Canónicamente, una madre es el símbolo supremo del amor incondicional: una mujer abnegada que ha pasado penas y dolores para resquebrajarse internamente y, como si de una deidad se tratase, hacer posible lo imposible: crear vida. Una nueva persona a la que nutrir, ver crecer y guiar mientras ella queda relegada como la madre de. Pero no importa. Esa ha sido siempre la función intrínseca (y patriarcal) de una madre: cuidar de su hijo. Sin embargo, los tiempos han cambiado. Las madres tienen ahora nombre propio y se reivindica su papel como pilar fundamental no solo en la familia, sino también en la sociedad.

Pero una madre no ha sido siempre sinónimo de afecto. En la ficción y en la realidad abundan los casos de mujeres (y hombres, ojo) que, en lugar de abrazar, asfixian. Madres hoscas, hostiles, que proyectan sobre su hijo un deseo frustrado. Y siempre habrá películas que se hagan eco de ello. Desde las más realistas, como Lady Bird (Greta Gerwig, 2017) a las más cómicas, como Tacones lejanos (Pedro Almodóvar, 1991), con esa Marisa Paredes que se acostaba con el marido de su hija, hasta otras más festivas, como Mamma Mia! (Phyllida Lloyd, 2008): la relación madre-hija no es un camino recto, sino una ruta con vaivenes y baches.

Hollywood y las muñecas rotas

Hollywood ha sido siempre una fábrica de mitos, capaz de encumbrar a una estrella con la misma rapidez con la que la deja caer en el olvido. Esta lógica de consumo, que trata a los actores como objetos reemplazables, ha tenido efectos especialmente severos en las mujeres, muchas veces sometidas a una presión constante sobre su imagen y su conducta. Joan Crawford es un caso paradigmático. Un año después de su muerte, su hija, Christina Crawford, publicó Mommie Dearest, una novela en la que relataba su experiencia con una madre distante y violenta. La actriz, ganadora de un Oscar en 1945, no era la mujer fuerte y admirable que el público conocía, sino una madre alcohólica y controladora. Christina, que había sido adoptada, vio en su madre una figura que intentaba imponerle una perfección inalcanzable, y la obra se convirtió rápidamente en un best seller, abriendo un debate incómodo sobre las tensiones entre la imagen pública y la vida privada de las estrellas.

El morbo suscitado hizo que el libro se convirtiera rápidamente en un best seller: ¿cómo podía ser Joan Crawford un monstruo? ¿Era cierto eso que decía su hija de que una vez intentó estrangularla por dejarla en evidencia ante un reportero? En Mommie Dearest, la autora describe a su madre como una mujer impulsiva, víctima de la perfección impuesta a las mujeres en la industria, que trataba de controlar la vida de quienes la rodeaban con la misma rectitud con la que se controlaba a sí misma. Una mujer que humilla, golpea y abofetea, que siempre quiso tener hijos biológicos y recurrió a la adopción para llenar un vacío existencial. Como última peineta hacia su madre, Christina vendió los derechos de la novela a una distribuidora de cine, que hizo de su historia una exitosa película homónima en 1981 protagonizada por una desatada Faye Dunaway, aunque las críticas fueron mayormente negativas.

El momento de 'Mommie Dearest' en el que Joan Crawford, interpretada por una Faye Danaway muy metida en su papel, acorrala a la pequeña Christina al grito de "No wire hangers!" –"¡perchas de alambre no!"– ha pasado a la historia del 'camp' cinematográfico.
El momento de 'Mommie Dearest' en el que Joan Crawford, interpretada por una Faye Danaway muy metida en su papel, acorrala a la pequeña Christina al grito de "No wire hangers!" –"¡perchas de alambre no!"– ha pasado a la historia del 'camp' cinematográfico.

Las personalidades de Hollywood con frecuencia han encontrado su evasión en las palabras. Carrie Fisher (1956-2016), la eterna princesa Leia de Star Wars, se desnudó emocionalmente en 1987, cuando publicó Postales desde el filo, una novela semi-autobiográfica en la que hablaba de su experiencia con el alcohol, las drogas y, por supuesto, con su madre, la diva buenecita de Hollywood Debbie Reynolds (1932-2016).

En su obra, Fisher explicaba el sentimiento de abandono que sentía por parte de su madre, a quien describe como manipuladora y egocéntrica, obsesionada con su trabajo y olvidadiza de que tenía dos hijos. Frente a este abandono, la actriz empezó a juguetear con las drogas. A la novela le siguió una película protagonizada por Meryl Streep, Shirley MacLaine, Dennis Quaid y Gene Hackman. Sin embargo, esta historia tiene un final feliz (algo insólito en los casos aquí reunidos): la sinceridad de Fisher sirvió como punto de partida para una reconciliación con su madre, con quien se hizo íntima en sus últimos años. De hecho, Reynolds falleció un día después de la muerte de su hija, y sus últimas palabras fueron: "Quiero irme con Carrie".

Lo hice por amor

En la mitología clásica, ningún personaje puede presumir de ser excepcionalmente puro, pero si hay una madre recordada por sus crímenes esa es Medea, la poderosa bruja que asesinó a sus hijos para vengarse de su marido, Jasón, líder de los argonautas. Hoy reivindicada como icono feminista, Medea es víctima de un amor ciego: alcanzada por la flecha de Eros, la hechicera renuncia a su patria por la llama de la pasión. Por amor a Jasón mata a su hermano Aspirto, abandona su tierra y acepta el papel de esposa sumisa (aunque ella sigue siendo quien, con sus pociones, corta el bacalao). Por amor, Medea mata y hace el mal a todos los enemigos de su marido. Pero Jasón la ve siempre como una extranjera y, cuando tiene la oportunidad, la repudia para casarse con Creusa, una princesa griega.

Medea enloquece. Ella lo ha dejado todo por amor y él, a la mínima, se ha ido con otra. La venganza es fatal: antepone el odio al amor que siente por los hijos que ha tenido con Jasón y los sacrifica. No es el primer infanticidio de la historia, pero sí el más recordado, dando nombre al llamado síndrome de Medea.

Las malas madres del cine de terror

La psicosis se torna obsesión. Madres que persiguen a sus hijos con cuchillos por pasillos estrechísimos, vociferando improperios que hierven con rabia. A Stephen King debemos agradecerle haber dado vida a una de estas madres psicópatas en su debut literario, Carrie, sobre una joven con poderes telequinéticos que se venga tras ser repudiada por todos, incluida su progenitora, una fanática religiosa que la humilla, golpea y encierra, convencida de que su hija tiene el demonio dentro. El parricidio que comete Carrie es, en la novela, más humanista que en la película de 1976 que catapultó la historia: consciente de que, pese a todo, es su madre, Carrie –Sisi Spacek– usa sus poderes para detener su corazón. Nada explícito, todo sereno. Brian de Palma optó por un final más visual, crucificando a la mujer –una genial Piper Laurie– en una puerta como al personaje bíblico que adoraba hasta la enajenación.

Piper Laurie, de los nervios en 'Carrie'. | United Artists

El cine de terror se lo pasa en grande con estas figuras, exaltándolas hasta el delirio en una espiral de paranoia, sangre, vísceras y fuego. Siempre fuego. Si Ari Aster goza hoy de la reputación que tiene es gracias a Toni Collette y su interpretación en Hereditary (2018). Muchos defienden que merecía el Oscar: interpreta a una madre que desciende a la locura tras perder a su hija. Collette arde (literal y figuradamente): culpa de la pérdida al hijo que le queda, a quien insulta y denigra. El espectador no sabe qué pensar: ¿es su odio justificable? ¿Está loca, poseída o solo es víctima de un duelo complicado?

A quien sí cuesta justificar es a Sara Goldfarb, el personaje que interpreta Ellen Burstyn en Réquiem por un sueño (2000), que le valió una nominación al Oscar. Goldfard apenas presta atención a su hijo drogodependiente (Jared Leto), incluso cuando este vende todos los muebles de la casa para comprar heroína. Mientras no le quiten la tele, todo va bien. Su obsesión con la pantalla la lleva a alucinar y consumir anfetaminas para caber en un vestido rojo que se ha convertido en su único aliciente vital. Al final, lo de esta madre es más drama que terror: las drogas, como a su hijo, se convierten en el único retoño al que mimar.

Y no se puede terminar sin hablar de Norma Bates. Porque ella es más que un personaje, es un icono de la cultura popular. Psicosis (1960) es una de las mejores películas de Alfred Hitchcock, y su historia –la de un joven amedrentado por su madre fallecida, cuya personalidad adopta para cometer crímenes en un motel de mala muerte– la más recordada popularmente. Hay algo profundamente psicológico en todo esto: Norman Bates no conoce vida más allá de la regida por la mano férrea de su madre y, pese a la libertad que supone su muerte, prefiere entregarse a la locura y dejar que ella tome el control. A los traumas, uno les da salida por donde puede.