Nadie debería escribir esto. Nadie más debería conocer Eslovenia, ni mucho menos su capital, Liubliana. Enclavada entre Austria, Hungría, Italia y Croacia, es una pequeña ciudad en un ínfimo país si se compara con los grandes destinos, como Estados Unidos o el tan de moda Japón. Por eso, cuando se visita se almacena inevitablemente como un oasis y se reescriben otros viajes como espejismos. Por eso, es mejor que sea casi un secreto.

Para resumir, Liubliana es una capital que bien se puede cruzar en bicicleta en menos de media hora, atravesando parques y calles empedradas, un río sobre el que reposan sauces al pie de una colina, con su castillo, con su bandera azul, roja y blanca. Parece una dulzona descripción de un cuento infantil, pero así es.

El viajero bien podría pensar que eso se parece a una ciudad como Praga o Brujas. De esas de las que se suele decir que son de cuento o un decorado. La diferencia es que esas ciudades quieren salir en las postales, y Liubliana sale en ellas, pero siempre con un aspecto de quien no quiere salir en la foto.

Liubliana y Eslovenia se asimilan a la región de los Balcanes, pero en realidad tiene mucho de los países limítrofes y son una amalgama cultural. La ciudad vivió de cerca la guerra que asoló esta parte de Europa en los años 90, pero a una distancia prudente. Declaró su independencia en 1991 y solo sufrió 10 días de asedio yugoslavo, que más pendiente estaba del polvorín que se estaba preparando y explotó poco después. Por eso, porque no hay cornisas ni aceras melladas en Liubliana, también hay una sensación de oasis.

Pero no solo eso ha hecho que sea diferente al resto. Pasear por el casco antiguo es encontrarse con una escala de valores en ocasiones diferentes. Que la plaza del pueblo esté presidida por una estatua de France Preseren (1800-1849), uno de los poetas eslovenos más destacados y autor de su himno (un brindis titulado Zdravljica) dice mucho de la importancia que adquiere la cultura en este país en el que proliferan exposiciones, conciertos y donde la actividad artística entre los jóvenes supera la media de muchos otros lugares.

La ciudad respira sosiego, desde el parque de Tivoli, un gran parque ideal para runners o para montar en bicicleta, flanqueado por lugares de interés como el Museo de Historia Contemporánea o el de Arte Moderno, hasta el mismo corazón de la ciudad, junto al Ayuntamiento, una inocente calle comercial.

El enclave de los tres puentes, del que parten empedradas calles junto al río, con sus cafés, sus músicos, y también el mercado central de Liubliana, diseñado por Jože Plečnik, responsable de gran parte de la arquitectura de la ciudad, son otros de los espacios a visitar para poder disfrutar del día a día de los habitantes de Liubliana.

Al otro lado del mercado, se encuentra el Puente de los Dragones (Zmajski most), en referencia a este animal mitológico que es el símbolo de la capital. Un buen pasatiempo, si no se quiere subir la empinada cuesta hasta el castillo, buscar por la ciudad dragones esculpidos como detalles en fachadas y demás lugares.

¿Dónde comer?

La región de los Balcanes no es conocida por su gastronomía, pero la tiene. Un lugar imprescindible es Gostilna Sokol, cerca del Ayuntamiento. No solo su ambiente relajado y acogedor, por su madera y su luz tenue. También por su carta. Si hablamos de verano, mejor no hablar de la sopa de champiñones que se degusta dentro de un pan (que seguro tomaremos cuando volvamos en invierno), mejor comamos sus deliciosas carnes y degustemos su cerveza artesanal hecha en el propio establecimiento.

Y en el caso de que no queramos carne y prefiramos algo más ligero cerca del río, un lugar apropiado puede ser el Café Romeo. Sus ensaladas y crepes son contundentes, pero de un sabor exquisito y siempre bien coronadas con un cocktail.

¿Qué hacer?

Básicamente pasear por esta pequeña ciudad, pero también tratar de asomarse a sus locales, repletos de creatividad. Entre ellos, uno de los más veteranos es el Sax Pub, donde la cerveza Union o Lasko, las dos grandes marcas del país, se fusionan con el buen jazz.

Pero si hay un lugar único en Liubliana puede que sea el antiguo cuartel militar llamado Metelkova. Junto a una antigua cárcel, hoy reconvertida en hostal, un conglomerado de calles y plazas ha creado una especie de coloridos escenarios underground donde conviven las esculturas callejeras incrustadas en las propias fachadas, la música y otras manifestaciones artísticas.

Una serie y un libro

En Liubliana no hay que quedarse en casa, aunque sí descansar de los largos paseos. Así que una opción es hacerlo con amigos viendo una serie de humor Inside No.9. Puro humor inglés con breves capítulos independientes, para no engancharse más de lo necesario.

La visita a Liubliana no es lo que se dice un viaje al corazón de los Balcanes, pero puede ser una puerta introductoria a la cultura de la región. Así es que, si no logras encontrar un libro traducido al español del poeta Preseren, sería recomendable leer Crónica de Travnik y Un puente sobre el Drina, del Premio Nobel Ivo Andric, en los que se hace un repaso a la historia de la región a lo largo de cuatro siglos.