"Esto lo hace mi niño". Con esa pintada sarcástica comenzó Juana de Aizpuru a escribir su historia en los márgenes de la incomprensión y la audacia. Era 1970, la dictadura languidecía, y en una Sevilla poco acostumbrada a la ruptura estética, una mujer abría su galería a los artistas conceptuales. Medio siglo después, esa misma obstinación por el arte como aventura ha sido reconocida en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, que acaba de recibir el legado simbólico de una de las grandes agitadoras del arte contemporáneo español.

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El acto, celebrado este miércoles en Madrid, no pudo contar con la presencia física de la galerista –instalada desde hace un año en Sevilla y aquejada de problemas de salud–, pero sí con la voz de su hija, Margarita Aizpuru, quien ha ejercido de mediadora entre la energía arrolladora de su madre y un auditorio ya ganado por el respeto. "No está aquí físicamente, pero sí mental y espiritualmente", ha dicho. El legado depositado consiste en una copia de la mítica placa de bronce de su galería de la calle Barquillo, en Madrid, que cerró sus puertas en noviembre de 2023, y un conjunto de fotocopias de fotografías que recorren la trayectoria de Juana de Aizpuru desde 1974 hasta 2017: imágenes en blanco y negro y en color, muchas de ellas tomadas al vuelo, que la muestran en acción, convenciendo a políticos, abrazando a artistas o simplemente mirando a cámara con ese gesto de quien sabe que el arte no es un lujo, sino una urgencia.

"Pasión, empuje y energía" de una pionera

Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, ha reivindicado su papel pionero con una frase certera: "Pasión, empuje y energía". Juana de Aizpuru no solo fundó la primera galería vanguardista en Sevilla cuando nadie comprendía lo que hacía, sino que ideó, impulsó y dirigió ARCO, la feria de arte contemporáneo que cambió para siempre la escena española. Fue también una figura incómoda para el poder, cuando el poder no miraba al arte más que como adorno: impulsó un activismo galerístico que aún hoy se echa en falta, reclamando una Ley de Mecenazgo y una fiscalidad justa para la cultura.

En la mesa redonda posterior al acto, moderada por el propio García Montero, intervinieron su predecesor en el cargo –evacuado urgentemente pocas semanas después de la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa– y ex director del Reina Sofía, Juan Manuel Bonet (sin rencor alguno), y la historiadora del arte Gloria Moure. Ambos subrayaron el carácter apasionado y directo de Aizpuru, su capacidad de entrega y su habilidad para conectar a artistas con instituciones y coleccionistas. Fue, como dijo su hija, "una madre" para muchos de los creadores que representó, a quienes no solo impulsó profesionalmente, sino que cuidó con una mezcla de firmeza, afecto y fe militante.

Hoy su legado queda guardado, no en bronce, sino en papel. "La mayoría de las fotos son de ella convenciendo a políticos", dijo Moure con una sonrisa. Y no es casual: lo suyo fue una batalla cultural ganada a golpe de conversación, de exposición imposible y de confianza. Quienes visiten algún día la cámara acorazada del Cervantes encontrarán en la caja número 1.117 algo más que documentos: un eco persistente de esa mujer que creyó en el arte cuando era más fácil mirar para otro lado.