Hizo prometer a su familia que le abrirían para comprobar que verdaderamente estaba muerto. Le daba pánico que le enterrasen vivo por error. Por eso, cuando el gran compositor Frédéric Chopin falleció a los 39 años, le extirparon el corazón y lo metieron en una vasija con coñac. Su cuerpo fue enterrado en París y su corazón en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia.

Ha sido ese miedo, el de despertar encerrado bajo tierra, lo que ha provocado que un grupo de científicos pudiera investigar su corazón y, tal y como ha publicado American Journal of Medicine, revelar que Chopin no murió de tuberculosis, como cree la mayoría, sino de una pericarditis. "Desde el estado del corazón podemos decir, con gran probabilidad, que Chopin sufría una tuberculosis que le causó una pericarditis, que fue probablemente la causa inmediata de su muerte", han asegurado los investigadores a The Guardian.

La investigación se ha realizado sin abrir el tarro, como había pedido la familia. Han sido unas fibras blancas que recubrían el órgano lo que les ha proporcionado esta información al grupo de científicos encabezados por Michael Witt.

Muerte y destrucción

Durante los últimos años se habían barajado numerosas hipótesis acerca de su muerte, ya que la agonía le duró casi un año. Dicen que Chopin era consciente de que se moría meses antes de su fallecimiento y que tanto alumnos como amigos -uno de los que más acudió fue Delacroix- iban constantemente a visitarle. Fue a ellos a los que les pidió que quemasen todas las partituras que encontrasen firmadas por él tras su muerte.

"Excepto la primera parte de mi método para piano. El resto debe ser consumido por el fuego sin excepción, porque tengo demasiado respeto por mi público y no quiero que todas las piezas que no sean dignas de él, anden circulando por mi culpa y bajo mi nombre", alegó. Al fallecer ninguna de las personas a las que había suplicado la destrucción de su obra hizo nada, todos consideraron que el público iba a ser respetado en cada nota.