Manuel Estrada siempre lleva encima un cuaderno y un estuche lleno de lápices y colores. Nunca se separa de él. Al lado de la cama, en la sala de espera del dentista o durante un vuelo. Éstos también son momentos de creatividad para uno de los diseñadores más reconocidos en España. Estrada recibe a El Independiente en su despacho en el centro de Madrid entre una reunión y otra. Detrás de su escritorio, al lado de la ventana, hay por lo menos tres cajas llenas de colores. Ceras, pasteles. “Diseñar es pensar”, dice.



Vídeo: G. M. Piantadosi

Incluso quien nunca ha oído su nombre lo conoce por haber visto sus trabajos omnipresentes en nuestra vida cotidiana. Las portadas de Alianza Editorial, los envases de Carmencita, el rediseño de la imagen de museos como el de El Greco, el logo del Capitán Alatriste, de Metrovacesa, de la Fundación Repsol o de Bibliometro, por citar unos. Sus cuadernos de bocetos son una obra de arte en sí mismos. Ahí es donde nacen las ideas, donde está el secreto de su proceso creativo. Desde 2010 están de gira y se han exhibido en los principales museos de España y del mundo: Las Palmas, Helsinki, Berlín, Lisboa, Nueva York, Chicago, Bilbao, Miami, Zaragoza y ahora en Segovia. En abril de 2017 el Ministerio de Economía le ha otorgado el Premio Nacional de Innovación y Diseño, destacando su capacidad de incluir criterios culturales en la vida de las empresas.

Pregunta.- ¿Existe el diseño español?
Respuesta.- Los españoles hemos llegado tarde al diseño. Todavía no hemos alcanzado el reconocimiento internacional que goza la creatividad en otros campos, como la gastronomía. Durante muchos años ha pesado la herencia de los grandes pintores del siglo XX. Se hicieron cosas muy feas imitando la estela de Mirò y de sus logos más famosos. Creo que la principal seña de identidad del diseño español es una creatividad a veces incontenible, que si es bien canalizada puede dar resultados magníficos.

P.- Sin embargo el diseño es cada vez más valorado por la sociedad y los consumidores.

R.- Todavía se considera el diseño como un factor artístico, sin embargo su valor es, sobre todo, económico. Hay que cambiar mentalidad. En la enseñanza el diseño empieza a estar por la vía de los hechos. Solo en Madrid hay 17 escuelas y universidades que imparten el grado en diseño. Sin embargo ocurre sin planificación estatal. Algunos de los pocos organismos que promovían el diseño en España, como el DDI (Sociedad Estatal para el Desarrollo del Diseño y la Innovación) y el IMADE (Instituto Madrileño de Desarrollo) fueron cerrados con la excusa de la crisis. La crisis ha estremecido el diseño, relegando entre las cosas innecesarias. Ha sido un error. La función del diseño es mejorar la competitividad de un producto. España no podrá vivir solo de turismo y construcción.

P.- ¿Cómo es la relación con las empresas?

R.- Es apasionante trabajar con una empresa y ver cómo en unos años puede llegar a duplicar su facturación porque has contribuido a evolución de su imagen de marca. Me da incluso más satisfacción que mis diseños sean publicados en una revistas para profesionales, que también me gusta. Pero el diálogo con las empresas no siempre es fácil. Hay que discutir y explicar los proyectos. De entrada algunos clientes desconfían de un componente demasiado cultural. Pero al final se dan cuenta que el factor cultural no choca con el factor productivo, más bien se suma a él. Es un trabajo de persuasión muy personalizado. Queda mucha pedagogía por hacer. Según una encuesta que se hizo hace tres años en DIMAD, el 50% de las empresas de Madrid, pero es extrapolable al resto de España, reconoce no haber recurrido nunca al diseño.

P.- ¿Qué ha aportado la tecnología al diseño?

R.- Me parece que es una boda y divorcio a la vez. El diseño lo único que ha ganado con los soportes digitales es rapidez, pero en cambio han empobrecido la gráfica. La tipografía es muchos menos importante que antes porque la vemos en cuerpo 9, o sea en tamaño muy pequeño, cuando los diseños están pensados para ser expuestos y vistos en en carteles, periódicos o revistas. Además usamos unos emoticonos que son cada vez más feos, más pobres y menos interesantes. Están contaminando la gráfica de los logos, de los signos gráficos y no porque no haya interés por parte de los profesionales para mejorarlos, sino porque vivimos en una reducción de nuestro universo pictográfico.

Antes de despedirse Estrada recuerda los encuentros que más le han marcado en su carrera profesional. El italiano Bruno Munari, “imprescindible para entender qué es el diseño”, el holandés Bob Norda “me enseñó en manera resumida algunas cosas importantes”, Alberto Corazón, Daniel Pla-Narbona además de su amigo y maestro Daniel Gil, del que ha recogido el testigo al frente de la creación de las portadas de Alianza Editorial, “siempre muy gratificantes”, dice Estrada. Entre sus proyectos para el futuro está la participación al concurso del Museo de las Colecciones Reales del Museo del Prado que se estrenará a principio de 2020.