Hoy hace catorce años que nos dejó Antonio Vega. Los que vivimos la “mili” obligatoria, sabemos lo que pudo llegar a cambiar la vida de todos aquellos jóvenes. Yo fui excedente de cupo, y pude comenzar en la radio justo ese año. El “baby boom” de mi reemplazo me apartó de una carrera, probablemente, militar. Más raro se me hace imaginar al recluta Antonio Vega, en 1977 en Valencia mirando unas obras mientras compone una canción que forma parte ya de la vida de todos: La Chica de Ayer.

Se convirtió en “himno de la movida” (sí, hay bastantes más) pero en este caso con toda la razón. Era una canción sencilla, con una letra que todos podíamos haber vivido y una rueda de acordes original, compuesta a la guitarra, claro. La única compañera en las tardes de Facultad, en el campo de rugby. ¿Qué Facultad? Da igual. Primero fue Arquitectura, luego Física, luego Aeronáutica… Si el muchacho tenía un cociente intelectual de más de 150 (dato oficial según su psiquiatra) no iba a perder el tiempo con cosas banales como construir puentes o aviones. Su alma estaba destinada a proveernos de cosas mucho más sustanciales, en lo emotivo al menos. Nos creó nada menos que un sitio para nuestro recreo.

Pueden verse miles de notas de colores que ahora reposan en dieciséis álbumes propios de sus diferentes etapas, y en decenas de versiones de sus temas que han hecho otros. En algún caso lo hicieron grandes como Los Secretos de su amigo Enrique Urquijo, que dejó este mundo en un portal por culpa del mismo fantasma inyectable. En las letras se pueden leer mejor que en cualquier libro las andanzas que hacían que lo más sórdido se mezclase con la divinidad. Agárrate a mí, María.

Su discográfica lanzó en 1993 un álbum “homenaje” llamado “Ese chico triste y solitario”. Nunca se había lanzado un álbum de este tipo con el homenajeado todavía vivo. Éticamente fue muy discutido, pero la constelación de estrellas que participó desinteresadamente poniendo talento y voz a sus canciones sabía muy bien que el motivo no era despedirle, sino ayudarle. Rosendo, Tam Tam Go, Cómplices, Fangoria, Gabinete Caligari, Ramoncín, Duncan Dhu, Manolo Tena y hasta su propia familia en Nacha Pop (más tarde, Rico) entre muchos otros, sabían que todo el dinero que le entraba desde la SGAE, salía por sus venas. Así que sin hacer de eso una causa pública, se pusieron manos a la obra para ayudarle a salir del agujero. Así lo cubrimos en aquel Canal Plus que apostaba por la música en los originales 90.

Por razones de bambalinas de este curioso espectáculo de la industria musical, no participó en ese homenaje el gran Miguel Ríos. Él lo hizo de otra manera, que agradecimos mucho.

En las distancias cortas, ni triste ni solitario. Eso dicen los que compartieron con él más de una noche en el Penta. Solitario no pudo serlo, porque siempre estuvo rodeado de personas que “se engancharon” con él. En algunos casos como el de sus parejas, en sentido literal. Yo le creí cuando me aseguró en entrevista sumarísima que hasta los 22 años de edad no había tocado las drogas. Hay quien es capaz de narrar con exactitud y casi cámara lenta lo que ocurrió la noche de su primer pinchazo, presuntamente de manos de Tesa, de Zombies. Ella culpa a Carmen, su novia, del tema. Dió igual. Al final, las malas compañías las formaban seres perdidos, no tan culpables como víctimas de sus propios vacíos. Lo único cierto es que Antonio se fue consumiendo, dosis a dosis, hasta hacer imposible que continuara adelante Nacha Pop, uno de los grandes nombres de la música española. Dichosos los que les vimos todavía juntos en Jácara en el 88.

Que se disolviese sin mechero Nacha Pop fue el batacazo que la oportunista drogadicción esperaba para mandar al suelo a nuestro artista. Tocó fondo mientras, entre dosis, se miraba al espejo y se maldecía. También a pregunta mía jamás olvidaré cómo sentenció como falsa la ilusión de euforia que causan esas sustancias. “No es cierto. Crees que estás arriba, que eres más creativo, que puedes con todo, pero lo cierto es que estás cada vez más hundido”, reconoció. Su extraordinaria inteligencia y hacerlo junto a Marga del Río, su pareja, le sacó del hoyo. Pero ¡ay! el destino quiso que recibiera la profunda patada de la muerte de ese ser con quien emergió de las profundidades. De esa sí que no se recuperó.

El declive era tan evidente y largo como el último abrazo que dio, bajándose del escenario, a Teresa

Aunque lo negaba sistemáticamente, el declive era evidente y largo como el último abrazo que dio, bajándose del escenario, a Teresa, la que fue su esposa durante casi dos décadas. Ella ya supo que era casi una despedida. Así lo contó, y así fue.

En su capilla ardiente, que estuvo instalada en la sede de la SGAE que le mantuvo, pusieron una guitarra, un piano y una batería por si alguien se animaba a homenajear in situ al difunto. Precisamente ánimo no sobraba. En un sepelio se suele decir que es una gran pérdida. En este caso lo veo y lo doblo. Alguien le preguntó una vez por qué estaba siempre triste en el escenario. Él respondió “porque el mundo se me queda pequeño”. Está claro que sin él, el de la música, lo es más.