La Celestina es uno de los principales personajes de la literatura española de todos los tiempos. Una montaña que sobresale por encima de otras cumbres aunque, a veces, se la divise más al fondo que a otras. Pero siempre está ahí, en la necesidad de nuestras vidas. 

La Celestina siempre vuelve, en un insondable misterio de la soledad del tiempo, alzándose en la rigurosidad de títulos que se representan constantemente. Se hace ver, se hace notar, pese a la dificultad del texto en sí mismo, de las disquisiciones de si es teatro, narrativa, tragicomedia, comedia humanística o diálogos para ser leídos en voz alta. Es uno de esos personajes que cualquier actriz que se precie quiere interpretar a lo largo de su carrera. 

En este caso lo asume, y excepcionalmente bien, Anabel Alonso, en una luminosa caracterización a la que no le quita un ápice de intensidad y que, al mismo tiempo, dota de unas ganas de vivir, de energía, de mujer con los pies en el suelo, pero también emocional, con sus dudas, sus agonías, territorios inexplorados. 

La versión del texto de Fernando de Rojas corresponde a Eduardo Galán, en una clara apuesta por sobrevolar por encima de tragedias, silencios, llantos, intrigas. 

Con una escenografía que me recordaba a las azoteas donde los amantes suben a consumar su amor sin testigos, el texto de La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Melibea atraviesa los recuerdos de montajes anteriores y nos ofrece esta puesta en escena que se convierte en un universo propio. 

Tragedia luminosa

Contiene la tragedia Antonio C. Guijosa, en una dirección que hace de la esencia del argumento algo eterno. Los protagonistas no se estrellan contra el suelo, son el reflejo de su pasión, capaces de volar en un sueño de amor, pasión ardiente. No son los lamentos los que priman, es la premura de hacer lo que se siente, de no tener que arrepentirse, a pesar de las consecuencias funestas. 

Son numerosas las diferentes versiones que se hicieron de La Celestina, entre otras cosas, debido a su éxito popular, y el texto adquiere la inmensidad de las grandes historias que, finalmente, muy pocos han leído, pero raro es quien no la conoce.

Por eso insto a que esta nueva Celestina, a pesar de su denominada irrepresentabilidad, forme parte en la personalidad de Anabel Alonso con la misma categoría de sus anteriores intérpretes, como fueron Julia Caro Delgado, Margarita Xirgú, Amparo Villegas, Virginia Manzano, María Jesús Valdés, Irene López Heredia, Irene Gutiérrez Caba, Manuela Cassola, Amparo Rivelles, Jeanne Moreau, Isa Danieli, Charo Soriano, Nati Mistral, Nuria Espert, Gemma Cuervo, Carmen Gallardo, Charo López e, incluso, José Luis Gómez en sus diferentes versiones exclusivamente teatrales. 

Porque todos tenemos algo de Celestina, todos de Quijotes o Sanchos, todos de Segismundo, o Pedro Crespo, Bernarda Alba, Max Estrella, don Mendo,… personajes inconmensurables que siempre tienen algo que decir, aunque el texto no tenga variaciones. Cumbres de nuestra historia dramatúrgica. 

LA CELESTINA

Texto de Fernando de Rojas adaptado por Eduardo Galán

Reparto: Anabel Alonso, José Saiz, Víctor Sainz, Claudia Taboada, Beatriz Grimaldos, David Huertas

Escenografía: Mónica Teijeiro

Música original y espacio sonoro: Manuel Solís

Una producción de Secuencia 3, Pentación y Saga Producciones con el Teatre Romea de Barcelona

En el Teatro Reina Victoria de Madrid