Sucedió hace justo cien años. El 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella con grandeza de España, encabezó un golpe de Estado contra el Gobierno de la Corona, pero con el conocimiento y el apoyo tácito del titular de la misma, el rey Alfonso XIII, y de amplios sectores de la sociedad.

El régimen de la Restauración, ese delicado mecanismo de equilibrios basado en el turno pacífico –y en el corrupto sistema oligárquico– diseñado por Cánovas casi cincuenta años antes, hacía aguas. La crisis política y social se veía agravada por el descontento del Ejército. Al desastre de Annual había seguido un procedimiento de depuración de responsabilidades, con el informe Picasso y la posterior comisión parlamentaria, que cargó sobre los militares toda la culpa del naufragio de la guerra de África.

Proclamando un manifiesto con el que se presentaba como providencial salvador de la patria, Primo de Rivera se pronunció. Alfonso XIII recibió la noticia en San Sebastián, y allí aguardó dos días a que la situación se decantara. La decisión del rey de permanecer en su residencia estival convenció al Gobierno de García Prieto de que no contaba con su apoyo y claudicó.

El final de la Restauración

Comenzó así un periodo excepcional de algo más de seis años, que quizá por ser el prólogo de la Segunda República y la Guerra Civil no ha merecido la atención que cabría esperar por parte de los historiadores. La propia figura del general quedará opacada por la de su hijo José Antonio, fundador de Falange y héroe totémico del franquismo. Pero la dictadura primorriverista fue muy importante: “liquidó el régimen de la Restauración y anticipó, en muchos aspectos, el franquismo”, señala el historiador Alejandro Quiroga en su biografía Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación, publicada el pasado año.

Primo de Rivera, durante una entrega de despachos a oficiales.
Primo de Rivera, durante una entrega de despachos a oficiales. / BNE

Quiroga retrata a un hombre moldeado por su experiencia bélica en Cuba, Filipinas y Marruecos, muy alejado de la estampa de campechano borrachín y jugador creada por algunos, pero también del hombre modélico y estadista providencial glosado por sus más fervientes partidarios. Como Mussolini, Primo de Rivera se presentó como la alternativa regeneracionista a un sistema corrupto, para poner en pie un régimen represivo cada vez más antiliberal y autoritario, en el que la censura, la propaganda y la mentira fueron herramientas fundamentales. Y que durante algunos años le sirvieron para conseguir el apoyo de buena parte de la sociedad española.

Un golpe desde Cataluña

Pero todo empezó en Barcelona. "Del mismo modo que Franco decía que sin África no podía explicarse a sí mismo, Primo de Rivera no se explica sin la Cataluña de entonces, como la Cataluña de entonces no se explica sin él", asegura Quiroga en conversación con El Independiente. A su juicio, el contexto de conflicto social y violencia en Barcelona le colocó "en una posición de fuerza para liderar el golpe", aprovechar "el interés por parte de los generales palatinos más cercanos a Alfonso XIII" de llevar adelante un pronunciamiento y desplegar la "clara ambición política" que, contra los autores que han hecho cundir la idea de un hombre desinteresado de los partidos y la lucha ideológica, ya había demostrado previamente.

"Del mismo modo que Franco decía que sin África no podía explicarse a sí mismo, Primo de Rivera no se explica sin Cataluña"

ALEJANDRO QUIROGA

Primo de Rivera estaba al frente de la potente cuarta región militar y "utilizó el conflicto social en Barcelona, con tiroteos entre los pistoleros de los sindicatos y de la patronal y muertos cada día, para impulsar su golpe. Dos días antes, el 11 de septiembre, hubo incidentes importantes con protestas contra el Gobierno, vivas a la república del Rif" proclamada por Abd el-Krim tras la derrota de Annual "y quema de banderas", explica a este diario Gerardo Muñoz, autor de La dictadura de Primo de Rivera: Los seis años que le costaron el trono a Alfonso XII, también publicado el año pasado por Almuzara. Muñoz escribió este libro como continuación natural de su obra previa sobre el desastre de Annual, y sorprendido del vacío historiográfico en torno a la dictadura y líder.

Como la región más industrializada de España, "Cataluña tenía unos problemas muy concretos, una burguesía descontenta con la política nacional, los aranceles al textil y una Mancomunidad [la entidad que agrupaba a las cuatro diputaciones catalanas] con aspiraciones autonomistas", apunta Muñoz. Y Primo de Rivera capitalizó ese descontento para granjearse el apoyo de las élites locales. "Se dejó querer por la Lliga, les prometió que les ayudaría económicamente, que respetaría, el derecho a usar el catalán… Lo que hacen todos los populistas cuando quieren conseguir el poder: recabar el mayor número de apoyos posibles y luego si te he visto no me acuerdo. Su manifiesto hizo el perfecto diagnóstico de los problemas del país. Los populistas saben señalar los problemas, pero no aportan ninguna solución factible. Es lo que hizo Primo y lo que han copiado muchos después".

"Fue un político muy inteligente, capaz de atraerse, al menos inicialmente, apoyos muy diversos", confirma Quiroga. "A todo el mundo le cuenta lo que quiere oír, desde la Lliga a los sectores más españolistas o monárquicos. La colaboración inicial del catalanismo conservador tiene que ver con la cuestión social, que es lo que prima en ese momento. Preferían la represión del movimiento anarquista a cualquier tipo de ganancia en el terreno nacional, o mayores libertades de la Mancomunidad, que también las promete".

Consentimiento real

El general jugó sus bazas, pero nada se movió sin el consentimiento del rey, protagonista indirecto de una operación que no dirigió activamente pero de la que estaba informado. El monarca quería que se lo dieran hecho. "Alfonso XIII había preparado el caldo de cultivo. Había dado una serie de discursos contra el sistema parlamentario y los partidos del turno, afirmando que a lo mejor era bueno un breve paréntesis militar para luego volver a la normalidad constitucional. Pero no se atrevía al autogolpe. Antonio Maura le había dicho que no habían hecho dos guerras carlistas para tener un rey anticonstitucional. Finalmente dejó hacer", explica de nuevo Gerardo Muñoz. Él no quería elegir. Y Primo de Rivera ni siquiera era el preferido. "El propio Alfonso XIII le dijo a Santiago Alba, que estaba con él de ministro de Jornada en San Sebastián y dimitió la misma noche del golpe, que no le hacía ninguna gracia tener que entrevistarse todos los días con un pavo real como Primo". Pero este dio el paso y contó con el apoyo real: no había ningún otro sable disponible.

Primo de Rivera tuvo interés en presentarse desde el primer momento como alguien apolítico, antipolítico incluso. Pero esta no es más que una de las máscaras que utilizará para conseguir sus propósitos. Bebió de muchas fuentes ideológicas, y una de las más relevantes procedía, de nuevo, de Barcelona: el movimiento republicano de Alejandro Lerroux, el carismático emperador del Paralelo. Lo confirma Alejandro Quiroga: "En 1913 Primo de Rivera había creado el diario La Nación, luego periódico del régimen, y ya entonces decía que había que crear un populismo de derechas" a imagen y semejanza del lerrouxismo republicano, del que estaba ideológicamente en las antípodas, que entendiera y utilizara bien la propaganda y que se vinculara estrechamente con su electorado.

La connivencia socialista

Uno de los aspectos tradicionalmente más comentados de la dictadura de Primo de Rivera ha sido la colaboración circunstancial del socialismo con el régimen. Mientras el movimiento anarquista fue objeto de represión durante toda la dictadura, "con métodos brutales, torturas y asesinatos, en el socialismo va a haber colaboración, sobre todo hasta 1928", corrobora Quiroga. Una posición que no fue unánime, y que provocó fuertes debates en el seno del movimiento socialista. "Simplificando, hubo división entre la UGT de Largo Caballero, que no tuvo mucho empacho en colaborar con el régimen, y un PSOE más vinculado a Prieto que tuvo más reservas".

"Los populistas saben señalar los problemas de la sociedad, pero no aportan ninguna solución factible. Es lo que hizo Primo y lo que han copiado muchos después"

gerardo muñoz

Esta colaboración tuvo una motivación pragmática, basada en la idea de que reforzaba la posición del sindicato socialista frente a su gran adversario, la CNT. Pero también una sintonía ideológica de ciertas corrientes corporativistas existentes en el seno del PSOE "a las que no les parecía del todo mal un sistema como el que proponía Primo de Rivera". Unos y otros entendían, en cualquier caso, que con el sistema de la Restauración "no tenían mucho que ganar, que nunca iban a llegar al poder en las elecciones fraudulentas del turno y que solo estarían en el parlamento de manera simbólica".

Para Gerardo Muñoz, el anarquismo estaba ya muy debilitado cuando se produjo el golpe de Estado. De hecho la CNT había convocado para el mismo día 13 una huelga general que fue un sonoro fracaso. "El único sindicato de izquierdas con fuerza era la UGT. Y se pusieron de perfil. No se opusieron al golpe, pero tampoco podían justificarlo". Una vez Primo llegó al poder, "fueron invitados a colaborar en la cuestión laboral. Como buen paternalista cristiano, lo que quería era que hubiera paz social y laboral, que los obreros recibieran una paga justa. Incluso permitió las huelgas, siempre que no fueran políticas. Y junto con Eduardo Aunós, su mano derecha en la materia, creó los comités mixtos, precursores de los comités de empresa, donde se estableció la representación al cincuenta por ciento de representantes de empresa y trabajadores".

Con el general Sanjurjo y otros militares después del desembarco de Alhucemas, gran hazaña, sobre todo propagandística, del periodo primorriverista.
Con el general Sanjurjo y otros militares después del desembarco de Alhucemas, gran hazaña, sobre todo propagandística, del periodo primorriverista. / BNE

Para evitar que la división entre los representantes de los trabajadores en los comités perjudicara sus intereses, se estipuló que sólo estuviera representado el sindicato más votado. "Y la UGT, que era la organización más fuerte, ganó en casi todos los comités en detrimento de los sindicatos católicos y los libres". La UGT, y con ello el PSOE, aceptó, pues, la vía del posibilismo. "Lo mismo que cuando les propusieron entrar en ayuntamientos y diputaciones. Largo Caballero estuvo incluso en el Consejo de Estado porque fue elegido por los trabajadores. ¿Colaboracionismo, aunque fuera en grado menor? Sí. Pero no lo aceptaron todo. Renunciaron a entrar en la Asamblea Nacional", tras la creación del Directorio Civil en diciembre de 1925. Y conforme pasaron los años, ante la descomposición del régimen, vieron que interesaba ponerse del otro lado. "Eso sí fue oportunismo".

Prefiguración del franquismo

¿Y en qué aspectos anticipa el franquismo la dictadura de Primo de Rivera? "A nivel ideológico", explica Alejandro Quiroga, "al vincular la nación con el catolicismo. Es algo que hace el primorriverismo, aunque el régimen acabe peleado con la Iglesia, y que el franquismo va a tener como eje nuclear. También el ultranacionalismo de corte contrarrevolucionario y la centralidad del Estado que se define frente al enemigo interno, ya sean las izquierdas o los nacionalismos subestatales". Y la organización corporativa del país en familia, municipio, provincia y Estado, "que va a ser prácticamente idéntica en el franquismo". También fue precursor en la inversión en grandes obras públicas y la creación de monopolios estatales.

Franco adoptó rasgos de la experiencia primorriverista, pero, según Gerardo Muñoz aprendió sobre todo de sus errores. El caudillo y los suyos opinaban que si de algo había pecado Primo de Rivera había sido de blando. Además, "se enfrentó a la Iglesia y a los terratenientes, intentó una reforma agraria y un impuesto único justo que bloquearon los grandes propietarios, que no querían que se construyera vivienda social con su dinero".

Finalmente, en enero de 1930, enfrentado con todos, y perdido el favor del rey y del Ejército, que no dudó en borbonearle, Primo de Rivera se vio forzado a dimitir. Murió en marzo en el exilio. Un año después fue el rey quien, tras las elecciones municipales de abril de 1931 y la proclamación de la República, tuvo que hacer las maletas.

El rey y Primo de Rivera, de cacería en El Escorial el 5 de enero de 1930. El general dimitió pocas semanas después.
El rey y Primo de Rivera, de cacería en El Escorial el 5 de enero de 1930. El general dimitió el día 28. / BNE

"No se comprende la caída de la monarquía sin conocer antes la dictadura de Primo de Rivera. Aquello le costó el trono a Alfonso XIII. Y no solo por el apoyo al golpe, sino porque Primo consiguió la plena identificación de dictadura y trono. Hizo cómplice al rey de lo bueno y de lo malo. Y eso le costó la corona", insiste Muñoz. A su juicio, "todo el mundo salió descontento" de la experiencia primorriverista: "izquierda, derecha, monárquicos, militares, la iglesia, catalanistas". Por eso, todos decidieron correr un velo, como si no hubiera pasado. "Pero sí pasó".