para entender el mundo, he conocido exiliados estúpidos y exiliados inteligentes. Hay de todo.

Sí tuve una infancia adolescencia nacionalista, pero nada más. Me curé pronto de este tipo de gilipolleces

P.- ¿La violencia de ETA diría que ha provocado muchos ‘arboles portátiles’ en Euskadi?

R.-  Sí diría que ha habido un destierro, no un exilio. Nadie ha tenido que pedir un visado para ir a España. Lo que sucede es que es difícil plantearse el regreso para los que llevamos un tiempo fuera.

P.- Usted militó en la ETA de los comienzos y la abandonó en 1968. ¿Qué balance hace de su final?

R.- Creo que ETA ha triunfado. Tenía el objetivo de disuadir a los antinacionalistas de seguir haciendo antinacionalismo activo en el País Vasco y lo ha logrado. Esta violencia ha inhibido durante mucho tiempo hacer crítica al nacionalismo vasco. Lo que veo ahora es un nuevo conformismo. La gente no se define como nacionalista pero vota y admite el nacionalismo. Además, se ha consolidado respecto al resto de España el privilegio vasco de los conciertos económicos, el ‘enjuaguillo’ de siempre. En todo este sentido ETA ha funcionado perfectamente. También ha exonerado al otro nacionalismo vasco de cualquier culpabilidad. Todo esto ha beneficiado al nacionalismos vasco en su conjunto pero no se le puede culpabilizar. Parece que hacerlo es de mal gusto y pronto te dicen que si no estás contento ancha es Castilla, que es lo que ya me decía Arzalluz en su momento.

P.- ¿Hasta qué punto le marcaron aquellos años de su adolescencia como militante de ETA?

R.- Bastante. Leí mucho. Cada bomba que se ponía requería casi 1.000 folios para discutirlo. Nos dedicábamos a la ‘masturbación mental’. Era una posición muy ineficaz que se volvió muy trágica con los primeros muertos del año 68 y mi generación se descolgó. Los que estaban en la cárcel siguieron algo más pero los que estábamos fuera nos hicimos trostquistas, Carlistas, Maoístas… salimos pitando en la VI Asamblea de ETA.

Creo que ETA ha triunfado. Tenía el objetivo de disuadir a los antinacionalistas de seguir haciendo antinacionalismo en el País Vasco y lo ha logrado

P.- ¿Qué es lo que más le ha sorprendido en el modo en el que se ha gestionado el final de ETA?

R.- No me ha sorprendido nada. Es una cosa que estaba cantadísima. Me sorprende que a alguno le sorprenda. Un fenómeno relacionado de lejos o de cerca con el nacionalismo vasco no puede tener una solución justa, siempre mantendrá el convenio de Vergara como solución, es decir, saldrán impunes porque el guión lo exige. Las posiciones de los Fernando Savater y Maite Pagaza, que son amigos míos, son muy respetables pero que reclamar que ETA no acabe en impunidad absoluta me parece trágico. En realidad ya están impunes. Es el programa del nacionalismo en su conjunto, la solución del problema pasa por hacer que aquí no ha pasado nada, la equidistancia absoluta. ETA ha sido muy mala pero la réplica es que los torturaban… Ha acabado como tenía que acabar. Si hubiera sido un fenómeno extremeño los etarras estarían en la cárcel de por vida y habrían tirado la llave, pero son vascos…

P.- ¿Veremos sólo acercamiento de presos o se llegará a la amnistía o medidas de otro tipo?

R.- Sí, veremos más cosas incluso. Estoy convencido que acabaremos viendo nombres de calles, veremos de todo.

P.- Usted ha tenido una evidente evolución ideológica. Ha pasado de militar en ETA a hacerlo en el Partido Comunista, luego al PSOE, en el Foro de Ermua, e incluso se ha convertido al judaísmo. ¿A qué responde esa evolución personal tan intensa?

R.- Uno cambia. Muchos me achacan un cambio de chaqueta… Uno va teniendo experiencias que son reveladoras, algunas definitivas y te hacen decir que están equivocados, que te vas a otro lado.

Uno va teniendo experiencias que son reveladoras, algunas definitivas y te hacen decir que están equivocados, que te vas a otro lado.

P.- ¿Es una suma de decepciones vitales?

R.- Sí y de cosas reconfortantes. Creo que tampoco he sido tan tonto para dar este giro.

P.- ¿En qué lugar del espectro ideológico se situaría en este momento de su vida?

R.- No lo sé… creo que volveré al paleofranqusimo, según dicen los que más cariño me tienen. En estos momentos la política la veo con bastante distancia. Me considero ligado al periodismo más que a la política. Soy filólogo y profesor de literatura pero fundamentalmente me considero periodista de opinión.

P.- Y como periodista, ¿cómo situaría la posición de la derecha, la izquierda y el centro actuales en nuestro país?

R.- Hay un centro vacío, muy disputado. Está recomponiéndose una especie de panorama que es el populismo antisistema contra todos los demás. Las contradicciones actuales son lamentables, hay unas crisis tremendas de liderazgo. La contradicción está entre los que intentan dinamitar el sistema en su conjunto y las instituciones y los que intentan defenderlas como sea de modo más o menos eficaz. No es muy diferente a lo que está pasando en el resto de Europa. No podemos funcionar con los mismos esquemas y expectativas que en el siglo XX, estamos en el XXI.

Está recomponiéndose una especie de panorama que es el populismo antisistema contra todos los demás.

P.- Una persona con una inquietud intelectual y de pensamiento tan viva como la suya, ¿en qué pregunta vital está inmersa ahora? ¿Estamos ante otra evolución de Jon Juaristi?

R.- Ya sabe las tres preguntas que se hace un vasco; De dónde venimos, a dónde vamos y qué vamos a cenar esta noche. Pues ésa es la pregunta que me hago ahora. No tengo ninguna inquietud especial. Acabo de ser abuelo ayer y me dedico a criar gatos y a esperar la jubilación, nada más.