Dulce María Loynaz encontró en la resistencia pasiva su mejor arma. Gran poeta cubana, fue denostada por un régimen que la vio peligrosa al intuir sus ideas políticas, que intentó incomodarla y la acorraló para alejarla de la isla. 

Tenaz, impetuosa, considerando Cuba su única patria, su único hogar; se tomó la Revolución como un paréntesis. Decidió vivirla encerrada en su casa del barrio habanero de El Vedado durante más de 30 años, lejos de su marido, que había huido a Estados Unidos, y lejos de una sociedad que consideró incómoda y equivocada. 

Salió pocas veces de aquel lugar, aunque sus puertas se abrieron para intelectuales y escritores de todas las nacionalidades. Fueron ellos quienes le contaron que sus libros habían sido prohibidos, censurados y que todas sus obras ya estaban fuera de la Biblioteca Nacional. También por los que se enteró de que muchos pensaban que había muerto o que disfrutaba de un exilio privilegiado. 

Sólo cuando la URSS se desmontó y le llegó el Premio Cervantes, en 1992, su país intentó recuperarla para entusiasmo de un puñado de lectores fieles. Quisieron homenajearla, escribir una biografía sobre su vida, devolverla a las bibliotecas. Jamás les perdonó el daño que le habían hecho a su isla. 

Dulce María Loynaz (La Habana, 1902-1997) nació en una familia acomodada de Cuba. Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, poeta y General del Ejército Mambí -que luchó por la independencia de la isla del colonialismo español- quiso para sus hijos un país más libre, más culto y más rico. 

Pensó en la educación como herramienta y consideró que aquel lugar aún no estaba al nivel que necesitan sus cuatro hijos. Por eso, ni Dulce María ni sus tres hermanos menores, Enrique, Carlos Manuel y Flor, pisaron jamás un aula de un colegio. Fueron educados dentro de una casona que la familia Loynaz tenía en el barrio habanero de El Vedado con tutores privados, temarios que distaban muchos de lo que impartía en las escuelas cubanas, viajes alrededor del mundo…

Así creció nuestra protagonista, rodeada de un mundo casi ficticio creado solo para ellos, leyendo poemas que escribían tanto sus hermanos como su padre, entre obras de arte y un concepto de libertad fuera de lo común para su época y su género. 

Además, aquella casa fue un lugar de reunión para escritores, poetas y dramaturgos. Muchos de los intelectuales españoles que pasaron por Latinoamérica a principios del siglo XX encontraron en el Vedado un hogar y un refugio para sus ideas. 

Sobre Federico García Lorca: "Él se burlaba de mis versos, lo cual nunca le perdoné"

Algunos de sus nombres nos resultan muy conocidos, como Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca. Dulce María recordaría así años más tarde sus visitas y la importancia que estas tuvieron en su formación como poeta: "Juan Ramón era muy serio, muy reconcentrado. A veces parecía que se sentía solo, sin nadie, o que hablaba para él, era una persona muy difícil. Era todo lo contrario a Federico. Federico vino a finales de 1920 y, aunque no se hospedó en casa, venía todos los días pues le gustaba mucho la compañía de mis hermanos. Era más amigo de ellos que mío. Él se burlaba de mis versos, lo cual nunca le perdoné, aunque después le retribuí ese tipo de homenaje burlándome de los suyos".

Ya había salido de España para descubrir América. Federico García Lorca desembarcó en Nueva York en el verano de 1929, […]