Tardó tiempo en darse cuenta. Llevaba algunos días viviendo en su nueva casa cuando se percató de que sus nuevos vecinos eran distintos a lo que él había imaginado al mudarse a un buen barrio de Madrid. Se había comprado esta casa tras años viviendo de alquiler y después de asentarse como periodista y le sorprendió ver cómo al entrar en su portal tenía que sortear a un sintecho borracho o cómo al irse en coche a la redacción se cruzaba con tres o cuatro sólo en su manzana.

Jorge Bustos (Madrid, 1982), al que pueden leer en El Mundo y escuchar en la COPE, se encontró con el CASI, el Centro de Acogida de San Isidro, y con sus inquilinos de malas maneras. Confiesa que se enfadó, que pensó que la antigua propietaria no le había comentado que el edificio que más indigentes albergaba de Europa compartiría calle y barrio con él. Empezó a verlos todos los días a preguntarse el porqué de todos ellos. Estaban en la entrada del supermercado donde hacía la compra pidiendo algo de dinero, uno había hecho de la puerta de su edificio un cobijo y otros 240 dormían cada noche a menos de un kilómetro de su cama.

De su rechazo surgió un interés que acabó con una llamada de teléfono a Pepe Aniorte, el concejal de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Madrid. A las semanas ya estaba en el despacho de Maribel Cebrecos, la directora del CASI, y tras pasar las cuatro estaciones pegado a Ana Patricia, a Jesús, a Ana o a Raúl ahora publica Casi. Una crónica del desamparo (Libros del Asteroide) donde deja de lado la política, la radio, la televisión y hasta el gesto de asco que todo esto le despertó en un primer momento.

Este libro de no ficción se centra en el hogar de acogida más antiguo y el más grande de España. Habla de las casi 250 personas que duermen entre sus paredes cada noche y de las otras 60 que se acercan para poder comer cada día. También de cómo este centro funciona como puerta de entrada única para todos los que hay en Madrid, cómo criba por tipología y cómo tiene que elegir por prioridad. Lo hace sin sentimentalismos, o con los justos, y consigue que acabemos mirando con los ojos muy abiertos lo que nos era invisible.

Mafias, violencia sexual y maras

"Al principio el impulso es de rechazo, pero le pasa a todo el mundo. No son gente agradable para convivir con ellos, para tocarlos, para olerlos... Uno tiende a verlos como lo más ajeno a uno mismo, aquello de lo que hemos conseguido huir. Son nuestros contrarios absolutos y de ese choque, de ese contraste y de esa absoluta distancia nació el interés", explica en una conversación con El Independiente. No tardó en intuir una "posibilidad periodística" y otra algo más personal. Porque Bustos no busca con Casi crear una legión de voluntarios ni se trata de un libro denuncia. Pero sí pretende explicar el porqué y el cómo de lo que ocurre en una de las ciudades más importantes de Europa cuando perteneces al colectivo más excluido que existe.

"Los que pueden hablar, que no son todos, te dan acceso a unas experiencias alucinantes. No hay que ir a Gaza para encontrar seres humanos destruidos que están luchando por sobrevivir, no hay que ir a Mariúpol, están en nuestros barrios". Bustos habla de mafias, de violencia sexual aterradora, de drogas, de escapar de las maras... "Con cada una de las entrevistas que hice a la gente que fui conociendo podría hacer unos episodios nacionales. He hecho un libro de 200 páginas a modo de fresco impresionista de lo que es la vida de estas personas", explica sobre un problema creciente e invisible.

Bustos menciona una frase de Sara Mesa en su libro Silencio Administrativo para definirlo: "No es que estén en riesgo de exclusión: es que ya han sido excluidos. Para solicitar ayudas hay que ser pobre, pero no tanto", apuntó la escritora, algo que Bustos confirma y detalla. "Cuando hablamos del umbral de la pobreza estamos pensando en personas que se han desclasado de la clase media o la clase baja y que corren el riesgo de no llegar a fin de mes. En este caso no es que no lleguen a fin de mes, es que no tienen nada. No tienen trabajo, no tienen casa, no tienen amigos, han perdido por completo el contacto con su familia... Tienen que pedir ayuda para que los trabajadores sociales les abran los sobres de la correspondencia, les concierten citas médicas, les intenten ayudar a cobrar una pensión... Es el grado cero de la exclusión, y sin rentabilidad", explica.

Las personas sin hogar que son víctimas puras, que han padecido todo tipo de vejaciones, donde convergen todos y cada uno de los dramas sociales, no dan votos"

JORGE BUSTOS

No se refiere a la rentabilidad económica sino a la política. Porque aunque en Madrid no llegan a los 4.000 casos localizados, en toda España hay más de 39.000 indigentes, más de 39.000 hombres y mujeres que duermen cada día en centros como éste o directamente en la calle y que no cuentan a la hora de discutir en asambleas o congresos, a la hora de legislar o a la de reivindicar porque no dan votos. "Meter pasta en centros de este tipo no tiene rentabilidad política. Luchamos por causas muy nobles como la homofobia o la xenofobia, pero sabemos que estas sí se reflejan en votos. Las personas sin hogar que son víctimas puras, que han padecido todo tipo de vejaciones, donde convergen todos y cada uno de los dramas sociales, no dan votos. Este colectivo está abandonado, primero por el rechazo estético inicial que todos sentimos, a no ser que seamos hipócritas, y luego porque no tienen una rentabilidad política ni mediática... Sólo salen en las noticias cuando queman a uno debajo de un puente o cuando empieza la campaña de invierno".

La piedra de la locura

Bustos no escogió el CASI, se puede decir que este centro le escogió a él y es justo en este edificio donde estas víctimas puras tienen además otro peso sobre la espalda. Se intuye en la foto de la portada del libro, una imagen tomada por Raymond Depardon en el psiquiátrico de Trieste. "Este hogar de indigentes se está convirtiendo en un psiquiátrico porque cada vez más gente que acaba en la calle tiene una enfermedad mental. Luego la calle agrava más el problema, te vuelve loco, e incluso a los que se han quedado sin casa pero no sin cordura comienzan a perderla tras tantas noches a la intemperie, tras las agresiones, las violaciones...", explica.

A esto hay que sumar la tipología de cada uno de los usuarios: no es como pensamos el sinhogarismo la consecuencia de un patrón único. Le cuentan a Bustos que cada persona sufre en su vida aproximadamente tres traumas y que mal que bien consigue superarlos, pero que el problema llega cuando en vez de tres son cinco y los cinco se suceden uno detrás de otro hasta que acabas solo y desamparado. "Hay de todo, tienes desde licenciados que destruyeron su vida por adicciones o por un mal divorcio a chavales que han saltado la valla de Melilla y han llegado escondidos en camiones a Madrid. También hay prostitutas, transexuales, adictos a la heroína... Tienes toda la panoplia de los males humanos concentrados en este centro", afirma.

La mujer que se queda en la calle es el ser más vulnerable de la creación, hay pocas mujeres que hayan pasado por alguno de estos centros que no hayan sido violadas"

JORGE BUSTOS

Y el peor mal de todos se cuenta en femenino. "La mujer que se queda en la calle es el ser más vulnerable de la creación, hay pocas mujeres que hayan pasado por alguno de estos centros que no hayan sido violadas. Incluso alguna te cuenta que lo que acaban haciendo es buscarse un chulo especialmente agresivo para que disuada a los demás y que así solo les viole uno y no todos. Otras toman cocaína por la noche para no quedarse dormidas y así evitar una agresión sexual e imagínate cómo consiguen la cocaína", señala. Por eso son ellas a las que antes tienen que poner a salvo y que lo hacen en gran parte, aunque el CASI es mixto, en un centro de Usera. "Fui a conocer el sitio y a las mujeres que vivían allí y me encontré con una arquitecta palestina a la que no le habían reconocido el título y estaba a la espera.... En cuanto las encuentran en la calle, las llevan corriendo e intentan curarles el trauma y darles formación, algunas incluso hasta comienzan a estudiar", asegura. En el libro narra cómo la mayoría se encuentra sin hogar por violencia de género.

El reto de la reinserción

Otro de los focos son los jóvenes, especialmente en el centro de San Blas, donde tratan a los chicos potencialmente más conflictivos pero que tienen capacidad de reinserción. "Lo que los voxeros llaman los menas, jóvenes que han llegado a España en patera y que lo único que quieren es ser gente de provecho, trabajar, vivir tranquilos, hacer sus cursos, rezar... Si son cogidos a tiempo tienen muchas posibilidades de poder reinsertarse. Cuando te acercas a los casos particulares el problema pierde sus aristas abstractas que tanto se utilizan en la política y ves lo que hay de verdad. En las mujeres y los jóvenes lo importante es el tiempo. En alguien más mayor es más difícil, a partir de un año en la calle ya todo se complica demasiado", alerta.

Un tiempo que se gana gracias al Samur Social y a sus patrullas. "Esta es la diferencia entre Europa y Estados Unidos. Aquí, gracias a los impuestos, contamos con una red que intenta paliar el problema, ayudar. Mira el drama que tienen los americanos con el fentanilo, que está mermando una generación. En cambio, en Madrid, si pasas una serie de días en la calle es posible que te detecte un equipo del Samur que trabaja en los 21 distritos y que sale todos los días a patrullar. Se saben los nombres, lo que les ocurre, saben quién llega nuevo... Este tipo de atención coloca a Europa en una posición de superioridad moral frente a la frialdad con la que Estados Unidos cifra su éxito y su fracaso".

La médico me decía que muchas veces pensaba que su profesión no tenía sentido en un sitio como este, donde los casos de éxito eran mínimos"

JORGE BUSTOS

Una atención que a veces también pierde la fe. En el CASI, la doctora que atiende a los internos lleva cuatro años acudiendo de lunes a viernes todas las mañanas. En todo este tiempo cuenta con un sólo caso de éxito. Bustos la entrevistó quizás en un día especialmente difícil. "Se puso a rememorar la época de la pandemia y los casos que había tenido y fue muy pesimista", recuerda. "Me decía que muchas veces pensaba que su profesión no tenía sentido en un sitio como este, donde los casos de éxito eran mínimos, pero al terminar me contó su gran hazaña, la de un hombre que sufría el síndrome de Korsakoff y al que había conseguido reinsertar en la sociedad".

Esta enfermedad está originada por el alcohol y provoca una falta absoluta de coordinación, por lo que el enfermo sufre caídas y desvanecimientos. "Tenía todo roto, todo el rato. Ella primero consiguió sacarle del alcohol, luego encontrarle un trabajo y ahora vive en un piso tutelado. Al contarme esta historia, me dijo: 'Este centro me ha ayudado a no juzgar nunca más a nadie'. Esa idea merece la pena, hay un cambio que no es clínico pero que es espiritual o moral. Esa doctora, al estar en contacto con el sufrimiento durante tantos días, tiene una calidad de conciencia mucho más fina, mucho menos cínica, mucho más fuerte. Sobre esas personas deberíamos construir la sociedad. Luego ves a la clase política y está claro que no han pasado por experiencias parecidas", reflexiona.

"Alguien como yo"

Y empieza a contar el caso que a él le ha provocado ese "cambio espiritual o moral". Sabe que no es fácil sentirse identificado ya que la empatía no es cómo decía Kant un impulso racional ni uno sentimental como creía el empirismo, sino un impulso de la imaginación. "Eres más empático cuando más capacidad tienes de imaginarte en el lugar del otro aunque no tenga tu color de piel ni tu cualificación universitaria ni tu edad ni tu sexo", asegura. Aunque admite que no es fácil y que fue alguien como él quien le hizo mirar más y mejor a los sintecho.

"Conocí a un tío, un buen tío, que había estudiado Periodismo. Me contó que había firmado en El Mundo, como yo, y en El País, que había conocido a Warhol y que había acabado en la calle porque se ponía como un animal cuando bebía y lo había perdido todo. Entró en el CASI y logró salir, pero lo devolvieron porque se gastaba el dinero de la pensión no contributiva en alcohol. Me contaba que reconocía que había destruido su vida por beber y, claro, se me activó la neurona espejo. Era alguien como yo y te das cuenta de que ni siquiera tu posición social te blinda contra una sucesión de desgracias que te dejan en la calle", narra.

Pero sin sensiblería porque otra de las cosas que recalca Bustos es que la mayoría, por lo que le ha tocado vivir, "no es gente fácil". "No idealicemos a las personas sin hogar en plan Dickens, porque muchas veces son tipos cabrones que se hacen daño entre ellos, que atacan a los trabajadores, que se roban la medicación para traficar con ella pero en medio de todo eso hay destellos y, como la oscuridad es tan profunda, estos iluminan mucho más. En este libro he intentado recopilar todo eso y las muestras de lucha, de dignidad y de superación frente a esa oscuridad dominante".

¿Y que han provocado en Bustos esos destellos? "Si aceptamos que el sufrimiento es ese encuentro con la gran verdad de la vida, de la literatura, de la política, de la economía... Que todos buscan enfrentarse a esa realidad, pues aprender de los catedráticos del sufrimiento y de las peores experiencias... me da razones para dar las gracias y no quejarme tanto. Una de las sensaciones que me gustaría que se llevase el lector es que, antes de quejarse, se lo piense dos veces".