Elvis da la bienvenida a los turistas junto al icónico cartel Welcome to Fabulous Las Vegas, que desde 1959 recibe a los visitantes de la ciudad del condado de Clark en Nevada, la icónica capital mundial del juego. Disfrazado del rey del rock, Mark Rumpler, de 66 años, no pierde la sonrisa, pero sobran las razones para hacerlo. El verano ha sido muy duro, reconoce al New York Times, que incluye su testimonio en un amplio reportaje sobre la decadencia de Las Vegas. Uno de los muchos que se vienen publicando en las últimas semanas. La ciudad que había hecho del exceso su principal negocio atraviesa una sequía de visitantes que amenaza con devolverla al polvo del desierto, como aquellos viejos hoteles dinamitados al final de Casino, la película de Martin Scorsese.
Los datos son elocuentes. Desde Las Vegas Convention and Visitors Authority (LVCVA), órgano supervisor del turismo de la ciudad, calculan que el número de visitantes se ha desplomado un 12 por ciento en lo que va de año respecto a 2024. Son seis meses seguidos de caídas, según CBS News, y casi dos millones de pasajeros menos en el aeropuerto Harry Reid. Los bares cierran antes, los camareros ven recortados sus turnos y los porteros de casino encadenan dobles jornadas para completar el sueldo. "Solíamos estar ocupados hasta las tres o cuatro de la mañana. Ahora a la una y media esto está muerto", resumía hace unos días Larry Turner, trabajador del hotel casino Four Queens desde 1983, en el programa On Point de la radio pública WBUR de Boston.
Desayunos a 100 dólares, un cubo de cervezas a 300
¿Cambio de hábitos, retroceso del ocio nocturno, como sucede en buena parte del mundo desarrollado? Puede ser. Pero la mayoría de turistas se quejan de lo mismo: Las Vegas es muy cara. El New York Times recoge la protesta de Thomas Stüttgen, un turista alemán que pagó 100 dólares (unos 85 euros) por un desayuno que en su país le costaría, como mucho, 25 euros. Botellas de agua mineral a 26 dólares, cubos de cerveza a casi 300 (algo más de 250 euros), tarifas extra de 50 dólares por usar la piscina del hotel aunque no se toque el agua, 20 dólares la hora de aparcamiento en el Strip... Son quejas recurrentes en TikTok y en foros de viajeros. El mito de la ciudad barata y el todo incluido es cosa del pasado.
La inflación es el producto del éxito desmedido en los últimos años y la avaricia de los empresarios. Tras la pandemia, Las Vegas vivió un espectacular efecto rebote: Fórmula 1 en 2023, Super Bowl en 2024, el estreno del Sphere con U2, hostelería disparada. "El verano de 2024 fue el mejor de nuestros 53 años de historia", admitía Jonathan Jossel, director del Hotel Plaza, en la WBUR. Pero "los árboles no crecen hasta el cielo" y el subidón da paso ahora a la resaca. Los hoteleros elevaron los precios al calor de la demanda y ahora muchos clientes han dicho basta.
"En algunos casos nos pusimos demasiado agresivos", reconoce Sean McBurney, directivo de Caesars, en declaraciones al Times. Su cadena pasó de ofrecer buffets de 29 dólares a "experiencias gourmet" de 90. "Pero también hay que decir que en Las Vegas sigue habiendo valor", defiende, en referencia a las promociones de temporada, que prometen multiplicarse en el último trimestre de 2025 para intentar salvar el año.
El propio Steve Hill, presidente de la LVCVA, trata de transmitir tranquilidad. "No estamos contentos con el descenso, pero estamos tomando medidas", declaraba a CBS News. Entre otras, los paquetes de hoteles que eliminan recargos, como Resorts World o el Sahara, y campañas publicitarias con influencers para reforzar la imagen de que Las Vegas ofrece turismo de calidad y barato. Sin embargo, la respuesta en redes al nuevo eslogan municipal fue lapidaria: "Añadan a la campaña: ‘Resort fees de 25 dólares y cócteles a 30'", sugirió un comentarista.
Una depresión con un nombre propio: Donald Trump
El golpe más sensible ha sido la pérdida de turistas internacionales. Canadá, primer mercado emisor, ha recortado un 18 por ciento sus llegadas a la ciudad, según cifras oficiales. "Ha pasado de ser un grifo a ser un goteo", lamentó recientemente la alcaldesa Shelley Berkley en rueda de prensa. Sucede lo mismo con México, cuyos high rollers –los clientes de los casinos que apuestan a lo grande– directamente han dejado de viajar. Nadie quiere que le pille una redada del ICE y acabar por error en una cárcel de El Salvador...
"Es una Trump slump" (depresión), resumió Diana Valles, líder del sindicato de hostelería más poderoso de Las Vegas. El desplome del turismo se explica por muchas razones, pero la política migratoria y los choques con los vecinos del norte y el sur han pesado como nunca.
Las tensiones políticas –incluida la amenaza trumpiana de declarar Canadá "el estado número 51" de la Unión– se han sumado al miedo a volar tras una serie de accidentes aéreos. El Daily Mail advertía que el cierre del Gobierno Federal y la falta de controladores podría ahuyentar todavía más visitantes. Para una ciudad donde un tercio del PIB depende del turismo, la combinación es letal.
Menos turistas, menos dinero, menos empleo
La primera consecuencia se mide en puestos de trabajo. "Un diez por ciento menos de turistas es dinero de propinas que ya no entra", señalaba Tick Segerblom, comisionado del condado de Clark, en el completo reportaje radiofónico de la bostoniana WBUR. El descenso de camas ocupadas repercute en toda la economía local: menos camareras de piso, menos taxistas, menos propinas en las tiendas de suvenires. Fernanda Orozco, encargada de una de ellas en la céntrica Fremont Street, lo explicaba al New York Times. En 2024, un sábado de verano podía facturar más de 20.000 dólares. Este año ha llegado con dificultad a los 3.000. Además, "muchos de nuestros trabajadores temen despidos o recortes de jornada, y miedo por su estatus migratorio. Hay estrés, incertidumbre y temor a redadas". Una tormenta perfecta.
La otra cara de la crisis son las ofertas. "Hay que llenar las camas", admitió el comisionado Segerblom. Caesars ha lanzado un paquete de 300 dólares con dos noches en pleno Strip y 200 de crédito gastronómico en sus restaurante. El Plaza, en pleno Downtown, ofrece un todo incluido con comidas y bebidas por 125 dólares. MGM recuerda que en el Excalibur aún se pueden encontrar habitaciones por 85 dólares con resort fee incluido. "Es una oferta de valor que merece la pena. El error ha sido dejar que la narrativa se nos escapara. Shame on us", declaraba el consejero delegado de la compañía, Bill Hornbuckle, a CNBC.
La banca siempre gana
La capital del entretenimiento, que siempre había sobrevivido a crisis y recesiones, se ha convertido de pronto en el termómetro de la economía estadounidense. Para algunos expertos, la crisis de la ciudad es indicativa de lo que puede suceder en el resto del país. En este caso, lo que sucede en Las Vegas no se queda en Las Vegas. "Lo que pasa aquí es un indicador adelantado de la economía de Estados Unidos", asegura Andrew Woods, de la Universidad de Nevada, en el New York Times. Si desciende la confianza del consumidor, la primera víctima es el gasto en ocio. Jeremy Aguero, analista económico, lo matiza: "Los problemas son cíclicos más que estructurales. Pero el riesgo cabe el riesgo de que los visitantes dejen de sentir que reciben un buen retorno por su dinero".
Mientras tanto, el juego resiste el embate de la crisis de visitantes. Nevada registró en julio 1.360 millones de dólares en ingresos de juego, algo más de 1.150 millones de euros. Esto supone un 4 por ciento más que el año anterior. Menos turistas, pero más gasto por cabeza. El modelo se sostiene, de momento, a base de ordeñar al cliente fiel en las mesas y las tragaperras.
¿Se muere Las Vegas? Quizá no. Pero la versión actual parece haber olvidado su promesa original: la escapada barata y excesiva donde todo es posible, sea uno rico o pobre. La ciudad del exceso puede sobrevivir a la aceptación colectiva de que su glorioso y legendario pasado –los viejos e icónicos neones, la nostalgia de la mafia y el Rat Pack, los buffets de dos dólares– ya no volverá, pero la transición a destino inasequible es menos verosímil. Sobre todo si todo el mundo que la visita, ludópatas aparte, tiene la sensación de que la experiencia no compensa el precio.
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