Jordi Pujol no se quiere morir así, dejando en la memoria colectiva una estela de corrupción sistematizada en la administración pública de Cataluña y el enriquecimiento privado a lo largo de sus muchos años de poder. Y tampoco se quiere morir contemplando cómo su amada tierra se consume internamente en todos los órdenes: político, económico, institucional y social mientras camina sin pausa hacia el fracaso y el hundimiento del que fue su proyecto más querido.

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