El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha ordenado esta madrugada la reapertura de la prisión de máxima seguridad de Alcatraz, situada en una isla frente a la costa de San Francisco (California), y que cerró en 1963 por ser "demasiado cara para seguir operando". La prisión, que desde 1973 está abierta al público como destino turístico tuvo en sus más de 29 años de existencia, 14 intentos de fuga.
En su cuenta de Truth Social (la red social lanzada por el equipo del presidente para hacerle competencia a Facebook y X), Trump se ha dirigido a la Oficina de Prisiones, al Departamento de Justicia, al FBI y a Seguridad Nacional en una publicación que leía la necesidad de reabrir "un Alcatraz sustancialmente ampliado y reconstruido, que albergue a los delincuentes más despiadados y violentos de Estados Unidos".
En su comunicado, el republicano ha destacado que la reapertura de la prisión servirá como "símbolo de ley, orden y justicia", permitiendo al país dejar de ser "rehén" de "criminales, matones y jueces que tienen miedo de hacer su trabajo y expulsar a criminales que entraron en nuestro país de manera ilegal", para concluir con su ya característico dogma "¡Haremos América grande de nuevo!".
Pese a más tarde aclarar que esto es solo "una idea" nacida de los "jueces politizados" que buscan garantizar que los inmigrantes deportados tengan su debido proceso, el presidente estadounidense ha recordado aquellos tiempos en los que Estados unidos era una "nación más seria", que no dudaba en "encerrar a los criminales más peligrosos y mantenerlos lejos de cualquiera a quien pudieran dañar". Sin embargo, parece que Donald Trump ha pasado por alto que, de hecho, hubo una vez que tres prisioneros lograron huir de Alcatraz. Si vivieron o no para contarlo es todavía un misterio.
La prisión más segura del mundo entero
En 1933, la isla de Alcatraz pasó al Departamento de Justicia de Estados Unidos, que se puso manos a la obra para aprovechar el territorio con la ambición de construir la prisión más segura no solo del país, sino del mundo entero. Su localización era idónea para cumplir su cometido: ubicada sobre una roca aislada en la Bahía de San Francisco, a 2,5 kilómetros de la costa, el reducido tamaño del islote permitiría vigilar casi todos los puntos muertos del mismo y, en caso de que algún valiente lograra salirse con la suya y lanzarse al agua, las fuertes corrientes le impedirían el nado; y su gélida temperatura, que apenas alcanza los 12º en época estival, le provocaría fallecer por hipotermia. Para Alcatraz solo había un billete de ida.
Por la prisión pasaron algunos de los criminales más famosos de Estados Unidos, como el ladrón George Kelly Barnes (apodado Machine Gun Kelly) o el gánster Al Capone, pero aquel que planeó y logró huir de Alcatraz no fue otro que Frank Lee Morris, que más tarde sería inmortalizado por Clint Eastwood en la película Fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979).
El grupo de Alcatraz
Hijo de una madre joven y de un padre ausente, Frank se quedó huérfano a los once años, trastabillando entre orfanatos y ganándose la vida a través de la violencia y los robos, gestando esa actitud problemática y conflictiva que recuerdan aquellos que se interpusieron en su camino. El joven tuvo sus primeros desencuentros con la justicia a los 13 años, con robos menores pero inteligentes que atestiguaban su altísimo coeficiente intelectual, 43 puntos superior a la media. A los 17 años, y con una retahíla de detenciones, arrestos y delitos en su ficha, Frank fue arrestado en la Penitenciaría Estatal del Estado de Luisiana tras cometer un robo a mano armada en un banco de Miami, para posteriormente fugarse en un coche (también robado). Al delincuente le esperaban 10 años de cárcel, pero no estaba dispuesto a cumplirlos.
Logró escapar de la correccional y disfrutar de un año de aparente libertad pero, de nuevo, fue arrestado y enviado a una prisión de la que, ahora sí, jamás podría escapar. Al llegar a Alcatraz fue despojado de sus pertenencias y de su identidad: ya no era Frank Morris, sino "prisionero AZ-1441". El ingreso en prisión venía acompañado de un antiquísimo ritual, que consistía en el prisionero, desnudo, caminando por el pasillo central del lugar, ante la burla del resto de presos. La diminuta celda 138, de apenas 2,5 metros de largo, 1,5 de ancho y 2 de altura, sería su habitación en el vallado hotelito de Alcatraz. El 24 de octubre de 1960, seis meses después de su ingreso en prisión, dos hermanos criminales entraron en Alcatraz, cambiando la suerte de Morris para siempre.
Frank los reconoció de inmediato: eran John y Clarence Anglin, dos hermanos criminales con los que había coincidido en la Penitenciaría de Columbia (Alabama). Tras haber intentado escapar de una prisión federal en Kansas, la dupla había sido enviada a cumplir condena en Alcatraz y, al coincidir con su anterior colega, los ojos les hicieron chiribitas: la inteligencia de Morris sería lo que les otorgaría la libertad. Al trío se les unió Allen Clayton West, un prisionero con quien también habían coincidido en prisiones anteriores y que no dudó en unirse al plan. Tenían que escapar de Alcatraz.
El plan maestro
Vicisitudes de la vida hicieron que, tras unos cambios en la prisión, los cuatro fueran reasignados en celdas vecinas, lo que facilitó la organización del proyecto que se traían entre manos. Querían que fuese una fuga ambiciosa y planificada, alejada de otras que se habían intentado y habían acabado con la vida de los prisioneros. Por ello, desglosaron el plan por partes.
Lo primero sería escapar de la celda. Tratar de comprar a un guardia era inviable, robar las llaves de la celda era torpe y adelgazar para colarse entre los barrotes de la celda, demasiado sencillo. Morris se percató de que, bajo el lavamanos de la celda se encontraba una ínfima rejilla de ventilación que, de ser extraída, les permitiría acceder a un pequeño pasillo de mantenimiento que carecía de vigilancia. Pasaron seis meses rascando la débil pared con cucharas de metal que recogían durante la comida y con un taladro eléctrico casero que improvisaron a partir de un viejo motor de aspiradora que robaron de la basura. Para disimular el ruido del taladro, el grupo aprovechaba las horas de improvisación musical, cubriendo el sonido con la melodía del acordeón que se les permitía tocar. Al terminar, cubrían los agujeros marcados en la pared con un trozo de cartón pintado que daba el pego.
Pasó medio año hasta que lograron cruzar al otro lado, y comenzar la segunda parte del plan. En los pasillos ocultos improvisaron un taller clandestino en el todas las noches fabricaban herramientas que, más tarde, emplearían en la huida del lugar. Para sortear la vigilancia nocturna de los guardias, fabricaron cabezas falsas con una mezcla de papel maché, jabón, pasta de dientes, polvo de ladrillos y pelo real de los presos del lugar. Así, cada noche, los cuatro amontonaban ropa bajo las sábanas y colocaban estratégicamente las cuatro cabezas sobre la almohada, creando la ilusión de que realmente había una persona durmiendo en la celda.
One of the ingenious fake heads used as a decoy during the 1962 escape of three prisoners—Frank Morris, Clarence Anglin, and John Anglin—from Alcatraz.
— Jen Gomes (@JennieSays_) July 12, 2024
Crafted with a mix of soap, toilet paper, toothpaste, and concrete dust, these lifelike heads fooled the guards long enough… pic.twitter.com/m7FUin20Kr
Entonces, la tercera y última parte del plan. Emplearían los conductos de ventilación del pasillo de mantenimiento para alcanzar el techo de la prisión. Confiados en poder sortear los altos muros y las torres de vigilancia, el verdadero problema al que se enfrentaban eran los 2.5 kilómetros de peligrosas aguas que debían cruzar para llegar a la costa de San Francisco. Para ello, robaron e intercambiaron impermeables de plástico, que cosían y pegaban utilizando el calor de las tuberías de su austero taller para fabricar un bote inflable y varios salvavidas. Improvisaron unos remos con madera y, con todo, estaban listos para partir: la noche del 11 de junio de 1962 llevarían a cabo el premeditado plan.
La huida de Alcatraz
Todo conocimiento del plan maestro se lo debemos al propio West quien, la noche elegida, le falló el cemento utilizado para reforzar la salida de la rejilla de su celda de manera que no pudo salir de la habitación a tiempo. Cuando lo logró y llegó al agua era demasiado tarde: el grupo había partido sin él. Pero, ¿cómo lo habían hecho?
Siguiendo los pasos establecidos, el trío aprovechó el silencio de la noche para acceder a los conductos de ventilación del austero pasillo secreto, accediendo al techo de la prisión y cometiendo alguna infracción sonora que alertó a los guardias, aunque estos, confiados, decidieron no investigar. Los prisioneros se deslizaron por otro conducto de ventilación, lo que les permitió acceder a dos cercas de casi cuatro metros de altura meticulosamente estudiadas al servir de punto ciego tanto de los reflectores como de los guardias de seguridad. Una vez sortearon el peligro, inflaron la balsa con un fuelle que previamente habían modificado a partir del ya mencionado acordeón y, en lugar de dirigirse a San Francisco, marcaron rumbo a la isla Ángel, a tres kilómetros de la isla de Alcatraz. Frank, John y Clarence se perdieron en la oscuridad de la noche.
Los guardias no se dieron cuenta de la fuga hasta la mañana siguiente, haciendo saltar las alarmas y comenzando una exhaustiva búsqueda por tierra, mar y aire que se extendió durante diez días. En la costa encontraron fragmentos de impermeables, palas de madera y carteras con documentación y fotografías de los prisioneros, pero jamás dieron con ellos. En su declaración, West informó que el plan culminaría con el robo de un coche al llegar a tierra para huir del país y, como tal crimen jamás fue denunciado, el FBI decretó que los prisioneros no lograron llevar a cabo su plan y que se ahogaron en las aguas de la Bahía de San Francisco, aunque no hubiera ninguna prueba que diera constancia de ello.
El caso cayó en el olvido hasta el año 2013, cuando la Policía de San Francisco recibió una carta firmada, supuestamente, por John Anglin. "Mi nombre es John Anglin. Escapé de Alcatraz en junio de 1962 con mi hermano Clarence y Frank Morris. Tengo 83 años y me encuentro en mal estado: tengo cáncer [...]. Si anuncian en televisión que me prometen que iré a la cárcel solo un año y que me darán atención médica, escribiré de vuelta para decirles dónde me encuentro exactamente". El FBI analizó la misiva (en la que aseguraba que tanto Morris como su hermano Clarence habían fallecido años antes) para determinar si era auténtica, pero los resultados no fueron concluyentes. Dos años más tarde, un historiador pareció encontrar una foto de los hermanos Anglin tomada en una granja de Brasil 13 años después de la huida pero, de nuevo, nada fue concluyente.
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