Yorgos Lanthimos lleva una década explicando lo inexplicable: qué pretende, de qué va su cine, por qué sus personajes hablan como androides que acaban de descubrir la crueldad. Ahora parece harto de hacerlo. Durante una charla en el Festival de Londres con Jesse Armstrong, creador de Succession, el director griego bromeó con delegar sus obligaciones promocionales a un clon de inteligencia artificial. "¿Tengo que decir lo mismo mil veces?", se preguntó en voz alta. "Haré un avatar y lo enviaré de promoción".

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La idea, casi una confesión involuntaria, fue celebrada entre risas por el público. Pero lo cierto es que Lanthimos se ha convertido en una figura prestigiosa y, por tanto, condenada a la repetición: seis meses de rodaje, otros seis de montaje y medio año más explicando en festivales por qué su cine no es tan raro como parece. "No es lo que más me gusta ir por ahí contándole cosas a la gente", admitió. El hombre que filmó Canino o La favorita empieza a parecerse a sus propios personajes: alguien que repite el mismo ritual sin saber muy bien para qué. El director atrapado en la jaula de la promoción, un circuito en el que el creador debe fingir entusiasmo eterno por su propio discurso.

Un "dictador bueno" contra la extrema derecha

Pero Lanthimos no se limitó a hablar de IA. Poco antes, en el mismo encuentro, soltó que el mundo necesita "un dictador benevolente" capaz de frenar el avance de la extrema derecha. Armstrong, con reflejos de guionista, le devolvió la ironía: "Primero quieres una dictadura y ahora un doble digital para hablar de tus películas". El griego no se dio por aludido. Insistió en que, a su juicio, "·la izquierda no ha encontrado todavía una forma de asumir la responsabilidad de hacer el bien".

Mientras tanto, Bugonia, su nueva aventura con Emma Stone, sigue dividiendo a la crítica. Estrenada en Venecia y ahora en el BFI de Londres, la cinta presenta a la oscarizada actriz como una ejecutiva despiadada secuestrada por dos hombres convencidos de que es una alienígena empeñada en destruir la Tierra. Jesse Plemons interpreta a uno de ellos: un apicultor obsesionado con las conspiraciones y la extinción de las abejas, decidido a "salvar el planeta" a su manera. La historia, escrita junto a Will Tracy (Succession), es un remake de la coreana Save the Green Planet! (2003), pero con una dosis de sátira corporativa y un humor negrísimo que roza la autoparodia.

El director que se repite, no solo en las ruedas de prensa

La crítica británica ha sido menos entusiasta que con Poor Things. Peter Bradshaw, en The Guardian, la describió como "una comedia macabra con un solo golpe de efecto". Quizá su chiste sobre el avatar promocional revele cierta fatiga creativa: el director premiado que debe ofrecer siempre la misma rareza explicada con las mismas palabras. En eso, curiosamente, se parece a sus propios personajes: criaturas atrapadas en sistemas absurdos, que obedecen sin saber muy bien por qué.

Tal vez por eso el griego fantasea con una "dictadura benevolente": alguien que, por fin, nos ahorre el trabajo de pensar. O con un doble digital: alguien que repita por él lo que ya ha dicho mil veces. En ambos casos, el deseo es el mismo: delegar. Y si algo enseña su cine, desde Canino hasta Poor Things, es que esa delegación tiene un precio. Uno no entrega el control sin perder algo más que el tiempo: también la voz.

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