Fue un año más pero no fue un año cualquiera. En mayo de 1949, los aliados proclamaron la creación de la República Federal de Alemania. A los pocos meses, en octubre, se anunció el nacimiento de la República Democrática Alemana. La cristalización de la RFA y de la RDA –democrática la federal, bajo la órbita totalitaria soviética la "democrática"– consolidaba el "telón de acero" que había vaticinado Churchill en 1946, y el enfrentamiento mental, táctico, de estados de ánimo y de disuasión nuclear que será durante las cuatro décadas siguientes la Guerra Fría. Ese mismo año, Stalin rompía con la Yugoslavia de Tito y la URSS realizaba su primer ensayo atómico. Tras ponerse de acuerdo circunstancialmente para ganarle la guerra a Hitler, Occidente y Moscú tomaban posiciones para disputar una nueva contienda por la hegemonía mundial. En ese tablero virtual, la batalla de las ideas, la guerra cultural, adquirió una importancia singular.

Ladera Norte, una nueva y meritoria editorial surgida de la sociedad de Ricardo Cayuela –Letras Libres, Conaculta, Penguin Random House– y los hermanos Sira y Antón Casariego, presenta estos días, entre sus primeras referencias, un documento inédito en España e indispensable para entender aquella coyuntura. Publicado originalmente en 1949 en Estados Unidos y en 1950 en Reino Unido, El dios que fracasó fue una iniciativa del parlamentario laborista británico Richard Crossman y de Arthur Koestler, el escritor de origen húngaro que tras una larga e intensa trayectoria en las filas comunistas decidió abandonar la disciplina del partido y contar sus crímenes y atropellos en una novela de gran difusión e influencia, El cero y el infinito (1940).

El mejor anticomunista, el excomunista

Koestler, que había trabajado para Willi Münzenberg –gran ideólogo de la propaganda internacional y el poder blando soviéticos e inventor de la figura del compañero de viaje– y que actuó probablemente como espía a su servicio en la Guerra Civil española, decidió abandonar el partido tras las purgas estalinistas, y dejó definitivamente la disciplina comunista tras ver ondear la bandera nazi en el aeropuerto de Moscú cuando Ribbentrop llegó allí para la firma de pacto germano soviético. Se convirtió en un anticomunista acérrimo. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el Ministerio de Información del Reino Unido realizando propaganda antinazi, lo que le sirvió para obtener la nacionalidad británica.

En febrero de 1948, el Foreign Office creó el Departamento de Investigación de la Información (IRD por sus siglas en inglés) para contrarrestar las falsas informaciones de la propaganda soviética y atacar el comunismo. Poco después de su fundación, el IRD adquirió y distribuyó 50.000 ejemplares de El cero y el infinito. Se da la circunstancia de que, en países como Francia, el Partido Comunista tenía órdenes de comprar todos los ejemplares del libro para retirarlos de la circulación. Un celo censor que favoreció las constantes reimpresiones y que el libro se convirtiera en un best seller.

Ese mismo año, Koestler realizó una gira como conferenciante por Estados Unidos, durante la cual entró en contacto con numerosos funcionarios del Gobierno norteamericano. Su perfil sintonizaba con una idea acariciada desde hacía tiempo por el Departamento de Estado y la recién creada CIA. "¿Quiénes mejor que los ex comunistas para luchar contra los comunistas?". Lo cuenta minuciosamente Frances Stonor Saunders en un libro clave para comprender la contra cultural organizada desde Estados Unidos para combatir el comunismo a base de poder blando, La CIA y la guerra fría cultural.

Un 'all star' contra Stalin

Ese mismo verano, Koestler debatió la idea de El dios que fracasó con Crossman, director durante la guerra de la sección alemana del Ejecutivo de la Guerra Psicológica creado por los británicos y a la postre editor del libro. Crossman ofrece en la introducción su particular versión de la génesis de El dios que fracasó. "Este libro fue concebido al calor de una discusión. Estaba pasando unos días con Arthur Koestler en el norte de Gales, y una noche llegamos a un punto muerto inusualmente estéril en el debate político sobre el que parece fundarse nuestra amistad", explica. "Odiais nuestros gritos de Casandra y no nos queréis como aliados, pero, al fin y al cabo, los excomunistas somos los únicos que, entre los de vuestro lado, sabemos de qué va esto", le hizo ver Koestler.

El dios que fracasó tomó forma en pocos meses. El libro reúne el testimonio de seis autores de prestigio y cuidadosamente seleccionados. Muy distintos, todos tenían algo en común: habían pertenecido a la disciplina comunista. Habían, incluso, formado parte del círculo de decisiones en sus respectivos países o en la Internacional, y todos habían salido escaldados y consideraban necesario contarlo. Además de Koestler, formaron parte del proyecto el nobel de Literatura de 1947 André Gide, el icono de la resistencia italiana Ignazio Silone, el escritor afroamericano Richard Wright, el popular periodista norteamericano Louis Fischer y el poeta británico Stephen Spender. Tres de ellos –Koestler, Fischer y Silone–, habían trabajado directamente para Münzenberg.

"No teníamos ningún interés en hinchar el globo de la propaganda anticomunista ni en ofrecer oportunidades para la apología personal", asegura Crossman en la introducción. "Nos importaba estudiar el estado de ánimo del comunista converso". Pero lo cierto es que el libro fue un hito en la construcción del frente cultural forjado por Estados Unidos contra el comunismo. "Además de una especie de confesión colectiva, el libro era un acto de recusación, un rechazo del estalinismo en un momento en que para muchos eso aún era una herejía. Fue un nuevo libro de importancia trascendental en la posguerra", explica Stonor Saunders en La CIA y la guerra cultural. En adelante, "la banda de The God That Failed" fue "la nomenclatura utilizada por la CIA para denotar lo que un agente llamó «la comunidad de intelectuales que estaban desilusionados, que podían llegar a desilusionarse o que aún no habían adoptado una postura y que, hasta cierto punto, podían ser influidos por sus colegas a la hora de decidir»".

El libro fue difundido por las agencias gubernamentales norteamericanas en Europa. Y coincidió en el tiempo con otros dos títulos fundamentales en el combate contra el comunismo: 1984, de George Orwell, y The Vital Center: The Politics of Freedom , en el que el historiador y futuro asesor áulico de John F. Kennedy Arthur Schlesinger, Jr. teorizaba la superioridad doctrinal de la democracia liberal y la economía de mercado regulada por el Estado frente a los totalitarismos. La promoción de la izquierda no comunista fue uno de los fundamentos teóricos de las acciones de la CIA durante las siguientes dos décadas.

La batalla del Congreso por la Paz Mundial

Todo esto sucedía en un momento clave de la batalla por el espacio cultural. Entre el 27 y el 29 de marzo de 1949 tenía lugar en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York el Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial. Un cónclave en el que centenares de intelectuales norteamericanos abogaron por la coexistencia pacífica entre ambos bloques. Pero lo cierto es que, como se ha sabido con posterioridad, la iniciativa del congreso correspondió en parte a la Komintern con el objetivo de intervenir de primera mano en Norteamérica y estimular la creación en casa del adversario de opinión favorable hacia la URSS y el comunismo.

Entre los alrededor de 3.000 participantes en el Congreso acudió una representación, restringida por el Departamento de Estado norteamericano, de 23 delegados, entre los que se encontraba el compositor Dmitri Shostakovich. Denunciado un año antes por el Politburó por las "desviaciones formalistas antipopulares" de su obra, Shostakovich fue enviado a Estados Unidos convenientemente escoltado por comisarios políticos que le sugerían lo que debía decir en cada momento. 

La cita despertó el rechazo de aquellos intelectuales norteamericanos y de izquierdas que a finales de los años 30, tras conocerse las purgas estalinistas y sobre todo tras el pacto germano soviético, se habían distanciado del influjo de la URSS. Consideraban que cualquier espacio que se cediera a los soviéticos por una mal entendida política de apaciguamiento sería ocupado por el adversario. 

Así, a pocas semanas de la conferencia se fue fraguando un contramovimiento dirigido por el filósofo y profesor de la Universidad de Nueva York, a la sazón ex comunista, Sidney Hook. Desde una suite del propio Waldorf, acompañado de un pequeño y selecto grupo de escritores y activistas –la novelista Elizabeth Hardwick y su esposo, el poeta Robert Lowell; la escritora Mary McCarthy y su marido, el periodista Bowden Broadwater; los también periodistas Arthur Schlesinger Jr., Dwight Macdonald y Nicola Chiaromonte (antiguo colaborador de Münzenberg), el compositor bielorruso nacionalizado norteamericano Nicolas Nabokov o los responsables de la revista Partisan Review, William Phillips y Philip Rahv–, Hook remataba la labor que desde hacía semanas llevaba coordinando para tratar de entorpecer la celebración del evento.

Aquel grupo convocó una contraconferencia al aire libre en Bryant Park, a pocas manzanas del Waldorf, y auspició un contracomité internacional para el que recabaron firmas de la talla de André Malraux, Jacques Maritain, Bertrand Russell, Igor Stravinsky, Benedetto Croce, T. S. Eliot o Karl Jaspers.

Una operación orquestada

Los intelectuales progresistas que participaron en la batalla contra aquel congreso también fueron comparsas de una operación orquestada. El Gobierno norteamericano no solo estimuló las manifestaciones y piquetes de grupos católicos que aquellos días rodearon el Waldorf para recibir a gritos a los asistentes. También respaldó con apoyo logístico y financiero la actividad del más respetable frente intelectual que operaba en la suite del Waldorf bajo la coordinación de Hook.

Según se supo después, los recursos necesarios para montar aquella pequeña infraestructura de boicot fue apoyada por Frank Wisner, responsable de acciones encubiertas de la CIA, a través de algunos de sus hombres, entre ellos Michael Josselson, que entonces preparaba la creación del Congreso por la Libertad de la Cultura, organización clave en la guerra fría cultural, que celebraría su primera reunión en Berlín en junio de 1950, y Melvin Lasky, periodista y editor llegado de Alemania para la ocasión, donde había fundado la revista anticomunista Der Monat y que en adelante será una pieza clave de la batalla cultural que Estados Unidos librará contra la URSS en Europa. La mayoría de los artículos que formaron parte de El dios que fracasó se tradujeron y publicaron previamente en Der Monat.

La cita del Waldorf fue un éxito propagandístico para la contra comunista y un punto de no retorno para la guerrilla cultural de Moscú en territorio estadounidense. El Kremlin tomó la decisión estratégica de retirarse y centrar sus esfuerzos en ocupar espacios en Europa. Aquella fue la última gran batalla por la hegemonía cultural librada por ambos bloques en suelo norteamericano, y como en las mejores ocasiones contó con la participación inadvertida, a uno y otro lado del espectro ideológico, de un buen número de intelectuales hábilmente dirigidos, con frecuencia manipulados, por una minoría en el secreto.