París, mayo de 2012, el filólogo y periodista David Felipe Arranz se encuentra de viaje a la caza tesoros literarios. Buscando entre los tradicionales puestos de libro viejo de los buquinistas, a orillas del Sena, se hace con un volumen encuadernado con doce relatos. “Uno adquiere joyas a veces sin saber exactamente su valor, porque nunca sabe del todo lo que se tiene en las manos cuando se está de viaje. Me llamó la atención que el libro careciese de nombre de autor y de fecha de edición; sólo figuraba el nombre de la editorial, la barcelonesa Atlante, y me llamaron poderosamente la atención los grabados y dibujos de las cubiertas, que resultaron ser de Alfred Roloff”, explica a El Independiente.  

Acaba de dar con una serie de relatos protagonizados por Sherlock Holmes pero que tenían la peculiaridad de que no eran de Conan Doyle. David Felipe Arranz los ha recuperado como editor en el volumen Archivos secretos de Sherlock Holmes (Funambulista). Pero antes de publicarlo tuvo que hacer de investigador para dar con el origen de aquellos textos con cuidadas ilustraciones.

Los relatos son textos anónimos publicados en Berlín entre 1907 y 1911, totalmente olvidados, pero si no eran de Doyle, ¿de quién eran? “Hasta donde he podido averiguar, el polaco Kurt Matull y el alemán Matthias Blank –que firmaba como Theo von Blankensee–, dos creadores “multimedia” cuando la convergencia mediática ni siquiera existía. Eran pioneros del cine y de la novela por entregas en el Berlín anterior de la Primera Guerra Mundial. Matull llegó a trabajar en el periodismo en los Estados Unidos y regresó a Alemania en 1906 para escribir libretos operísticos, guiones de cine y estos pastiches. Blank, por su parte, era un verdadero maestro de la producción en cadena: creó al mismo tiempo al detective Luther Frank a imagen y semejanza de Holmes, otro personaje que hizo furor en Moscú”, asegura el periodista.

El editor siguió la pista de algunos índices y archivos en Alemania “en los que aparecen como autores de esta serie apócrifa, y en The Arthur Conan Doyle Enciclopedia vienen referenciados los dos nombres como los autores, si bien sin ninguna información adicional”, añade. 

Dibujo original Alfred Roloff 1907.

Escribir sobre el personaje de otro

Hoy nos resulta inaudito que se pudieran publicar historias del personaje de un autor sin su permiso pero según David Felipe Arranz fue un fenómeno muy extendido a comienzos del siglo XX. “El auge de la novela detectivesca y policíaca dio como resultado unos hijos “bastardos” de gran calidad. El caso de Sherlock Holmes fue paradigmático y muy prolífico en imitadores; tanto, que Ellery Queen reunió a los que pudo en The Misadventures of Sherlock Holmes (1944), volumen dividido en cuatro partes y con relatos publicados entre 1892 y 1941, entre los que se encuentran nada menos que las plumas de James M. Barrie, Mark Twain, Agatha Christie, Bret Harte, O. Henry y el propio Ellery Queen, que se tomaron muchas libertades con Conan Doyle”. Entre ellas la idea de enfrentar a Holmes con Jack el Destripador “fue de Queen, y muchos piensan que esa trama está en el canon holmesiano original”.

Algo también que cuesta imaginar desde nuestra mirada actual es por qué no persiguió Conan Doyle si estas ediciones tenían tanto éxito “Creo sinceramente que Conan Doyle hizo la vista gorda, porque sabemos que la editorial Lutz, que tenía los derechos de traducción y distribución de las aventuras de Holmes en Alemania, no avisó a la editorial berlinesa Verlagshaus für Volksliteratur und Kunst, responsable de los apócrifos, hasta la undécima entrega, y solo para decirle que quitaran el nombre de Sherlock Holmes del libro. El motivo pienso yo que está relacionado con una estrategia de “win to win” o todos ganan: es decir, que las ventas tanto de las novelas originales como las de sucedáneo repercutían positivamente en todos”. 

Dibujo original Alfred Roloff 1907.

Novelas de quiosco

Según el filólogo en España se tradujeron 149 entregas de esta serie de relatos. Y entre 1910 y 1911, Atlante las estuvo seleccionando y reuniendo en tomos “retapados” de cuatro relatos, hasta publicar nueve tomos, muy difíciles de encontrar ya. Ediciones Povi le tomó la alternativa a Atlante tres décadas después, en 1940, y publicó una decena de entregas más, según la información recopilada por David Felipe Arranz. “Era un tiempo en que las novelistas de quiosco se imprimían semanalmente y se leían con voracidad, porque las fronteras entre la crónica negra y la novela policiaca se desdibujaban y ambos géneros se alimentaban mutuamente. El realismo en la descripción de lugares y de calles concretas, hoteles e incluso estaciones de tren o parques llevaba a pensar a muchos que Sherlock Holmes verdaderamente existió. ¿Por qué no?”, se pregunta el editor.