Desde 2022, Jordi Gracia ha encontrado un inesperado placer en despellejar anualmente la novela ganadora del Premio Planeta. El exdirector de Opinión del diario El País y catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona fue especialmente cruel hace dos años con Sonsoles Ónega –"maravilla la capacidad de Las hijas de la criada para desescalar hacia abajo y sin límite en el subsuelo de la novela (...). Las aberraciones narrativas son continuas (...). La sensación de ridículo es sofocante"–. En 2024 calificó Victoria, de Paloma Sánchez-Garnica, como "una pandemia de infantilización presuntamente romántica". Y este año se ha vuelto a quedar a gusto con renovada malicia contra Vera, una historia de amor, la novela con la que el televisivo Juan del Val ha ganado el Planeta 2025.
"Además de soporífera, la alineación completa de enredos prefabricados y tópicos sentimentales es desdichada hasta el aburrimiento que mortifica a la buena, rica y metódica de Vera en su insípida vida", escribía Gracia en un artículo publicado en El País el pasado miércoles, el mismo día de la publicación de la novela. En su vitriólica reseña, Gracia adopta un tono de burla que no utiliza en ningún otro momento del año ni con ningún otro libro: se suelta y los ridiculiza minuciosamente sin escatimar recursos. "El exiguo grosor de los personajes, la ausencia de una mínima caracterización creíble, el andamiaje mecánico de una trama de amores y venganzas, la crujiente banalidad de las reflexiones, la pobreza evangélica de la prosa, las páginas de relleno para contar supuestas biografías de personajes prometen un exitazo", proseguía, diríamos que hartándose un poco de balón –"crujiente banalidad", "pobreza evangélica"–, quizá pensando en los jubilosos mensajes de felicitación que recibiría al día siguiente de sus colegas.
La crítica abierta y directa desde El País contra el mayor premio literario español y el mejor dotado del mundo ha vuelto a ser la comidilla nacional. Tras este y algún otro linternazo crítico –no faltan los que han perdido la esperanza de hacer negocios con Planeta o con el Planeta y se van queriendo sumar a esta diversión anual de afilar plumas contra el premio–, Juan del Val apareció el jueves en Antena 3 para promocionar su libro respirando por la herida. Por la tarde en Y ahora Sonsoles –donde contó con el apoyo y la comprensión de una Ónega que ya sufrió en sus carnes los dardos de Gracia– condenó las campañas de odio y el "juego perverso" de quienes quieren desprestigiar el premio desprestigiándole a él. Por la noche, en El Hormiguero, su programa, y con Pablo Motos jaleándole, se consideró víctima de batallas de grupos editoriales y "gente random" que "no hace nada en la vida" pero que consigue que se hable de ellos "generando un tráfico de odio" contra él porque tiene éxito y es "crítico con el poder".
¿Pero qué tal es 'Vera, una historia de amor'?
Hay que reconocerle a Juan del Val el aplomo a la hora de defender Vera, una historia de amor. Porque su novela es, en efecto, un folletín insustancial, que a ratos parece el guion de la serie o la película de Atresmedia que será: Vera, ejemplar arquetípico de la buena sociedad sevillana, se casó muy joven con Borja Manuel, un arrogante marqués diez años mayor que ella. Su matrimonio conveniente y rutinario no dio frutos, pero poco después de la boda fue la madre de Vera la que concibió y dio a luz, para morir poco después, a una hija tardía, Alba, que es la hermana de Vera pero también un poco la hija que nunca tendrá. Cuando Vera, cumplidos los 45, decide separarse de Borja Manuel, busca un buen piso en Sevilla donde comenzar una nueva vida. Y en esa búsqueda conoce a Antonio, un agente inmobiliario madrileño de 35 años y origen humilde –su madre tuvo que prostituirse para sacarle adelante–, pero encanto y belleza irresistibles. Salta la chispa entre Antonio y Vera, se corre la voz por Sevilla y se encienden los celos de Borja Manuel, que como una fiera enjaulada planifica el desquite desde su finca. Entretanto, huyendo de las consecuencias de un atraco inverosímil a una farmacia en Madrid, llegará a Sevilla Diego, el hermano de padre de Antonio, tan guapo, alto (incluso un par de centímetros más), apuesto e irresistible como él pero diez años más joven, unidos ambos por la desdicha compartida de un progenitor ausente, los colacaos con grumos de su infancia y la afición a la Play. Una noche, Diego conocerá a Alba en un bar sevillano y saltará entre ellos la consabida chispa. Y esta casualidad de dobles parejas de hermanos enciende la trama y el drama y el sexo, "creible y natural" y "lo mejor, con diferencia" de la novela, según Jordi Gracia –que antes de leer Vera, una historia de amor, se tomó la molestia de leer el anterior libro de Del Val, Bocabesada, para advertir "un cinismo mejor armado, gamberro y hasta a ratos divertido", y parece que disfrutarlo–.
Dicho esto, la supuesta "pobreza evangélica" de la prosa que denuncia el crítico de El País es en realidad una de las virtudes de la novela. Construida a base de frases cortas y certeras, el lector agradece una escritura elemental que no se enreda en las metáforas sonrojantes, los efectismos literarios o los guiños nostálgicos –apenas recurre al del Cola Cao– frecuentes en la novela popular actual. Los diálogos funcionan bien y el autor se anima a veces con alguna audacia narrativa como intercambiar puntos de vista de un párrafo a otro. Es el atuendo elegante que este romance abigarrado necesita para resultar digerible y verosímil cuando llegan los matones del Este, la Feria de Abril, Gabi –la amiga jacarandosa de Vera que le pone alegría a la vida pese a su propio drama familiar–, un caballo llamado Morante, los polvos en los probadores, los muertos que se aparecen en sueños para dar pistas sobre su asesinato o una trama adicional de imágenes íntimas robadas a la joven Alba en su cuarto de baño. Esa misma escritura sencilla también hace plausible el retrato de la sociedad sevillana, sus tipos, sus castas, sus liturgias, su indumentaria y su endogamia, que hace Del Val con intención e inteligencia, y que convierte su libro en un apéndice involuntario de Quiero y no puedo, la exitosa historia del pijo español de la periodista Raquel Peláez.
El Planeta de antes: conciliar valor literario y comercial
Por eso se puede afirmar que Vera, una historia de amor, no es el peor Planeta: en los últimos años se han publicado como ganadores o finalistas novelas mucho peores. Pero el premio a Juan del Val sí confirma una deriva indeseable: la rendición definitiva del premio literario mejor dotado del mundo a la lógica de la popularidad de los autores y las sinergias del grupo.
Desde su creación en 1952, el Planeta siempre ha sido un premio popular concebido para vender libros. Se analizaban modas, tendencias, corrientes literarias y estudios de mercado y se premiaban novelas con potencial comercial, pero de calidad. Lo explicó hace veinte años en sus imprescindibles memorias el editor Rafael Borràs. Como director literario de Planeta entre 1973 y 1994, organizó el premio durante los que tal vez hayan sido sus mejores veinte años y los que fijaron la fórmula del Planeta moderno. Borràs fue capaz de conciliar calidad literaria y comercialidad, forjando el prestigio y el interés que el premio ha conservado y convirtiéndolo en un activo a largo plazo capaz de crear catálogo más allá del éxito eventual de los títulos premiados.
"Pensar que una empresa medianamente seria se expondrá a la catástrofe que supone que ninguna de las obras presentadas tenga un alto valor literario y comercial a un tiempo, es no saber de qué va el negocio", escribía Borràs en el segundo tomo de sus memorias, La guerra de los planetas (2005). Por eso, para garantizar esa conciliación de calidad y comercialidad, la editorial tradicionalmente invitaba expresamente a autores populares y de prestigio a presentarse, y correspondía al jurado de cada edición bendecir esa sugerencia. De ahí proceden todas las sospechas y malentendidos sobre la mecánica del premio que hoy, a la vista de la deriva del Planeta, carecen ya de importancia. Como el compromiso de equilibrar calidad y comercialidad.
La entropía del Planeta
Cuando el libro ha desaparecido del mainstream y los grandes escritores no son figuras conocidas para el público ni salen en la televisión que ve la mayoría, son los que salen en la televisión quienes escriben los libros, o al menos los firman, y ganan el Planeta. Y nadie puede dudar que Juan del Val ha ganado el Planeta porque sale en televisión y porque su nombre es viral. Sostener que ha sido un mérito literario sí que sería un "juego perverso", usando sus propias palabras.
Hace solo siete ediciones, en 2019, Javier Cercas ganó el Planeta escoltado por un finalista excelente como Manuel Vilas. Lo que parecía un golpe de timón para reconducir el premio hacia la calidad fue un espejismo. Hoy no es que cueste imaginar que un autor como Cercas aceptara someterse a la liturgia del Planeta –el millón de euros sigue siendo un poderoso argumento para hacerlo–; lo que parece imposible es que Planeta quisiera premiar a un autor como Cercas.
De momento el artefacto resiste. El poder que Juan del Val dice criticar –este año representado por Yolanda Díaz, que le entregó el galardón, como otros años lo han hecho los reyes– sigue avalando el Planeta con su presencia en la cena del premio. El director del Instituto Cervantes, autor y titular de derechos de autor con Planeta, continúa ejerciendo de anfitrión en la presentación del libro en Madrid. Y las críticas feroces de Jordi Gracia parecen ya formar parte de la coreografía promocional. La cuestión es por cuánto tiempo el Planeta podrá conservar no ya el prestigio, sino el margen de beneficio y el aura que construyó en sus mejores años premiando a tertulianos que escriben.
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