Son los guerreros de la playa. Con la campanilla despiertan, del sueño y el hambre.

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Pongamos el caso de una siesta en la orilla de la playa del Cabo de la Plata de Zahara de los Atunes (Cádiz). Los textos de las secciones periodísticas veraniegas tienden a lo alambicado, excéntrico e incluso anormal. Costumbres como la siesta quedan arrumbadas, y en una imaginaria encuesta sería lo que más relacionan los viandantes con el verano. O mejor, con el veraneo.

(Buenas tardes, Maribel, ha llegado el del bombón helado)

Pues bien, siesta en la playa. A eso de las 5 y media; niños risueños jugando al borde, pero sin alcanzarlo, del ruido que quiebra el sueño. Sin embargo, el aperitivo en el Mercado sí que ha estado a punto de extralimitar la libertad de movimientos y el ambiente respirable. Lleno absoluto, colas en los puestos y mucho cachondeo cuando se cantan los nombres para recoger los pedidos sin que acuda el interesado: "¿Luis Fernando?, ¿Luis Fernandoo?, ¿Luis Fernandooo?".

Cuando finalmente se persona para llevarse los platillos de gambas y gildas -hay que ver el boom de la gilda, ni que fuera el torrezno de la capital-, con hechuras y acento claro de otros lares, prorrumpe la ovación del resto de la clientela, con la miel (o la mojama, en este caso) en los labios por no ser ellos el Luis Fernando que corean inmersos en el alboroto y cuando ya los hielos de los cubos de botellines sirven con descaro para refrescar cualquier parte del cuerpo.

(Buenas tardes, Maribel, ha llegado el del bombón helado)

Del Mercado a la playa hay un paseíto. El levante -no se ha ido el levante en toda la primera quincena de agosto, apenas unos diíllas contados- mantiene también el calor fuera. Sumisión absoluta a la siesta de salitre y arena: se parecen, pero no es exactamente la misma arena en todas las playas populares de esta parte del litoral gaditano. Hasta que irrumpe de lejos el tintineo. El primer recuerdo, instantáneo, es a la liturgia de la comunión; cosas del sueño. Pero no, ya divisamos a los guerreros de los pasteles. En pareja: uno encargado de la portavocía, el otro portando el género.

(Buenas tardes, Maribel, ha llegado el del bombón helado)

Traen el bombón helado. O eso es de lo que informan a una inventada Maribel, que acaso fue en sus tiempos fiel cliente en esta playa de Zahara. La dan las buenas tardes y te despiertan. La entonación es fina, teatralizada; cambia la voz sin duda cuando se produce el canje.

El bombón helado es el de la toda la vida, el tradicional, como la siesta de los veraneos corrientes; pero hay otra caja en el porte.

-¿Qué lleváis ahí?

-Muy bueno, pisha. La bomba de nutela (Nutella), la de chocolate, la de chocolate blanco, el schucho de crema...

-¿Qué es un schucho?

No hay respuesta. Ha llegado otra animadísima clienta -podría llegar incluso a ser la mismísima Maribel- con el monederito en la mano. Suenan todas las alarmas de la envidia; a mediados de agosto e incapaz de haberme gestionado un monederito, bolsito u cualquier otro portaobjetos de dudosa procedencia etimológica que me permita no cargar a manos llenas las monedas, el móvil y las llaves del carro y la casa. Mucho más lista la presunta Maribel, y ejecutiva: ya ha pedido para la unidad familiar un envidiable surtido de pasteles para la merienda. El éxtasis de la confitería.

(Buenas tardes, Maribel, ha llegado el del bombón helado)

Una de las grandes diferencias con el ajetreo laboral de Madrid es que por aquí no se perdona la merienda. La merienda dulce, de cafelito con leche acompañando al pastel, al crepe, a la palmera, hay de todo. No sustituye a la cena, es un dulce preludio. Tradición imperdonable, no sólo del veraneo.

Y cuando creemos que todo ha pasado, otro tintineo en la lontananza de la orilla, con más gente porque se vuelve a la playa tras comer en casa.

-¡¡El agua, la cerveza, el Coca-Cola!!

El Coca Cola en masculino. Muy de Cádiz. El Fanta.

Cumbre.

En la cuestión del género en el consumo, y en lo que respecta a Madrid, al hilo del Coca-Cola y el Fanta, hay un caso inadmisible de todo punto. Se dice el doble de cerveza, no la doble. Dame un doble, por favor; no una doble. Porque el vaso tiene el doble de capacidad. Para inmortalizarlo, vayan a la esquina de José Abascal con Ponzano, a ver cómo se llama el legendario bar. El doble, "el Coca-Cola".

(Buenas tardes, Maribel, ha llegado el del bombón helado)

Estas tradiciones del veraneo, echarse la siesta, comprarse un bombón helado, quedan abortadas cuando tienes que salir pitando porque llega el fuego. Inconcebiblemente. Nadie lo puede comprender. Al día siguiente, miras el monte y parece que estás en Lanzarote, no en Tarifa. Una calamidad. Se desatan los inventos. Lo han quemado a posta para hacer una urbanización. Lo hacen para focalizar toda la atención en la seguridad ciudadana en esa zona en llamas y dejar libre de vigilancia allí donde el trapicheo a distintas escalas tiene la autopista despejada. Un sinsentido atroz que al menos sirve para darnos cuenta de todos los que nos cuidan cuando el azote del viento hace imparable el horror.

Sudando porque aprieta ("pero ayer con el levante hacía el doble de calor"; pues no sé cómo sería entonces el levante y el calor de ayer, entonces), el joven vendedor llora un poco con la bajada de ingresos. Seiscientas botellas, cuando otros años habrían sido mil. De improviso, aparece la competencia y confirma el mal verano en ventas en la playa.

En La Fontanilla de Conil hay otro cajón más señorial, que esconde napolitanas, cruasanes y carmelas, delicioso bollito con su crema pastelera y su azúcar glas. En la de Los Lances de Tarifa, palmeras. Más el arsenal de bombas, donuts y schuchos que se venden como churros, que no hay.

-¿Qué es un schucho?

(Buenas tardes, Maribel, ha llegado el del bombón helado)

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