El ojo detecta la luz y envía las señales a lo largo del nervio óptico hasta el cerebro permitiendo, además de percibir la luz y la visión, la capacidad de diferenciar entre colores y profundidad. Como dato curioso, el ojo humano puede ver hasta diez millones de colores y sombras y tiene un ángulo de visión de 200 grados.

Al mirar a los ojos a otra persona, o al vernos reflejados en el espejo, podemos darnos cuenta de las diferentes partes que protegen el ojo. Primero las cejas, que impiden que el sudor de la frente caiga sobre ellos. Después los párpados y las pestañas, que evitan la entrada de objetos extraños. También vemos la pupila, el iris o el globo ocular. Pero hay otras partes que no se pueden percibir a simple vista y son muy importantes para poder captar la luz y las imágenes.

Entre las partes no visibles del ojo está el cristalino. Se trata de una estructura transparente que actúa como una lente biconvexa, es decir, como una esfera achatada, que permite enfocar correctamente los objetos que están situados a diferentes distancias y está ubicado detrás de la pupila. Funciona como el objetivo de una cámara fotográfica. El cristalino desvía la luz que le llega y la concentra en un punto determinado de la retina. Si en la cámara fotográfica las imágenes se fijan en la película, en el ojo lo hacen en la retina.

El cristalino modifica su curvatura y su espesor para poder ver nítidamente las imágenes gracias a la elasticidad que le dan las fibras de colágeno que lo componen. Esta elasticidad se va perdiendo cuando envejecemos, lo que hace que se pierda agudeza visual y aparezca la presbicia, es decir la pérdida de la capacidad de enfocar las cosas, más conocida como vista cansada. 

Cataratas: cuando el cristalino envejece

Asimismo, a medida que se cumplen años, el cristalino puede volverse opaco y deformarse. Es entonces cuando se produce la catarata, que impide el paso de la luz hasta el interior del ojo. Al formarse la catarata, la visión se vuelve borrosa, turbia, no se pueden distinguir los colores y se ve doble. Además, las personas que tienen cataratas se vuelven más sensibles a la luz y tienen mala visión nocturna.

Los doctores Alfredo Castillo y Carlos Palomino, responsables del servicio de Oftalmología del centro Olympia.
Los doctores Alfredo Castillo y Carlos Palomino, responsables del servicio de Oftalmología del centro Olympia.

El único tratamiento para este problema es quirúrgico. La cirugía del cristalino consiste en implantar una lente específica después de realizar un exhaustivo estudio. Pero no está indicada exclusivamente para los pacientes con cataratas, "sino también para aquellos que tienen alguna disfunción del cristalino, es decir, que tienen presbicia, y por tanto necesitan utilizar una serie de ayudas visuales como gafas o lentillas para cerca o para lejos”, explica el doctor Carlos Palomino, jefe de Servicio de Oftalmología en el centro Olympia de Madrid.

Una solución de por vida

La hipermetropía, la miopía o el astigmatismo son susceptibles de ser resueltas definitivamente con este tipo de cirugía. “Aplicamos al paciente unas gotas de colirio anestésico y una leve sedación antes de hacer una incisión de 2,2 milímetros en la córnea y por ahí, con una sonda aspiramos el cristalino e introducimos un tipo de lente intraocular, según el caso” explica el doctor Alfredo Castillo, jefe de Servicio de Oftalmología de Olympia.

La operación suele durar unos diez minutos, después de los cuales el paciente se va a su casa viendo con normalidad. Lo que no es aconsejable es operar los dos ojos a la vez: debe pasar una semana entre la intervención de un ojo y otro. Después, el paciente tan solo tendrá que aplicarse un tratamiento de gotas y no será necesario operarse de nuevo al cabo de los años ya que la cirugía del cristalino es una solución visual de por vida.