Si los festivales de cine suelen ser un termómetro de las tensiones culturales del momento, la proyección de Caza de brujas durante el pasado Festival de Venecia dejó claro que estamos ante una película que no teme al conflicto. Se diría que casi concebida para dar que hablar. La nueva película de Luca Guadagnino, que llega este viernes a los cines con Julia Roberts al frente del reparto, se adentra en el terreno de las acusaciones sexuales y la justicia académica en los campus estadounidenses, pero lo hace con un gesto deliberadamente provocador: sin ser panfletaria, cuestiona algunas de las ideas dominantes de la era #MeToo.

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Ambientada en el campus de Yale, la historia sigue a Alma Imhoff (Roberts), profesora de Filosofía admirada y temida a partes iguales, que debe decidir cómo actuar cuando su estudiante estrella, Maggie (Ayo Edebiri), acusa de agresión sexual a Hank (Andrew Garfield), colega y amigo íntimo de Alma. Entre fiestas universitarias, debates sobre Foucault y pequeñas traiciones domésticas, Guadagnino construye un universo donde el poder, la moral y la lealtad se cruzan en una madeja difícil de desentrañar.

"Misógina, pedante y aburrida"

¿Crees que esta película socava la lucha feminista o que es una película post #MeToo? ¿Sentiste algún dilema al aceptar el papel? Son las preguntas que la periodista española María Guerra formuló a Julia Roberts durante la rueda de prensa de la película en Venecia. En su interpelación, Guerra, presidenta de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España que concede los premios Feroz, aseguraba que la película "revive el tópico de las peleas entre mujeres", la "vieja narrativa de los abusos" y arroja "una sombra de sospecha sobre las acusaciones" de las víctimas.

"Sin querer ser desagradable, porque no soy así", respondió Roberts en nombre de todo el equipo de la película, "resucitar viejos argumentos no es una manera de revitalizarlos", sino de "crear conversación". "Queríamos que la gente saliera del cine con emociones y puntos de vista distintos, que debatiera sobre ellos, y que se planteara las cosas en las que cree y la fuerza de sus convicciones... Nosotros lo hemos removido para vosotros. Así que, de nada, María", concluyó la actriz sin perder el sentido del humor.

Pero Roberts no convenció a Guerra, que ahora, con motivo del estreno de la película en España ha recomendado ir a verla, pero para desmontarla, porque "las películas no se boicotean". Caza de brujas, ha insistido, es un "monumento misógino, pedante y aburrido". A su juicio se trata de "una provocación de Guadagnino", donde vuelve a meter la idea "de que las mujeres mienten cuando han sido violadas, que discuten entre ellas y que son en definitiva malas". 

Pero ¿es esto cierto? ¿Es Caza de brujas el malicioso "disparate misógino" que denuncia Guerra?

Las preguntas correctas

No es la única comentarista que ha señalado, para bien o para mal, que la película parece alinearse con un cuestionamiento de la cultura de cancelación: las decisiones de Alma, la manipulación de Maggie y la posición de Hank como víctima de acusaciones no probadas invitan al público a replantearse verdades asumidas. Guadagnino, por su parte, insiste en que no se trata de revivir argumentos anti-feministas, sino de explorar la ambigüedad moral y el choque de verdades subjetivas.

Pese a todo, el debate, inevitablemente, se ha polarizado. Mientras algunos celebran la película como una conversación urgente sobre el poder y la justicia, otros la acusan de reaccionaria, de jugar con tópicos del post-woke sin aportar claridad ni soluciones. Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico se reproduce la división de opiniones.

Según el crítico de The Guardian Peter Bradswaw, "Luca Guadagnino falla el tiro con este desconcertantemente largo y recargado drama sobre una acusación universitaria en clave #MeToo" escrito "en la tradición del Oleanna, de David Mamet". Una película "preocupantemente confusa y artificiosa, quizá necesitada de algunos borradores más de guion para sacar a la luz un drama más claro y satisfactorio".

En el New York Times, Alissa Wilkinson expresaba una opinión bien distinta. Según la crítica del diario neoyorquino, "Guadagnino dirige con una precisión casi quirúrgica, evitando el sensacionalismo y confiando en que la tensión moral se construya plano a plano. Caza de brujas no busca respuestas, sino la incomodidad de las preguntas correctas".

Ambigüedad subversiva

En Caza de brujas, Guadagnino pone en escena su meticuloso estilo visual: cada plano parece calibrado para subrayar la tensión subyacente, mientras que la banda sonora mantiene al espectador en un estado constante de alerta. Por su parte, Roberts entrega una interpretación compleja, capaz de oscilar entre la frialdad y la vulnerabilidad, aunque parte de la crítica la ha calificado de enigmática hasta el punto de generar desconcierto.

En un tiempo de posicionamientos rígidos, donde hasta lo más personal es político, el filme parece recrearse en la ambigüedad: no entrega certezas, ni quiere hacerlo, y a menudo deja al espectador flotando entre la simpatía por Alma y la desconfianza hacia sus actos. Algunos críticos han señalado que la película Guadagnino carezca de la distancia y la densidad de películas como Tár, que exploran con precisión el derrumbe de figuras poderosas. Aquí, la intención de provocar diálogo se impone a la coherencia narrativa, generando escenas brillantes y otras claramente torpes o forzadas. Pero quizá esa incomodidad sea parte del juego: la película no aspira a complacer, sino a exponer la fricción de una era en la que el consentimiento, el privilegio y la identidad se entrecruzan en terrenos minados por el escrutinio público.

Julia Roberts lo resumió en Venecia: la película busca que la audiencia hable, que discuta, que se enfrente a sus propias convicciones. En tiempos de polarización e inmediatez digital, esa intención es en sí misma un gesto subversivo. Caza de brujas no es cómoda ni amable, y tal vez esa sea la marca más distintiva de la era post-woke que la película quizá aspira a inaugurar oficialmente.

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