Eran novietes con diábolo, tatuadores de flores, chavales de teatro de estudiante y de escalerilla de estudiante, más el primer flautista del mundo que apareció con un perro. El 15-M no quería hacer ideología, la ideología se la pusieron los que ya traficaban con ideología desde mucho antes. Lo que quería hacer era algo nuevo, un mundo o unas maneras, aunque sin tener ni idea de cómo se hacía ni en qué consistía eso. Así que metían en cajas de zapatos sus propuestas, escritas en hojas de libreta, con boli y mella escolares, las votaban moviendo sus manos como enguantadas de jazz, y lo mismo salía la paz en el mundo, la energía cósmica, pedir pizza o incluso algo interesante. Sólo eran chavales que parecían adanes bajo un madroño, y aquello no tenía que tener razón, ni siquiera originalidad, menos una conclusión, como si fuera un simposio de radiólogos. Sólo tenía que hacer ruido. El ruido de que algo pasaba. Aquel ruido ha durado hasta que Iglesias se ha cortado la coleta como si se cortara la lengua.
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