Esta vida es un quizás. Quizás ocurran las cosas o solo nos las imaginemos. Quizás los pensamientos sean internos o los hagamos reales con las palabras. Quizás el mundo y los que lo habitamos solo seamos producto de nuestra propia imaginación. ¡Quién sabe!

También se lo planteaba, supongo, hace 400 años, Calderón de la Barca cuando escribe La vida es sueño, y ya sabemos que los sueños, sueños son. Lo onírico y lo verdadero, la libertad y la privación de la misma, el miedo a lo que sucederá y el oscurantismo, los fanatismos y la política. Las justicias o los desmanes ejercidos por un poderoso, el silencio o la palabra dicha, la transparencia o los tejemanejes, la revolución o la aceptación de las formas de gobierno. El bien y el mal, la violencia o la sumisión. 

Todos estos temas podemos entresacar del texto por excelencia sobre los sueños. Sueños, que no es lo mismo que deseos. Soñar despiertos o dormir soñando. Para comprender la luz hay que conocer las tinieblas. 

La Compañía Nacional de Teatro Clásico nos rescata, (nunca está de más), una de las grandes obras emblemática del teatro barroco. Son textos y títulos que nunca debieran perderse en los anaqueles del olvido. Para que los conozcan nuestros jóvenes estudiantes, para aprender que en la vida no todo es tangible, para entender la fragilidad humana frente a ciertas formas de poder.

En versión y dirección de Declan Donnellan, en una coproducción de CNTC con la Cheek by Jowl del Reino Unido nos propone una puesta en escena más cercana a nuestros días. No pierde por ello su parcela filosófica, el destino del género humano, la incógnita de las dudas, el comportamiento de quien se ve forzado a vivir aislado o de quien dice salvaguardar los intereses patrios. Tampoco se olvida de los designios del poderoso, sea este rey, dios o jefe de empresa. De la codicia política y los deseos de medrar, “sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza; sueña el que afana y pretende; sueña el que agravia y ofende; y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende...” Por ello hay una mezcla de cabaret, de desconocimiento de uno mismo, de guerra y contienda, de miedo y valor, de errores del ser humano en la convivencia. 

Mezclan lo cómico y lo dramático, una forma de representación que puede resultar chocante al principio, pero a la que nos vamos acostumbrando poco a poco y envolviéndonos en el lenguaje sublime de Calderón. 

Todos los actores están sobresalientes. Un Ernesto Arias, interpretando al rey Basilio, que tampoco sabe si sueña o si la tensión del cargo le hace mostrarse indeciso en múltiples ocasiones. Y Alfredo Noval como un Segismundo perdido y tensionado, ignorante de su condición que, posteriormente, mostrará su lado más humano y amable. Los demás, en la misma sintonía marcada por el director y su equipo, destacando también a Goizalde Núñez como Clarín, respondiendo al arquetipo de gracioso del arte nuevo de hacer comedias.

La vida es sueño y la función es una realidad en la que podemos abstraernos un par de horas.  

Ficha técnica

Reparto:

Ernesto Arias: Basilio

Prince Ezeanyim: Elenco

David Luque: Clotaldo

Rebeca Matellán: Rosaura

Manuel Moya: Astolfo

Alfredo Noval: Segismundo

Goizalde Núñez: Clarín

Antonio Prieto: Elenco

Irene Serrano: Estrella

Equipo artístico

Dirección: Declan Donnellan

Adaptación de la dramaturgia: Declan Donnellan y Nick Ormerod

Coproducción: CNTC, Cheek by Jowl, LAZONA Teatro

Espacio: Teatro de La Comedia