¡Cuántas veces hemos imaginado cómo seríamos pasados diez, veinte, treinta años! Recuerdo que, siendo bien jovencito, con los amigos hablábamos de eso más de una vez. Nos decíamos a nosotros mismos: ¿Te imaginas cuando tengamos cuarenta años? Nos parecía que esa edad, nosotros teniendo quince, cumplir eso, cuarenta, era ya ser un viejo. Por supuesto, pensar en los cincuenta, sesenta o más, era ser Matusalén o poco menos.

PUBLICIDAD

Pues bien, apenas sin darnos cuenta, como quien no quiere la cosa, de repente, o no tan de repente, constatamos que nos han salido ciertas “goteras”, que tenemos que pasar por “boxes”, y que, una vez que pisas la consulta de un médico, y más si es un especialista en algún mal concreto, ya no la abandonarás nunca, estarás abocado a visitarlo asiduamente, ya eres carne de cañón de la medicina preventiva y no.

Goteras son las que encuentra el personaje de esta obra de Marc G. de la Varga, y que dirige Borja Rodríguez. A partir de ahí, subiendo al piso de arriba para ver de dónde proviene el desaguisado, el protagonista, un guionista teatral que subsiste a costa de su propia imaginación, se encuentra a sí mismo en una especie de Regreso al futuro. Bien templado el texto, y sin parafernalias psicodélicas, futuristas, distópicas, más bien apelando a la sonrisa y a la alegría, el planteamiento no se aleja de aquellos supuestos en los que queríamos imaginarnos cómo seríamos de mayores, sin hacernos idea real y aproximada del hecho.

Y cualquier parecido con la realidad será pura ficción, solo esperanza, desilusión, contraste, guerra interna, remordimiento, ¿qué hice mal? ¿cómo puedo corregir esto o aquello? ¿a qué destino estoy abocado? ¿no podría cambiarlo?

Los intérpretes nos lo hacen pasar muy bien, Fernando Albizu, siempre solvente, nunca defrauda, Gonzalo Ramos, perfectamente adecuado a su cometido, divertido, cercano, entrañable, y Gloria Albalate que, aunque tiene una intervención más discreta y escueta, no le va a la zaga en ningún momento en el espíritu de la comedia, en esta improbabilidad más que soñada, donde nos lleva a plantearnos lo de la expresión “de aquellos barros, estos lodos”.

¡Cuántas veces pensamos que deberíamos haber actuado de una forma o de otra! ¡Cómo una decisión puede cambiar el curso de la historia! La repercusión no la sabremos nunca, y siempre nos plantearemos si hemos obrado de forma correcta.

Eso es lo que me gusta de las comedias. Bueno, de las comedias y de los grandes dramas, y de los pequeños o cotidianos argumentos. Que subyace siempre una segunda lectura, que no basta quedarse en un mero divertimento, que nos hace plantearnos cuestiones que tienen que ver con nuestra forma de pensar, de actuar, de vivir, de relacionarnos.

Esa es la grandeza del teatro. Y de Goteras. Apuesta por un género que no denominaré ciencia ficción, porque de científico no tiene mucho, pero sí de humana ficción, de cuestionamiento del éxito, del cuidado personal de cada uno, de las expectativas de futuro, de la entrega a un ideal, de las goteras que le salen a cada cual sin pretenderlo.

PUBLICIDAD