En segundo año de carrera tuve dos cursos titulados Teoría sociológica: la II y la III. Uno trataba sobre Émile Durkheim y Max Weber y el otro se supone que era sobre teorías marxistas, pero solo trataba de Karl Marx. Eran los inicios de la década de 1990 y las Ciencias Sociales de América Latina seguían teniendo un cariz político-activista que en algunos lados aún queda. A pesar de que el Muro de Berlín había caído un año antes de que yo entrase en la facultad, el marxismo seguía siendo hegemónico en las carreras de Sociología. En defensa de su vigencia, los intelectuales de esa tendencia argumentaban que no se podían asimilar las herramientas teóricas y metodológicas desarrolladas por Marx con lo que ellos llamaban el "socialismo real" y algunos apostillaban que siempre fueron críticos con los países de la órbita soviética. Además, en una región como América Latina, resulta muy atractiva la idea de que las relaciones sociales y políticas que forman la superestructura están determinadas por la estructura, es decir, por lo económico.

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El economicismo estaba tan presente que incluso el "problema del indio", en palabras de Mariátegui, se analizaba desde esa óptica. Si revisamos la literatura académica generada hasta la eclosión de los movimientos indígenas continentales, cuyo arranque simbólico fue el Levantamiento Indígena de 1990 de Ecuador, nos encontraremos con trabajos centrados en la problemática del campesinado, categoría bajo la que se estudiaba a los indígenas porque en su mayoría se dedicaban a labores agrícolas. Esos investigadores no supieron vislumbrar lo que vendría después con movimientos donde lo identitario es más determinante que lo económico. Si en lugar de centrarse en el Marx de El Capital se hubieran tomado más en serio las reflexiones del joven Marx, es posible que se hubieran dado cuenta del peso de otros factores como lo cultural.

El marxismo también parecía adecuado para explicar lo que ocurría en la región en un momento en que el protagonismo lo tenían los centroamericanos y sus revoluciones. En esa época la atención estaba en El Salvador, donde el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) mantenía una fuerte posición "militar" en la guerra civil que vivía el país, tanto que le permitió negociar de igual a igual con el gobierno en los Acuerdos de Paz de Chapultepec de 1992. En Nicaragua, Violeta Chamorro acababa de ganar las elecciones a Daniel Ortega, comandante revolucionario del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que ejercía de presidente. Sobre este hecho, recuerdo los intensos debates en que se ponía en tela de juicio la pertinencia o no de perder en las urnas lo que se había conseguido por las armas.

A Durkheim y Weber no se les prestaba mayor atención en ese entonces por cometer el pecado de no ser marxistas. Creo que fuimos bastante miopes porque, ante el curso de los acontecimientos, no cabe duda de que si hay un autor que nos puede ayudar a entender mejor lo que ocurre en algunos países de América Latina es Durkheim. En el caso concreto de Nicaragua, no es por el lento suicidio en que se halla inmerso el país, sino porque el Comandante Ortega y su señora, Rosario Murillo, a la que nadie eligió como copresidenta, lo han convertido en una especie de teocracia en la que ambos ofician de sumos sacerdotes.

En su libro Las formas elementales de la vida religiosa, el sociólogo francés dilucida el papel de la religión desde dos conceptos: lo sagrado y lo profano, una dicotomía que explicaría la naturaleza de los credos y su función en la sociedad. Gracias a la tensión entre esas dos dimensiones se mantendría la cohesión social, al crear un sentido de identidad colectiva y reforzar los valores compartidos. Y yo añadiría que dicha tensión sirve, sobre todo, para generar miedo y sumisión, deriva que no recuerdo exactamente si es del autor pero que aplica perfectamente a éste y otros casos.

Lo sagrado hace referencia a lo prohibido, a lo extraordinario que inspira respeto y reverencia. Por su condición de excepcional está separado del ámbito de lo común y hace necesario generar límites y normas que regulen la interacción con la comunidad; algo a lo que contribuyen los rituales, el establecimiento de lugares sagrados y los consecuentes castigos para los infractores. Por el contrario, lo profano es todo lo ordinario, lo que ocurre en la vida diaria, en la cotidianeidad. Sin embargo, aunque carece de significado religioso, sirve como contexto en el que se manifiestan este tipo de experiencias. Aunque son conceptos pensados para otros contextos, ambas categorías bien sirven para entender lo que pasa ahora en Nicaragua.

La dictadura nicaragüense ha establecido un sistema de gobierno en que la representante máxima de lo sagrado sería Rosario Murillo, que se presenta como una especie de pontífice poseedora de poderes sobrenaturales. Todo esto se mezcla con la épica de la Revolución Sandinista, reconvertida en un tipo de Éxodo donde Ortega es el Moisés que guía al pueblo en la defensa frente a los agresores que, en este caso, no proceden de Egipto, sino de los Estados Unidos y de la comunidad internacional.

Esta visión de la realidad, en la que ellos se atribuyen la categoría de sujetos sagrados, también explica la saña con la que persiguen y castigan a los opositores"

Esta visión de la realidad, en la que ellos se atribuyen la categoría de sujetos sagrados, también explica la saña con la que persiguen y castigan a los opositores. Contra éstos no ha bastado la cárcel y la tortura, sino que incluso se les ha quitado la nacionalidad e incautado los bienes en el país, como queriendo borrarlos del todo del mapa. Son condenados por sacrílegos, por infieles –en los dos sentidos: desleales y apóstatas– y su mayor peligro no está en que ellos puedan ganar las elecciones y arrebatar el poder a la dictatorial pareja, sino en que ponen en duda el orden social y la cohesión al señalar a quienes ejercen el poder y cuestionar así su sacralidad.

Sin duda Ortega ha dejado de percibir la realidad desde la Liberación Nacional o la lucha de clases para verla ahora como algo divino. A propósito del aniversario del nacimiento de Hugo Chávez, dijo de él que "es un santo, nació como santo, se comportó como un santo, con un corazón inmenso, llevándole no solo beneficios a su pueblo, no fue egoísta, sino que llevó beneficios a muchos pueblos, a muchas naciones, incluyendo a Nicaragua (…) es el santo más noble que yo he conocido (…) Desde el primer momento sentí su firmeza, su ternura y un corazón tan grande, tan bueno, como el de nuestro señor Jesucristo".

Pero Ortega no está solo. No es el único gobernante de ¿izquierda? de América Latina que cree que la política se explica desde el más allá. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, también figura relevante de las iglesias evangélicas de su país, explicaba al profesor Juan Carlos Monedero que el ascenso del fascismo se debe a los "pactos ocultistas, satánicos, esotéricos de Mussolini, (que) son conocidos en la historia de Italia; pero, han sido ocultados adrede. Los pactos satánicos de Hitler y las sectas de las que formaba parte y los juramentos de las sectas de los que ellos formaban parte. Y todo ha salido a la luz por los pactos satánicos de Elon Musk y de todo este grupo por las prácticas, también ocultistas, satánicas, y más allá, del fascismo venezolano, hoy por hoy, de la dirección del fascismo venezolano". Visto lo visto, solo nos queda esperar que Dios nos pille confesados.


Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.

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