Uno de los muchos intereses e inquietudes de la joven comunicadora, historiadora y activista LGTBI Ángela Vicario es rastrear y reivindicar el papel de las mujeres durante la Edad Media. Hace pocos años, cuando presentó su trabajo de fin de grado, algunos miembros del tribunal la acusaron de querer "cambiar la historia". La retaron a nombrar a alguna mujer con poder real, aparte de Isabel la Católica, durante aquel largo periodo de mil años tan malversado y mistificado. Se le ocurrieron unos cuantos, claro, pero es ahora cuando Vicario da una contundente respuesta en forma de libro. En Ibéricas (Planeta), la autora recorre la Edad Media "de cabo a rabo" apoyada en las investigaciones que en las últimas décadas han buscado a las mujeres del pasado debajo de las piedras para explicar la existencia femenina en la Península. Sin "presentismos" ni fantasías de un "feminismo medieval" que no pudo ser, la suya no es solo la historia de las poderosas que le reclamaron los miembros más recalcitrantes de su tribunal universitario. "Es la historia de las mujeres de todas las clases sociales, de tres religiones, de distintas ocupaciones provenientes de diferentes entornos". Condesas y reinas que disputaron el poder a padres, hermanos, y esposos, pero también religiosas, eruditas, campesinas, artesanas y prostitutas.
Pese a la pobreza del registro documental, la historiografía reciente ha logrado reconstruir la vida de la mujer en los reinos que sucesivamente articularon nuestro territorio. Y "a pesar de los mitos que retratan a las protagonistas del ayer como completamente subyugadas al marido y a la casa, la investigación rigurosa y consciente nos muestra una realidad mucho más rica y variada", explica Vicario. "Las mujeres medievales de todos los estamentos serpentearon a través de resquicios legales y se saltaron abiertamente las normas para tener el control sobre sus propias vidas". A veces, incluso, "disfrutaron de derechos que las protegían y amparaban".
La otra Teresa
No faltan las pruebas de coraje de mujeres pobres, marginadas o enfermas que en las peores circunstancias trataron de encontrar su camino contra un orden masculino que les negaba su dignidad. Es el caso de la mujer que protagoniza el último capítulo de Ibéricas, Teresa de Cartagena. No por pobre o marginada, sino por la discapacidad que marcó su vida: la sordera.
Teresa de Cartagena vivió en la Castilla del siglo XV y fue una de las primeras mujeres en escribir en lengua castellana. Pertenecía a una familia poderosa de conversos: su abuelo, el célebre Salomón Haleví, fue el gran rabino de Burgos antes de convertirse al cristianismo y asumir el nombre de Pablo de Santa María, llegando a ser obispo y respetado intelectual. En su linaje hay cronistas, traductores y teólogos. Su tío Alfonso de Cartagena fue traductor de Cicerón y Séneca y autor de obras didácticas en latín y castellano. Este entorno letrado y refinado influyó sin duda en su formación. Ella misma dijo haber estudiado en Salamanca, aunque no hay registros ni parece verosímil que pudiera hacerlo como alumna reglada sino de manera informal, amparada por su respetada familia.
Parece que Teresa ingresó muy joven en un convento de clarisas, el ala femenina de los franciscanos. Esta orden no era muy receptiva a los cristianos nuevos, y esto determinó que cambiara de hábito y se trasladara a un convento cisterciense. Para entonces, Teresa ya padecía la sordera progresiva que transformó su vida. "Una niebla de tristeza temporal y humana", escribió, que la aisló del mundo y la empujó hacia la escritura como forma de consuelo y expresión. De esa experiencia nació su primera obra, Arboleda de los enfermos, escrita hacia 1470. Se trata de un tratado espiritual en el que reflexiona sobre la enfermedad como vía de crecimiento interior. Lejos de lamentarse, Teresa convierte su sordera en una bendición: gracias a ella, afirma, ha dejado de oír los ruidos del mundo y ha aprendido a escuchar con el "oído del alma". Su texto mezcla la vivencia personal con pasajes bíblicos y patrísticos, en una prosa íntima y decidida. "El sufrimiento", sostiene, "purifica y acerca a Dios".
Una defensa precursora de la igualdad
La circulación de su Arboleda despertó sorpresa y rechazo. Que una mujer escribiera un tratado espiritual era inconcebible en la época –las Moradas de su tocaya de Ávila son de un siglo después–, y algunos teólogos llegaron a acusarla de plagio. La respuesta de Teresa fue tajante: compuso una segunda obra, Admiraçión operum Dey (Admiración de las cosas de Dios), en la que defendió su autoría y el derecho de las mujeres a escribir sobre asuntos teológicos. Lo hizo con un estilo apasionado y firme, reivindicando que la inteligencia no es patrimonio masculino, sino un don divino repartido sin distinción de sexo.
Teresa compara su escritura con el acto heroico de Judit, la figura bíblica que empuña una espada para salvar a su pueblo. Si Dios inspiró a Judit a blandir el arma, ¿por qué no habría de inspirar a una mujer a tomar la pluma?, se pregunta. Y así, se sitúa como parte de las "maravillosas obras del Creador", desafiando con humildad y convicción el orden establecido.
En Ibéricas, Ángela Vicario inscribe la figura de Teresa de Cartagena en la llamada querella de las mujeres que desde el siglo XIII enfrentó a quienes defendían la honra y la capacidad del sexo femenino frente a los partidarios de su inferioridad. A comienzos del siglo XV, la dama franco italiana Christine de Pizan escribió La ciudad de las damas para desagraviar a su género y ensalzar las virtudes femeninas, en una obra que logró mantener viva la controversia hasta la Ilustración. Casi contemporánea suya, Teresa de Cartagena tuvo el valor de cuestionar la inferioridad femenina consolidada en la cultura medieval. Con el tiempo su obra fue olvidada, pero, gracias al renovado interés por las voces femeninas del pasado, su figura ha sido recuperada y reconocida como pionera.
Te puede interesar
-
De Martínez a Ramos y Ramírez: en busca de los orígenes españoles del Papa León XIV
-
La serie de RTVE que puede verse en Portugal y Finlandia, pero no España
-
Cuando España celebró el día de la Victoria en Europa como "un nuevo triunfo de Franco"
-
Alfonso, el triste final de un príncipe hemofílico, “bonito y regordete”
Lo más visto
Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registrado