Hace cien años, el 18 de julio de 1925, se publicó en Alemania Mein Kampf –traducido como Mi lucha–, el libro en el que Adolf Hitler expuso por primera vez su ideología racial, nacionalista y anticomunista. Aquel texto, concebido tras el fracaso del golpe de Múnich y redactado durante su estancia en prisión, se convirtió pronto en el catecismo del partido nazi. Su difusión alcanzó España, donde fue leído con atención por sectores del fascismo emergente que otro 18 de julio, once años después, apoyó directa o indirectamente el golpe militar contra la Segunda República. ¿Hasta qué punto aquel libro y el movimiento que inspiró contribuyeron a la ruptura política que condujo a España a la Guerra Civil?

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La "biblia del nuevo orden alemán"

El 18 de julio de 1925, la editorial Franz Eher Nachfolger publicó el primer volumen de Mein Kampf. Su autor, Adolf Hitler, lo había dictado durante su reclusión en la prisión bávara de Landsberg, donde cumplía condena tras el fallido Putsch de la cervecería de Múnich en noviembre de 1923. Aquella tentativa golpista del incipiente partido nacional socialista fue frustrada, pero permitió a Hitler adquirir notoriedad en todo el país. El juicio lo convirtió en figura nacional, y su estancia en la cárcel en escritor político.

Mein Kampf es una obra híbrida entre la memoria personal, el panfleto ideológico y la propuesta programática. En sus páginas, Hitler establece los pilares de su cosmovisión: el racismo biológico como motor de la historia, el antisemitismo como principio explicativo de todos los males de Alemania, el desprecio absoluto por la democracia liberal, el culto al líder, el nacionalismo pangermánico y la necesidad de conquistar espacio vital en el Este europeo. "El judío es el fermento de la descomposición del pueblo", "el marxismo es una peste internacional, un veneno judío infiltrado en el pueblo", o "la democracia parlamentaria es un instrumento de dominación judía" son algunas de sus frases más repetidas.

Mein Kampf tuvo inicialmente escasa repercusión: vendió unos 9.000 ejemplares en su primer año. Sin embargo, tras la llegada de Hitler a la cancillería en 1933, Mein Kampf se convirtió en lectura obligada. Entre 1933 y 1945 se distribuyeron más de 12 millones de copias en Alemania. El Estado nazi regalaba el libro a los recién casados, a los soldados y a los funcionarios. El historiador Ian Kershaw lo ha descrito como el "texto sagrado del régimen", la "biblia del nuevo orden alemán" según dejó dicho Goebbels.

Su internacionalización fue promovida por la editorial Eher Verlag bajo un férreo control ideológico. Las traducciones estaban cuidadosamente editadas para evitar dañar la imagen exterior del Tercer Reich. Se omitían o suavizaban las secciones más radicales, especialmente en lo relativo al antisemitismo y al expansionismo. Fue el caso de la que circuló en España.

Artículos, traducciones y ecos del Führer

La primera edición en español de Mein Kampf apareció en 1935, publicada por Araluce, una editorial de Barcelona especializada en literatura infantil y juvenil. Con el rótulo de Autobiografía en su portada, e ilustrada con una fotografía de Hitler con camisa parda y brazalete con la esvástica, la misma de las ediciones alemanas de aquellos años, fue una traducción abreviada, probablemente a cargo del diplomático boliviano Federico Nielsen Reyes, y autorizada por el régimen nazi, tal y como ha esclarecido el historiador de la Universidad del País Vasco Jesús Casquete. La edición incluía una introducción encomiástica y presentaba el libro como "un testimonio heroico del nuevo espíritu europeo". En 1937, ya en plena Guerra Civil, se hizo una nueva edición corregida y ampliada, impulsada por el NSDAP-AO, la organización nazi para el extranjero desde Ávila.

Pero el eco de Mein Kampf llegó a España mucho antes de su edición formal. En 1931, el fundador de la JONS y fascista de primera hora Ramiro Ledesma Ramos publicó en su recién fundada revista La Conquista del Estado varios fragmentos del libro, especialmente del segundo volumen. Uno de ellos, "La mecánica de los viejos partidos parlamentarios", reproducía las reflexiones hitlerianas sobre propaganda, organización y disciplina: "La propaganda debe ser siempre popular... debe limitarse a unos pocos puntos y repetirlos constantemente". La traducción correspondió seguramente a Antonio Bermúdez Cañete, uno de los firmantes del manifiesto programático fascista publicado en el primer número de La Conquista del Estado, en marzo de 1931. Cañete, estudiante en Múnich a mediados de los años 20, fue testigo directo del nacimiento del nazismo. Corresponsal en Berlín en los años 30 para el periódico católico El Debate, con el tiempo se mostró crítico con el ateísmo y el racismo nazis, pero antes contribuyó a la propagación del ideario fascista en España desde la revista de Ledesma Ramos. En mayo, La Conquista del Estado anunció que se encontraba en imprenta la traducción completa del libro de Hitler, bajo el título Mi batalla, pero no volvió a haber noticia de dicha edición.

Catecismo de las JONS

Influido por Nietzsche y Spengler, Ledesma Ramos se identificaba con la voluntad de poder hitleriana y con su concepción de la política como guerra de ideas y de razas. En sus escritos en La Conquista del Estado, JONS y La Patria Libre, recogía y adaptaba los conceptos nazis. "La democracia es una forma de corrupción colectiva... necesitamos una juventud heroica, dispuesta al combate y al sacrificio". La noción de líder carismático, el estilo propagandístico directo y la concepción orgánica de la nación eran asumidos sin disimulo. Su camarada en las JONS, Onésimo Redondo, había vivido en Alemania como lector de español en la Universidad de Mannheim entre 1927 y 1928. Allí fue testigo del auge del NSDAP y volvió a España convencido de que Hitler ofrecía una "respuesta viril y cristiana al marxismo ateo".

Ramiro Ledesma Ramos en Guadarrama haciendo el saludo romano con el uniforme de la garra hispánica de las JONS.
Ramiro Ledesma Ramos en Guadarrama haciendo el saludo romano con el uniforme de la garra hispánica de las JONS.

Ambos dirigentes convergieron con José Antonio Primo de Rivera en 1934 para formar Falange Española de las JONS. Aunque el fundador de Falange nunca se definió públicamente como nazi, reconocía que había "elementos valiosos" en la obra de Hitler. Según testimonios recogidos en el entorno falangista, pidió una copia de Mein Kampf para su lectura y estudio, aunque se mantuvo escéptico respecto al antisemitismo racial, que consideraba contrario a la tradición católica española.

De Roma a Berlín: fascismo a la española

Durante los años 30, el fascismo español pasó de una inspiración itálica a una progresiva atracción por el modelo nazi. Como ha señalado el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas, "el fascismo español buscaba su lugar entre Roma y Berlín, entre la tradición hispánica y la eficacia germánica".

La prensa fascista reflejaba el entusiasmo por las nuevas formas políticas. En marzo de 1933, El Fascio titulaba: "Necesitamos un Hitler español". En junio de 1936, un editorial de JONS celebraba que "Hitler ha devuelto la dignidad a Europa, ha restaurado el sentido heroico de la política". Los falangistas admiraban del nacionalsocialismo su capacidad de movilización, su aparato de propaganda, la mística del líder, el culto al sacrificio. Pero también su violencia regeneradora. "La violencia no es un mal: es una necesidad histórica", escribía por entonces Ledesma. Esa idea de purga social se trasladó, con matices, al lenguaje y los símbolos de Falange.

Pero el interés por la obra y el ideario de Hitler no era exclusivo de los círculos y los órganos más o menos marginales del fascismo español. En 1932, Ramiro de Maeztu pronunció en Madrid la conferencia Hitler: su triunfo y su programa, en la que apuntó que "el patriotismo exaltado, exasperado" del nazismo debía ser uno de los vectores que guiaran a las derechas españolas para emular el éxito del fascismo en Alemania e Italia. Pocas semanas antes, Maeztu publicaba en Abc varios artículos sobre Hitler, uno de ellos, titulado precisamente "El milagro de Hitler", dedicado a Mein Kampf. La impresión de que las derechas españolas tenían mucho que aprender de la exitosa experiencia alemana fue interiorizada por líderes de la derecha, de la CEDA de Gil-Robles a la Renovación Española del "protomártir" José Calvo Sotelo, asesinado en vísperas del golpe militar.

¿Influyó el nazismo en el 18 de julio?

El alzamiento del 18 de julio de 1936 fue una rebelión conservadora, dirigida por generales como Franco, Mola o Sanjurjo, que contaron con el apoyo de carlistas, monárquicos, falangistas y sectores de la Iglesia. Aunque la Falange era todavía una fuerza marginal, su estilo y discurso fascista impregnaron rápidamente el bando sublevado. ¿Fue Mein Kampf una inspiración directa para el golpe? No. Pero su ideario había permeado el clima político de la derecha radical. El culto al orden, el desprecio por la democracia, el nacionalismo y la exaltación de la violencia eran ideas compartidas que encontraron desarrollo en el "Estado campamental" franquista durante la Guerra y en la inmediata posguerra.

Como ha escrito el historiador Stanley Payne, "el 18 de julio fue un golpe militar tradicional que adoptó posteriormente una estética y un discurso fascista". La influencia nazi no fue fundacional, pero sí creciente en el curso de la guerra.

Con la unificación forzosa de Falange y los tradicionalistas en abril de 1937 –muertos ya Ledesma Ramos, Onésimo Redondo y José Antonio Primo de Rivera, entre otros fascistas precursores–, el franquismo institucionalizó un aparato político híbrido, pero eventualmente inspirado ética y estéticamente por el modelo nazi. Se institucionalizó el saludo romano, el uniforme de camisa azul, las organizaciones juveniles (el Frente de Juventudes), la propaganda masiva y los desfiles coreografiados.

Durante los primeros años del régimen, antes y después del final de la guerra, la admiración por Alemania era explícita. Las delegaciones nazis eran recibidas con honores, Mein Kampf se reeditó con dedicatorias a la juventud española, los discursos de Goebbels y Hitler circulaban en traducción. El antisemitismo tuvo expresión en campañas como el boicot a los almacenes SEPU –fundados por empresarios judíos, y que ya se había iniciado en 1935–, la difusión del libro-bulo Los protocolos de los sabios de Sión y la censura contra autores judíos. Aunque no llegó a institucionalizarse como política de Estado, sí impregnó sectores de la Falange y parte de la prensa oficial.

La discreta desnazificación del régimen

El entusiasmo proalemán comenzó a resquebrajarse en 1942, cuando el curso de la Segunda Guerra Mundial se volvió desfavorable para el Eje. La derrota en Stalingrado y el desembarco aliado en el norte de África obligaron a Franco a recalcular su política exterior. El germanófilo ministro de Exteriores y cuñadísimo de Franco, Ramón Serrano Suñer, fue destituido, el régimen pasó de la no beligerancia a la neutralidad y moderó su retórica totalitaria. La División Azul fue retirada, los símbolos nazis se borraron discretamente, la Falange perdió influencia frente a los sectores católicos. La fascinación por el nazismo fue sustituida por un pragmatismo defensivo: sobrevivir como dictadura católica y anticomunista en un mundo hostil.

Sin embargo, los ecos del nacionalsocialismo siguieron resonando. En la posguerra inmediata, la estética, el léxico, las estructuras del régimen conservaban muchos de los rasgos heredados del Tercer Reich: el liderazgo carismático, el culto al Estado, la desconfianza hacia el parlamentarismo, el dirigismo económico. El franquismo fue, en su fase inicial, una dictadura fascista adaptada a la idiosincrasia española.

Cien años después de su publicación, Mein Kampf sigue siendo una obra infame, prohibida o restringida en muchos países. En España, su huella fue menos doctrinal que simbólica: fue leído con fervor por los fascistas, adaptado por los propagandistas, tolerado por los militares, utilizado por el régimen, pero nunca se convirtió en piedra angular. Fue un espejo más que una matriz: una imagen que devolvía a los fascistas españoles el sueño de una nación fuerte, homogénea, disciplinada. El 18 de julio no fue una traducción de Mein Kampf, pero tampoco fue ajeno al clima ideológico que aquella obra contribuyó a construir en Europa.

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