Ir a la playa con una máscara que le cubre a uno el rostro como si fuera a atracar un banco parece una decisión extraña, teniendo en cuenta que al mar se va a tomar el sol y a sentir la brisa marina en la piel. La protección 50+ parecía el arma definitiva contra las quemaduras y el cáncer de piel. Pero en China han ido más allá. Hace más de veinte años que el llamado carakini o facekini comenzó a verse en las playas del gigante asiático, aunque es ahora cuando se ha convertido en un negocio millonario que admite versiones lujosas y que incluso ha despertado las susceptibilidades del todopoderoso Partido Comunista.

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Según The Economist, las ventas de artículos contra los rayos ultravioleta superaron en China los 80.000 millones de yuanes (algo más de 9.500 millones de euros) en 2024. Dentro de ese mercado, los carakinis crecieron un 50 por ciento en solo un año. Lo que comenzó como un accesorio de playa barato, reservado a mujeres mayores que querían nadar sin broncearse, se ha transformado en un producto de diseño que acompaña la ropa de oficina o el equipamiento deportivo. Empresas como Beneunder, fundada en Shenzhen hace poco más de una década, junto con marcas de moda y deportivas como Anta o Li-Ning, compiten hoy por un nicho cada vez más rentable.

Por su blanca palidez

La popularidad del carakini, sin embargo, tiene historia. Su inventora, la diseñadora Zhang Shifan, lo concibió en 2004 tras la petición de una clienta que buscaba protección frente a las picaduras de medusa y el sol. La prensa internacional lo descubrió en 2012, cuando imágenes de bañistas en Qingdao con máscaras de colores llamativos circularon por todo el mundo. Los medios occidentales describieron entonces la mezcla de desconcierto y comicidad que producían esas escenas, en las que un paseo por la playa podía recordar más a un atraco o a una película de superhéroes de bajo presupuesto.

El trasfondo cultural ayuda a entender su éxito. En China, la piel bronceada ha estado tradicionalmente asociada al trabajo agrícola y, por tanto, a una posición social baja. La blancura, en cambio, se percibe como signo de prosperidad y cuidado. “El color de piel es un indicador de estatus”, explicaba en 2012 a NBC la estudiante Alina Zhao, aludiendo a una lógica que se ha mantenido con fuerza pese a la globalización de los cánones estéticos.

El facekini también ha conocido etapas insólitas. En 2014 apareció en la revista CR Fashion Book como pieza de alta moda, y en 2015 y 2016, Zhang Shifan lanzó colecciones inspiradas en la Ópera de Pekín o en animales en peligro de extinción.

Tras la pandemia, su adopción se amplió. La familiaridad con las mascarillas sanitarias facilitó que los cubrimientos faciales de uso cotidiano dejaran de percibirse como extravagantes. Hoy, muchas consumidoras los integran en rutinas de cuidado de la piel o los combinan con prendas urbanas. El Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista, ha advertido contra lo que denomina “ansiedad por la protección solar”, pero el mercado parece ir en sentido contrario.

Veinte años después de su invención, el facekini ha dejado de ser una rareza veraniega para convertirse en símbolo de consumo y estilo de vida. Nacido como solución práctica contra el sol, transformado luego en objeto de moda y ahora en negocio multimillonario, su recorrido ilustra la reinvención de las obsesiones culturales, en este caso el significado de la piel clara en china.

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