Año 751 d.C. Con sus más de 660 kilómetros de longitud, el río Talas recorre gran parte del territorio pero, dentro del gran titán que es el continente asiático, apenas es un ínfimo corredero acuoso que nace de una pequeña provincia homónima, en la actual Kirguistán. Pero en el siglo VIII, dicho territorio no es más que una estepa calurosa cuyo aire espeso parece indicar la magnitud del choque que está por venir. Frente a frente, dos mundos: al este, las huestes disciplinadas del Imperio Tang (618-907); al oeste, las fuerzas del Califato Abasí (750-1258). El murmullo de las oraciones islámicas se entremezclaba con los tambores de guerra chinos. No se libraba una batalla por el control inmediato de la Ruta de la Seda, sino por el dominio total de Asia central.
Fueron cinco días de ardua batalla, bajo el calor abrasador de los meses de verano. Ambos ejércitos se encontraban, más o menos, en igualdad de condiciones, pero fue una traición lo que inclinó la balanza: los carlucos, aliados de los Tang, cambiaron de bando en mitad del conflicto y desataron el caos en las filas chinas. Nadie lo sabía aún, pero ese julio del año 751 marcaría el comienzo de un sutil intercambio que cambiaría el curso de la historia para siempre: el ascenso del Islam en la región.
La chispa que lo encendió todo
Para el año de la batalla de Talas, los abasíes estaban en ascenso: hacía un año que se habían hecho con el control del Califato, derrocando a los Omeya y desplazando la capital de Damasco a Bagdad. Los abasíes miraban al este con recelo, con el objetivo de expandir su dominio hacia esas tierras desconocidas que eran Oriente, tan sólo necesitaban una chispa que encendiera la llama con la que iniciar el ataque.
Y, de la misma manera que los abasíes buscaban expandirse por el este, los chinos buscaban hacerlo por el oeste. La Dinastía Tang había logrado restablecer el control de los territorios cercanos a Chang'an (actual Xi'an), la que por aquel entonces era la ciudad más rica y cosmopolita del mundo, pero su ambición les llevaba a querer hacerse con más. Tenían un objetivo: ser la primera de las dinastías chinas en hacerse con el control de las regiones próximas a occidente. Y, para ello, contaban con un plan maestro: aprovechar su dominio sobre las rutas del norte de la Ruta de la Seda para expandirse hacia el oeste.
Ambos imperios coincidieron en su interés por la ciudad-estado de Tashkent. Por ello, cuando el general chino Gao Xianzhi capturó la urbe en el año 750, los abasíes encontraron un motivo para afilar sus espadas. Y, cuando el hijo del rey asesinado por los chinos en Tashkent escapó para pedir ayuda a los musulmanes, encontraron, por fin, la chispa con la que prenderlo todo.
Una traición escrita en las estepas
Los dos ejércitos se encontraron cerca del río Talas. Según los relatos, los chinos, comandados por Gao Xianzhi, contaban con 30.000 hombres entre chinos y carlucos, una tribu nómada establecida en las periferias de la actual Turquía. Los abasíes, por su parte, contaban con 20.000 soldados, al mando del general Ziyad ibn Salih.
El choque inicial entre las tropas fue descomunal. La igualdad táctica de ambos ejércitos impedía el avance de unos u otros: contaban con armas similares, con el mismo número de soldados y con las mismas ansias por hacerse con el control de la región. La batalla estaba en un punto muerto. Entonces, llegó la traición.
Que los carlucos traicionaran a los chinos y cambiaran de bando en el punto álgido de la batalla no era algo extraño. Al contrario: era bastante común. Las tropas centro-asiáticas eran conocidas por una lealtad voluble, que los hacía cambiarse de bando según sus intereses, siendo esto un hándicap que los chinos tuvieron que asumir al pedirles ayuda. Se cree que esta traición se dio por el trato privilegiado que los abasíes daban a las tropas aliadas, mientras que los Tang eran conocidos por despreciar a otros pueblos y reinos, sin importar si eran aliados o no.
Los carlucos atacaron la retaguardia del ejército Tang mientras que los abasíes arremetían por el frente. La balanza se había inclinado: el Califato Abasí sería el vencedor. Muchos chinos fueron capturados y esclavizados por los musulmanes, pero no lograron hacerse con el artífice de la batalla: Gao Xianzhi logró escapar, llevándose consigo una fracción de su ejército.
Más que una victoria militar
La victoria para los abasíes fue, sin embargo, costosa. El recientemente instaurado Califato Abasí no estaba acostumbrado a grandes bajas, tardando bastante tiempo en recuperarse de las mismas. Sin embargo, lograron hacerse con su objetivo: el islam echó raíces en Asia Central, iniciando un proceso de islamización que perdura hasta día de hoy.
Pero, si este acontecimiento tuvo una consecuencia directa con la historia de la humanidad, ese fue la expansión del papel. Según la leyenda, tras la batalla de Talas, los abasíes ordenaron a los prisioneros chinos trasladar el conocimiento de la producción de papel en Samarcanda. El papel era por aquel entonces un producto de lujo chino, y su producción era casi un secreto de estado. Así, la conquista islámica de Asia central facilitó la expansión de este conocimiento por vez primera, de manera que para el año 794, la manufactura de papel ya se podía encontrar en Bagdad, actual Irak.
Hechos posteriores apuntan a que, tras la derrota en talas, Gao Xianzhi planeaba una sangrienta venganza. Una vendetta con la que restaurar y poder, por fin, expandir la dinastía Tang a las fronteras occidentales. Sin embargo, sus planes fueron interrumpidos por la Rebelión de An Lushan (755-763), la segunda guerra con más muertos de la historia de China, con unas 24 millones de pérdidas humanas. Con la retirada china y el avance del islam, Asia Central entraba en una nueva era.
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