En aquel confesionario se escuchaban algo más que pecados. Entre el penitente y el sacerdote, las miserias humanas en busca de perdón divino se entremezclaban con negocios oscuros. A un lado, mujeres desesperadas, asustadas y dispuestas a cualquier cosa por sobrevivir. Al otro, un religioso que llegó a cardenal y que no dudaba en vender pócimas mortales en pequeños frascos de agua vendita mientras impartía la absolución.

La vida en la Roma de mediados del siglo XVII no era fácil, en especial para las mujeres. Su destino estaba marcado. Se casarían a partir de los 14 años con hombres que les triplicaban la edad. A partir de entonces, su único objetivo en la vida sería traer hijos al mundo. Y guardar silencio. Cuando no era un parto el que acababa con su vida lo sería un ‘accidente doméstico’. La violencia contra ellas no tenía castigo, el feminicidio era legal. La mejor noticia en la vida de una mujer era enviudar.

En ello se empeñaron muchas. La clave estuvo en aquellos pequeños frascos divinos que proliferaban en los rincones oscuros en un comienzo y en los palacios más nobles poco después. Aquellas gotas con las que acabar con el sufrimiento, con el maltratador, ocultaban una fórmula aún hoy misteriosa: la Acqua Toffana.

La escritora Vanessa Montfort ha dedicado mucho tiempo a investigar esta desconocida historia que la Inquisición quiso ocultar y la Roma de la época borrar para la historia. Ahora la ha convertido en una novela, ‘La Toffana’ (Editorial Paneta) en la que relata la historia de una saga de mujeres que encontraron una salida y un negocio, en el envenenamiento de los hombres en la que terminaría siendo conocida como ‘la ciudad de las viudas’: Roma.

600 hombres envenenados

Los archivos y documentos encontrados por Montfort constatan que fueron alrededor de 600 los hombres que fueron asesinados con esta fórmula mortal. “Aquellas mujeres veían en la acqua Toffana una forma de sobrevivir en una ciudad en la que el feminicidio estaba a la orden del día”, señala.

El origen de esta historia, de la que surgiría la que es considerada la primera asesina en serie de la historia, hay que situarla en Theohania D’Adamo. Alquimista y boticaria, preparó la primera fórmula con la que envenenó a su marido. Lo hizo después de que le hubiera amenazado con asesinarla junto a su hija Giulia y tras una vida de maltratos. Siendo apenas una niña, ésta había aprendido de su madre las nociones básicas que desarrolló después en el laboratorio que instaló en el Convento de las Siervas de Jesús, a cuyo cargo la dejó su madre antes de ser detenida y ajusticiada.

Vanessa Montfort, autora de 'La Toffana' (Editorial Planeta)

Giulila sería una reconocida química. Nunca pudo borrar de su recuerdo la tragedia doméstica que padeció su madre y tantas mujeres de la época. Fue ella la que desarrolló aquel intento por sobrevivir que su madre puso en práctica con su padre. De su laboratorio salió la ‘acqua’ que llevaría su apellido, la ‘Acqua Toffana’. Aquella fórmula mejorada de la pócima empleada por su madre fue creada entre los muros de un convento. Terminaría siendo el secreto más codiciado de toda Roma.

Fue su hija ilegítima, Girónima, la encargada de extender su distribución hasta los niveles más altos de la Iglesia y política romana. El sentido de justicia arraigado en su madre y la necesidad de ayudar a otras mujeres a salir del infierno doméstico que padecían hizo que su demanda pronto se disparara. “Le llamaban la ‘Virgen negra’. Se comenzó a rumorear en los confesionarios, donde los sacerdotes escuchaban alarmados los testimonios de las mujeres. Hablaban de una suerte de perchería peligrosa, de una ‘Virgen negra’ que ayudaba a las mujeres en Roma”, asegura Montfort.

Ajusticiadas por la Inquisición

No siempre eran las esposas las que daban el paso. “En algunos casos eran las suegras las que decidían hacerlo a la salida de los maridos de la cárcel antes de que mataran a sus hijas. Hubo casos de hasta cuatro hombres muertos de una misma familia”. Giulia y Gerónima, junto a su amiga Giovanna De Grandis, lograron extender el negocio de las pócimas hasta el mismo corazón de la alta sociedad del papado romano, la corte. Aquella vía de escape mortal para las mujeres más pobres también empezó a ser solicitada por esposas de las capas más altas de la sociedad.

Cuando fueron descubiertas, la Inquisición puso en marcha una profunda investigación. Interrogatorios y torturas para descubrir que aquellas mujeres habían participado en una suerte de negocio piramidal para acabar con hombres violentos. Las actas, con más de 640 páginas, en las que Montfort basa ‘La Toffana’ recogen los interrogatorios y torturas a las que fueron sometidas.

No fueron las únicas condenadas a morir. Entre las clases más humildes, quienes formaron parte de aquella cadena mortal también fueron ajusticiadas en plaza pública: “En el Campo di Fiori, famosa por sus hogueras y picotas, se llegaron a hacer turnos de 16 hogueras y picotas para ajusticiar a las mujeres que recurrieron al acqua Toffana”. Montfort afirma que en el caso de las mujeres vinculada a clases nobles el castigo fue un arresto domiciliario o un exilio en un palacio de verano para el Cardenal Colona que vendía frascos en su confesionario.

El olvido de la 'damnatio memoriae’

Cuando fueron detenidas, las mujeres de Roma salieron a la calle para pedir su libertad. Pero el Papado no iba a permitir que la opinión pública las apoyara. Bastó soltar el infundio de que habían envenenado el río Tiber a su paso por Roma. Funcionó para que pidieran su cabeza.

La historia del ‘acqua Toffana’ es la de tres generaciones de mujeres en las que la muerte pasa de ser en defensa propia en el caso de la abuela Theofania D’Adamo a la de “una psicópata justiciera con sus razones”, en el caso de su hija Giulia Toffana: “Su patrón era propio de un asesino en serie que buscaba proteger a las mujeres de los hombres como su padre”. Y finalmente el caso de la nieta, Girónima con la que se les va de las manos. “Ella no era una mujer de ciencia, se movía en un mundo mercantilista, frío. Nunca se arrepintió. Se cuenta que soltó sapos y culebras antes de morir”.  

Está historia hasta ahora casi desconocida, termina con el intento de perpetuar el olvido. La condena a muerte no fue suficiente. Había que aplicarles la desmemoria histórica, la ‘damnatio memoriae’, una práctica de la antigua Roma por la cual nada recordaría a aquellas condenadas: ni una lápida, ni un registro oficial, ni el recuerdo. Envenenar su memoria sería el final de una de las tramas de asesinatos en serie más antiguas de la historia.