Uno de los grandes clásicos del verano es el del espectador ocasional que se asoma a Wimbledon y, raudo, se pregunta por qué todos los deportistas visten de blanco impoluto. La tradición se remonta al siglo XIX y tiene que ver con el artistocrático origen del tenis, para cuyos primeros jugadores no resultaba aceptable que los cercos de sudor arruinasen la ropa de color y, de paso, la imagen del deporte que practicaban. Fue ése el momento en el que el tenis se ganó el sobrenombre de deporte blanco, un apelativo que hoy mantiene casi exclusivamente en Wimbledon, reserva espiritual del conservadurismo tenístico.

Y es que el blanco es el color del verano, y Wimbledon, junto al Tour de Francia, marca la puerta de acceso a esta estación, diga lo que diga la astronomía. Desde 1877, el All England Lawn Tennis and Croquet Club organiza el que es sin duda el torneo más peculiar del circuito por su antigüedad, por el apego a la superficie de hierba, por la distribución de partidos en el calendario, por la actitud del público y por el afamado código de vestimenta, que durante las últimas décadas ha evolucionado...para hacerse más estricto.

De hecho, en el año 1966, cuando Manolo Santana se impuso en Londres defendiendo el escudo del Real Madrid, las normas indicaban que los participantes en el torneo debían vestir "predominantemente de blanco". Así se mantuvo durante décadas, hasta que en 1995 la regla se actualizó para indicar que los tenistas debían comparecer vestidos "casi al completo" de blanco.

Demasiada manga ancha, que quedó definitivamente sepultada en 2014. Desde entonces, las normas son estrictamente específicas: la indumentaria debe ser completamente blanca, incluida las suelas de las zapatillas. Sólo se permite una banda de color de un grosor máximo de un centímetro, en los bordes del cuello o de las mangas. También avisan de que el blanco roto, el beige o el color crema no son una alternativa válida. Y añaden un último matiz: también deberá ser blanca la ropa interior de los participantes que pueda ser apreciable debido a la transpiración de los tejidos superiores. No valen los calzoncillos oscuros, ni los habituales sujetadores deportivos de colores de las tenistas del circuito femenino.

André Agassi, por ejemplo, se negó a participar durante tres años, entre 1988 y 1990, para no tener que cumplir la normativa

Porque la insistencia de la organización en mantener a los jugadores pulcros como asistentes a una fiesta ibicenca no ha estado exenta de polémicas a lo largo de la historia del torneo. André Agassi, por ejemplo, se negó a participar durante tres años, entre 1988 y 1990, para no tener que cumplir la normativa. Y cuando cedió lo hizo manteniendo sus característicos pantalones vaqueros.

Las normas son estrictas no sólo durante los partidos, también en los entrenamientos. En el año 2002, por ejemplo, la organización obligó a cambiarse a la rusa Anna Kournikova, que había salido a entrenar con pantalones negros. Negros eran también los calzoncillos del español Marc López por los que la organización le llamó la atención, y negra era la cinta del sujetador que utilizó recientemente la canadiense Eugenie Bouchard, que además de perder en 2015 contra la china Ying Duan fue sancionada por el despiste. Años antes, la organización ya había prohibido al campeonísimo Roger Federer jugar con unas zapatillas blancas...de suela naranja.

Nada ni nadie escapa a la rigidez de Wimbledon, icono de Londres y emblema del Reino Unido. Tanto, que incluso Hitler ordenó a la aviación alemana atacar la sede del torneo durante la Segunda Guerra Mundial. El escenario de Wimbledon sufrió cinco bombardeos, uno de los cuales destruyó la cubierta de la pista central y parte de la grada principal. Como el resto de grandes competiciones deportivas, el torneo no se disputó entre 1940 y 1945, y durante el período bélico las instalaciones funcionaron como centro de entrenamiento militar.

Hitler ordenó a la aviación alemana atacar la sede del torneo durante la Segunda Guerra Mundial. El escenario de Wimbledon sufrió cinco bombardeos

Cuando Wimbledon volvió a disputarse, no obstante, las tradiciones seguían intactas, como siguen hoy. En las gradas del All England Tennis Club el snack típico continúan siendo en 2017 las fresas con nata, aprovechando la proliferación de esta fruta en el inicio de la temporada veraniega. Y no es un tópico exclusivo de la jet: cada año en el torneo británico se consumen 28.000 kilos de fresas y 7.000 litros de nata montada.

Y ojo, porque Marion Regan, la granjera de Kent que cada año provee al torneo, advierte de las consecuencias negativas que podría tener para Wimbledon el Brexit y la limitación de trabajadores comunitarios, a los que emplea cada año en la temporada de recogida. "Somos muy afortunados de emplear a gente fantástica, en general del este de Europa, que vienen aquí durante el verano. Deseo realmente que cuando dejemos la Unión Europea estos geniales jóvenes sigan teniendo la oportunidad de venir a trabajar", dijo Regan esta misma semana en el diario The Guardian. Los avisos de los agricultores alertando del aumento en los precios de la fresa tras el Brexit han sido un tema recurrente durante los últimos meses en la prensa británica, y resurgen ahora con el inicio de la cita deportiva anual.

Tampoco son las fresas con nata la única peculiaridad en lo que afecta al público. Comparte espacio con los helados de gintonic y con las míticas colas que cada día se forman durante la noche para conseguir alguna de las 500 entradas del día que la organización pone a la venta cada mañana. Esta práctica, bautizada solemnemente como La Cola en la propia página web del torneo, también tiene reglamentación específica: entre otras cosas, la guía de espera de la organización recomienda pernoctar cerca de las taquillas, aunque recuerda que en torno a las 6 de la mañana los agentes de seguridad irán "despertando" a los presentes uno por uno, con el objetivo de que guarden los artilugios de acampada antes de la llegada de deportistas y autoridades.

Eso sí, pese a la enorme demanda de entradas (medio millón vendidas en 2016) y el tremendo éxito televisivo (audiencia potencial superior a los mil millones de personas en 200 países), Wimbledon sigue siendo el único torneo que, por pura tradición, no programa partidos en el domingo del primer fin de semana de competición, salvo que sea de extrema necesidad porque la lluvia haya atrasado el resto. A la contra de la lógica empresarial, y a la contra del resto de grandes eventos deportivos, o quizá por ello, Wimbledon sigue sobreviviendo como una cita anual única en el sobrecargado evento deportivo, 140 años después de su inauguración.