El 30 de mayo de 1973, a mediodía, el vuelo 601 de la compañía SAM (Sociedad Aeronáutica de Medellín) despegó de Bogotá con más de 80 personas dentro. A los mandos, el capitán Jorge Lucena y junto a él Tulio Lozano, ingeniero de vuelo, y Pedro Gracia como copiloto. Se trataba de un vuelo corto que iba a hacer paradas en Cali y Pereira hasta llegar a Medellín pero fue en esa primera escala en la que se subieron dos hombres que lo cambiaron todo.

Tras volver a despegar y estar ya a 10.000 metros de altura en cabina oyen un 'toc, toc' en la puerta. El copiloto mira, ve a la azafata y abre. En cuanto el pestillo se mueve la puerta es empujada por dos hombres armados. "Quieto, esto es un secuestro", gritaron asegurando que tenían bombas. A partir de ese momento comenzarían más de 60 horas de secuestro y 24.000 kilómetros, con 12 aterrizajes y 12 despegues, que lo convirtieron en el rapto aéreo más largo de la historia.

"Desde 1967 a 1974, más de 1700 colombianos y alrededor de 3.500 ciudadanos de toda América Latina, entre pasajeros y tripulantes, estuvieron secuestrados en los cielos del Caribe"

Y no han sido pocos. Como cuenta Massimo Di Ricco en Los condenados del aire. Crónica del secuestro aéreo más largo de la historia (Libros del K.O.), donde narra este de 1973 pero contextualiza todos los demás, "desde 1967 a 1974, más de 1700 colombianos y alrededor de 3.500 ciudadanos de toda América Latina, entre pasajeros y tripulantes, estuvieron secuestrados en los cielos del Caribe. La gran mayoría viajaron a Cuba como involuntarios protagonistas de una cadena de secuestros de aviones que tenían como primer objetivo llegar a la imaginada, incomunicada y utópica isla del Caribe, tierra castrista y cuna de las revoluciones latinoamericanas del siglo XX", explica y añade que por entonces, tras la suspensión del gobierno cubano por parte de la OEA y la aislamiento por parte de la mayoría del resto de países latinos "secuestrar un avión era casi la única forma de viajar a Cuba".

Y añade que aunque este tipo de actos tuvieron un pico considerable en 1961, su "edad de oro" comenzó en 1967 y duró hasta 1974. "Durante esos años se secuestraron 32 aviones Colombia, algunas veces hasta dos en el mismo día, y con un tope de catorce secuestros solo en 1969", asegura. Y aunque detalla muchos, se centra sobre todo en el de ese 30 de mayo de 1973, tanto que Netflix estrenará el próximo 10 de abril una serie basada en su libro.

Un secuestro que parecía político por la situación que se vivía en aquel momento en Colombia y por sus requisitos para liberar el avión y a los pasajeros. "Exigimos la libertad de nuestros compañeros detenidos en el Socorro. Soy del ELN (Ejército de Liberación Nacional)", aseguraron y además pidieron 200.000 dólares de la época. Otra de las peticiones no fue ir a Cuba como habría sido lo esperado sino a Aruba, una pequeña isla de las Antillas Holandesas.

Pero cuando llegaron, sus peticiones no se habían cumplido y no tenían pinta de hacerlo. La aerolínea no contaba con más de 20.000 dólares y el gobierno se negaba en rotundo a liberar a nadie. Pero los secuestradores, que se acabó sabiendo que no eran miembro de ninguna organización ni colombianos sino futbolistas sin mucho éxito que querían un pico de dinero para gastarlo de playa en playa, tras veinte horas de secuestro decidieron dejar salir a otro grupo de deportistas.

"En aquel momento solo salieron los ciclistas y algunos pasajeros más que, realmente o no, dieron señales de estar muy afectados"

MASSIMO DI RICCO

Se trataban de unos ciclistas que debían participar en el torneo Clásico RCN y ante los que sintieron cierta empatía. "En aquel momento solo salieron los ciclistas y algunos pasajeros más que, realmente o no, dieron señales de estar muy afectados por el secuestro y con evidentes signos de enfermedad, y de los que es mejor librarse cuanto antes. Son las once y treinta de la mañana en Aruba; salen en orden, uno por uno; otro grupo, después del de mujeres, ancianas y niños, abandona la aeronave sobre la pista caliente", asegura Di Ricco.

Fueron los primeros pero no los únicos, aquellas largas horas dieron para mucho. Esa liberación provocó una serie de encuentros entre una azafata y la compañía para negociar y aunque no llegaron a buen puerto sí que facilitó la huida con el avión en marcha en la pista de aterrizaje de varios pasajeros liderados por un periodista. Y así fue sucediendo en varios despegues y varios aterrizajes aunque el resto de veces con la autorización de los secuestradores que veían que no iban a salir bien parados. El dinero no llegaba, consiguieron al final 50.000 euros, y su esperanza caía en picado en cada despegue hasta que todo terminó cuando el avión llegó el 2 de junio a Buenos Aires.

Allí lo esperaba la Policía aunque cuando abrieron las puertas, , los secuestrados no estaban dentro y se encontraron solamente con la tripulación. Al parecer, habían dejado a cada uno en una parada distinta y con el dinero tras pactar que nada le ocurría al resto de personas que iban a bordo. Al final no eran ni activistas políticos, ni secuestradores al uso, solo dos chicos, Óscar Eusebio Borja, de 27 años y Francisco Solano López, de 31; que querían vivir mejor y aprovecharon la coyuntura.