“Los crímenes de los tiranos despiadados no tienen por​ qué quedar sin castigo. Ni siquiera en esta era de impunidad, en la que la autocracia está en auge y en la que los propios líderes mundiales, inquietos ante su mera existencia, cuestionan el concepto mismo de justicia internacional”, escribe el abogado estadounidense Reed Brody. Su batalla de 25 años contra el expresidente de Chad Hissène Habré, condenado en Senegal por crímenes de lesa humanidad, y su actual investigación de los abusos en la Nicaragua de Daniel Ortega le han granjeado el apodo de 'cazadictores', un etiqueta que Brody, de origen judío y afincado en Barcelona, rehuye. La suya es una biografía hecha de compromiso con los supervivientes de algunos de los regímenes más brutales del planeta.

Su lucha contra Habré centra el libro Atrapar a un dictador, que Debate acaba de publicar en español. Una crónica descarnada e hipnótica por la sucesión de conquistas y reveses que lograron el histórico ​p​rocesamiento de Habré, el “Pinochet africano” o el “León del Chad” que en la década de 1980 sembró el terror entre su pueblo y dejó a su paso un tajo de muerte y tragedia. “Es un caso que ha acaparado mi vida. Todo fue a raíz del caso Pinochet. Yo coordinaba el trabajo de la intervención de Human Rights Watch en el caso. Y ahí descubrimos que teníamos un instrumento en la justicia, la jurisdicción universal, para llevar a torturadores y tiranos a la justicia que hasta entonces parecían fuera de nuestro alcance de la justicia”, reconoce Brody en una entrevista a El Independiente. “Una abogada chadiana me contó del caso Habré que se había refugiado en Senegal y pensábamos que, si lográbamos replicar el caso del presidente Pinochet en África, sería realmente un avance en la justicia universal”.

Fue el punto de partida de un caso cementado por el testimonio de las víctimas y supervivientes que fue creando complicidades. “Terminamos haciendo causa común con las víctimas y haciendo amigos que han pasado por mi casa. Al final, no podíamos defraudar a Souleymane, Jacqueline y otras tantas personas. El hecho de que nos costara 16 años comenzar el juicio y armar un equipo es una muestra de una de las tareas más difíciles de mi carrera. Una de las cla​ves fue ​tratar con activistas que se hicieron activistas por sus experiencias personales. Supieron transformar su sufrimiento en propósito de justicia”.

P.- Una victoria, aunque fugaz, de los oprimidos...
R.- La victoria es un hecho. Como dicen en inglés, facts on the ground. O sea, el caso Pinochet inspiró este caso y el nuestro en África. Souleymane [uno de los supervivientes que inició la tarea de documentar las violaciones de derechos humanos] es un personaje respetado que está continuamente en los medios. Fueron 16 años de maniobras políticas, jurídicas, diplomáticas en la Unión Africana, en Senegal, en Bélgica, en Chad, Naciones Unidas o en la Corte Internacional de Justicia. Y lo hicimos.

P.- El caso Pinochet parecía que estaba hecho y al final el dictador chileno consiguió esquivar a la justicia por las presiones de Reino Unido. Y aquello, además, sirvió a España para limitar su justicia internacional. ¿Es esta batalla cada vez más difícil porque los países socavan sus propias leyes?
R.- Hay una lucha entre las intenciones, las promesas y finalmente el comportamiento de los estados. Lo que es interesante hoy en este momento es que en Ucrania y también con Israel las instituciones establecidas por la comunidad internacional han estado por primera vez a la altura de la situación. La Corte Penal Internacional no ha tenido grandes resultados en términos de condenas, pero hasta ahora solamente buscaba los africanos y en los últimos años ha inculpado a Putin y Netanyahu. La Corte Internacional de Justicia ha exigido a Rusia acabar con su agresión y ha instado a Israel a dejar pasar la ayuda humanitaria. Y ha dicho que es posible que haya genocidio. El problema es que ahora los estados occidentales están debilitando la Corte justamente por su actuación. En el caso de Gaza, la inculpación de Netanyahu marca la primera vez en la historia de la justicia internacional en la que hay un país aliado del Occidente siendo señalado. Hasta ahora los instrumentos de la justicia internacional fueron reservados a los adversarios derrotados como Tokio y Nuremberg, de los marginales africanos o de los enemigos como Milošević o Putin. Y, ahora con Israel, el resultado es que le caen encima las sanciones americanas, pero también las declaraciones de Alemania, de Francia, de Italia o Polonia de, que tal vez si Netanyahu pisa el suelo, que tal vez no lo arresten. Y también la salida de Hungría.

Es posible que veamos a Netanyahu o Putin sentados en un banquillo. Pinochet nunca pensó que estaría frente a un juez. Hoy en día parece difícil, pero la rueda de la historia está siempre girando

P.- ¿Existe una cruzada de países occidentales contra de la propia estructura de la justicia internacional que conduce a esta sensación de impotencia?
R.- Es que la justicia internacional no tiene policía. Es como en Estados Unidos, los tribunales frente a Trump. ¿Qué pueden hacer? La Corte Penal Internacional en sus 23 años nunca ha conseguido condenar a ningún responsable estatal a ningún nivel, en ninguna parte del mundo, porque no han podido capturarlos. Anda suelto tanto Putin como Netanyahu. Duterte acaba de ser enviado pero lo han hecho sus opositores, cuando había abandonado el poder. Sabemos que si Netanyahu pierde el poder en Israel, no será enviado. Igual que en Rusia.

P.- ¿Veremos a Netanyahu sentado en el banquillo de un tribunal internacional?
R.- Es posible. ¿Quién hubiera dicho que Milosevic estaría en un tribunal? Cuando comenzamos en el caso Habré, una víctima me dijo: ¿Pero desde cuándo la justicia ha llegado hasta el Chad? Pinochet nunca pensó que estaría frente a un juez. Hoy en día parece difícil, pero la rueda de la historia está siempre girando.

P.- ¿Y a Putin?
R.- Se aplica lo mismo. De entrada parece que no, aun cuando lo sustituya otro. Pero su destino dependerá de la situación política en Rusia. Quizás Rusia también acaba enviando a Bachar Asad ante la justicia.

P.- Dice en el libro que en la justicia internacional existe un doble rasero: hay villanos buenos y malos, según el bando en el que se hallen. Putin ha ofrecido refugio a Asad mientras que Trump protege a Netanyahu...
R.- Ni Rusia ni Estados Unidos han suscrito el Tratado de Roma. A estos países directamente no les interesa la justicia internacional. Son los países pequeños los que ven que su interés nacional es vivir en un mundo de justicia. Recuerdo a un amigo noruego al que le pregunté cómo definiría la política extranjera de Noruega. “Un mundo conforme al derecho internacional”, me dijo. Eso es lo que más protege a un país pequeño. Pero cuando uno es el ​m​atón del patio de la escuela, no te interesa que haya un monitor que vele por el interés de todos. Esa siempre ha sido la posición de Estados Unidos, que su interés nacional no pasa por un mundo de normas. En última instancia, es la fuerza que protege el interés nacional de Estados Unidos. Yo creo que es erróneo. Viviríamos mejor en un mundo gobernado por normas aceptadas y sobre todo cumplidas. Pero muchos gobernantes no lo ven así.

Cuando uno es el ​m​atón del patio de la escuela, no te interesa que haya un monitor que vele por el interés de todos. Por eso a EEUU no le interesa la CPI

P.- ¿Qué reformas habría que acometer de la justicia internacional para que fuera realmente justa?
R.- Primero universalizarla. En Roma, hace 25 años, ganamos muchas batallas, pero perdimos la universalidad. Que países como Estados Unidos y Rusia no queden fuera del alcance. No es factible pensar que el tribunal vaya a tener una fuerza policial. No es factible pensar en ninguna posibilidad de que el procurador en La Haya mande tropas para capturar a Putin. Es la conciencia de los pueblos. En última instancia, yo creo que todo avance en el derecho, son frutos de la movilización y la conciencia de las personas, de los pueblos. En el caso de Putin es más difícil porque el sustento de Putin no es Occidente sino otros países que se han burlado siempre del derecho. Netanyahu es otra cosa. Los amigos de Netanyahu son los opuestos, son las democracias de Occidente. Europa tiene poder. Yo estoy viendo en estas últimas semanas una movilización tardía pero consistente por lo que sucede en Gaza.

P.- ¿El apoyo incondicional a Netanyahu, que es el que ha ofrecido Alemania en Europa, está erosionando la propia credibilidad en la democracia?
R.- Sí. En Alemania o Estados Unidos, la gente ve lo que está pasando. Somos cómplices. Las bombas que caen y destruyen los hospitales y las viviendas en Gaza son bombas americanas. Sabemos lo que está pasando. Israel lo hace por la complicidad de Europa. Yo soy judío. Mi padre era superviviente de los campos de concentración. No me da vergüenza ser judío más que me da vergüenza de ser americano en ese momento. Como judío tengo particularmente la responsabilidad de denunciar y todo el mundo en Occidente tiene esa responsabilidad. Si no podemos influir sobre Putin y Rusia, sí podemos influir sobre Israel y Netanyahu. Y yo veo cada vez más conciencia de eso.

P.- ¿Lo que está sucediendo en Gaza es un genocidio?
R.- Siempre me he resistido a usar la palabra genocidio, porque yo creo que crea polémica y anticuerpos y no quería pensar que Israel estaba cometiendo un genocidio. Pero cada vez más estoy convencido de que sí. Israel tiene toda la legitimidad de responder a lo indescriptible del 7 de octubre, el ataque de Hamás, pero estoy convencido de que podría hacer lo que está haciendo, si no infravalora a los palestinos y ahí hay un racismo profundo contra el pueblo de Gaza.

Hemos aprendido que las batallas nunca se ganan definitivamente. Aún cuando tenemos democracia tenemos que luchar y, si no luchamos, perdemos y retrocedemos

P.- ¿Un país como España tiene responsabilidad en lo que sucede hoy en el Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial?
R.- España tiene una particular responsabilidad en el Sáhara y Guinea Ecuatorial. Conozco mejor Guinea Ecuatorial porque uno de mis dictadores se ha refugiado ahí y es un país completamente opaco. Casi todo el mundo está en el exilio y estoy intentando entender las posibilidades de que Obiang lo entregue eventualmente.

P.- El libro detalla con todo lujo los obstáculos que minaron el camino hacia la rendición de cuentas en Chad. ¿Ha tenido la tentación de abandonar?
R.- Es un sistema podrido, pero es una batalla constante que nunca damos por perdida. Jamás podremos decir que hemos ganado definitivamente. Cuando Trump ganó por primera vez, en una protesta en Washington había una señora con un cartel que decía I can't believe I still have to protest against this shit. Uno no hubiera pensado que en 2024 tendríamos que hacer lo mismo y que volviera el negacionismo climático. Hemos aprendido que las batallas nunca se ganan definitivamente. Aún cuando tenemos democracia tenemos que luchar y si no luchamos, perdemos y retrocedemos. En Estados Unidos hemos retrocedido. Estamos en un invierno y una situación muy peligrosa. Pero yo, como decía Martin Luther King, el arco de la historia es largo, pero tiende a curvar hacia la justicia. Cuando ganó Trump todo el mundo estaba muy desanimado, muy desmovilizado porque, como dicen las viejas canciones negras, “la libertad es una batalla constante”. Nunca se pierde y nunca se gana.

Trump ha mostrado en sus primeros meses que no tiene límites, que solamente entiende la fuerza contrapuesta, y nosotros tenemos que generar esa fuerza rápido

P.- ¿Ha perdido la fe en la arquitectura de la justicia internacional?
R.- No tengo fe en los sistemas. Creo en mi padre o en la movilización de las personas. El problema es que ya no movilizan los medios de comunicación sino las redes sociales. Las personas hoy en día están muy atomizadas. Yo procedo de los años 60 y vengo de la lucha por los derechos civiles y de las manifestaciones contra Vietnam. Pero la gente está volviendo a las calles.

P.- Más que lucha parece resistencia...
R.- Es un momento de resistencia. En otro momento sería un momento de construcción. Yo pensaba en muchos momentos de mi vida que estábamos en el momento de construcción, pero creo otro mundo es posible. Ahora sí estamos ahí resistiendo. Y mientras, el medio ambiente va al carajo. Estamos perdiendo tiempo en cosas, porque la lucha de hoy debería ser la lucha contra el desastre climático.

P.- ¿Quién figura en su lista de dictadores a los que le gustaría atrapar?
R.- Daniel Ortega. Estoy investigando a Daniel Ortega por cuenta de la ONU. No es mi trabajo llevarlo a la justicia. Hemos acusado a Daniel Ortega y Rosario Murillo de crímenes de lesa humanidad, pero la justicia no depende de nosotros. Mi preocupación en este momento es Donald Trump, pero no se trata de llevarlo a la justicia sino de resistir y preservar nuestra democracia. Trump ha mostrado en sus primeros meses que no tiene límites, que solamente entiende la fuerza contrapuesta, y nosotros tenemos que generar esa fuerza rápido, porque si no, se aniquila la democracia.

Me llaman cazador de dictadores, pero en realidad es un apodo que me han dado. Netanyahu no es un dictador sino un primer ministro que comete crímenes de lesa humanidad. Hay otros muchos autócratas como Mohamed bin Salman, ahora recibido en Occidental. Fue el que descuartizó a Jamal Khashoggi. Hoy es uno de los líderes más cotizado en el planeta, árbitro entre Ucrania y Rusia. Es el testimonio de la impunidad en la que vivimos y de cómo el campo autoritario sigue ampliándose.