La buena televisión no consiste en ver gente haciendo cosas interesantes, sino en ver gente haciendo cosas absurdas con una intensidad que nos haga olvidar lo ridículas que son. Supervivientes lo sabe, y por eso, cada martes nos sirve su ración de delirio tropical en prime time con una dignidad que ni la BBC en Nochebuena. La gala de ayer, sin ir más lejos, tuvo de todo: violencia verbal, lesiones, llantos, redenciones y hasta una nominación que olía a puñalada simbólica bajo una sonrisa de televisión.

PUBLICIDAD

Empecemos por el plato fuerte: la secuencia de la discordia. Tras días de rumores y testimonios cruzados, la organización del reality decidió emitir sin cortes –histórico, según Carlos Sobera, aunque uno sospecha que allí todo lo histórico empieza y termina en cada gala– el vídeo en el que Montoya, ex de La Isla de las Tentaciones, supuestamente perdía los papeles con Anita Williams. El resultado fue... ambiguo. Montoya aparece en bucle gritando "puta, puta, puta" con ese tono de exaltación de quien cree que el volumen anula la responsabilidad, mientras su novia intenta calmarlo. ¿Es violencia verbal? ¿Es desahogo? ¿Es la versión millennial del "no estaba enfadado, estaba actuando"? El espectador juzgue, la productora ya lo ha hecho.

En paralelo a este desahogo masculino, se produjo un abandono forzoso de esos que los redactores de realities llaman dolorosos. Álex Adrover, actor y humanista de playa, sufrió una luxación de rodilla que lo deja fuera del concurso tras 88 días de chiringuito ético. Su despedida fue elegante, medida y ligeramente lacrimógena. Su mujer, Patricia Montero, le recordó en directo que había dado una "lección de pureza y humanidad", lo cual en lenguaje telecinco quiere decir que no insultó a nadie y aprendió a abrir cocos sin llorar.

Damián, retorno y nominación

Pero no hay vacío que dure en Honduras: en su lugar regresa Damián Quintero, karateka zen y concursante fugaz, que apenas tuvo tiempo de deshacer la maleta antes de verse otra vez en los Cayos Cochinos, ahora con la condición de ir directamente a la lista de nominados. Esa lista, por cierto, es de las que hacen historia (o al menos historia de Supervivientes): Montoya, Escassi, Pelayo, Anita y el recién resucitado Damián. Todo el mundo en el disparadero menos Makoke, que ha resultado ser, insospechadamente, la gran beneficiada de la semana.

Porque si algo ha quedado claro en esta edición es que Makoke ha aprendido a sobrevivir sin necesidad de nadar ni pescar: con una frase bien colocada, una alianza oportuna y el cálculo justo para pasar inadvertida cuando conviene. Ayer, Borja –el líder de la semana– tuvo que elegir entre ella y Anita para completar la lista negra. Eligió a Anita, "aunque la quiero muchísimo", con esa entonación de exoneración preventiva que en Supervivientes vale más que un salvoconducto.

Las nominaciones, como siempre, dejaron expuesta la fractura del grupo. Montoya y Anita se han atrincherado juntos en el amor y el resentimiento, mientras el resto vota por exclusión, hartazgo o conveniencia. Nadie tiene ya la energía para fingir que hay estrategia: Pelayo dice que le nominan por ser coherente, Escassi porque dice lo que piensa, y Montoya porque... bueno, porque es Montoya.

¿Y el espectador? El espectador agradece este caos tropical como quien agradece una ópera absurda: no por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Supervivientes es el único lugar de la televisión donde un grito, una luxación y una mirada de Makoke valen más que cualquier guion. Pura intensidad, pura farsa, puro espectáculo. Nada que envidiar a la vida real.

PUBLICIDAD