El 8 de septiembre de 1925, a las 5:50 horas, comenzó el histórico desembarco de Alhucemas, operación decisiva para acabar con la insurrección rifeña encabezada por Abd el-Krim. La flota hispano-francesa, bajo el mando del almirante José Rivera y Álvarez de Canedo, se había concentrado frente a la bahía de Alhucemas, mientras que el general José Sanjurjo, jefe de las tropas de desembarco, coordinaba los movimientos de los efectivos que partirían desde Ceuta y Melilla.
Los preparativos habían sido minuciosos. España había movilizado cerca de 13.000 hombres para la operación, apoyados por 35 buques de guerra, 11 hidroaviones y varias lanchas de desembarco tipo K, cedidas por Francia y utilizadas por primera vez en la historia en un ataque anfibio de esta magnitud.
A las 6:15, tras los primeros bombardeos artilleros sobre las posiciones rifeñas, comenzaron a acercarse las embarcaciones que llevaban a los soldados. La coordinación entre la Armada y el Ejército era clave: mientras la artillería naval barría las trincheras enemigas, los hidroaviones lanzaban bombas para abrir brechas en las defensas.
El propio Franco, que entonces tenía 32 años, dirigió personalmente las maniobras para asegurar la cabeza de playa
A las 7:10, la primera ola de infantería, compuesta por legionarios y regulares, tocó tierra en la playa de Ixdain. La resistencia rifeña, aunque feroz, fue rápidamente contenida por la superioridad de fuego español. Los hombres del Tercio, al mando del comandante Francisco Franco, avanzaban con decisión, apoyados por ametralladoras ligeras y cañones de desembarco. El propio Franco, que entonces tenía 32 años, dirigió personalmente las maniobras para asegurar la cabeza de playa, logrando establecer un perímetro defensivo antes del mediodía.
Simultáneamente, en la playa de Cebadilla, otro contingente desembarcaba bajo el mando del coronel Capaz, mientras que las fuerzas francesas simulaban un ataque al este para distraer a los rifeños.
A lo largo de la jornada, las tropas españolas consolidaron sus posiciones, estableciendo contacto entre las diferentes unidades y asegurando los puntos estratégicos que dominaban la bahía. La logística fue un factor determinante: los ingenieros militares trabajaron sin descanso para desembarcar víveres, municiones y artillería pesada, mientras que las lanchas tipo K realizaban viajes constantes entre los buques nodriza y la costa.
Al caer la tarde, la operación podía considerarse un éxito. Pese a algunas bajas, las fuerzas de Sanjurjo habían logrado establecer una sólida línea defensiva en torno a las playas y controlar las colinas cercanas. Abd el-Krim, sorprendido por la audacia y rapidez del desembarco, se vio obligado a replegar sus fuerzas hacia el interior, mientras enviaba mensajes urgentes a sus jefes tribales para reorganizar la resistencia.
Durante la noche del 8 al 9 de septiembre, las tropas españolas consolidaron sus posiciones en las playas de Ixdain y Cebadilla, cavando trincheras y emplazando baterías de artillería para proteger la cabeza de playa de un eventual contraataque rifeño. Los ingenieros lograron desembarcar piezas de artillería pesada, incluyendo cañones de 105 mm, que fueron rápidamente posicionados en las alturas para dominar la bahía.
El Tercio, bajo el mando del comandante Franco, encabezó la ofensiva, seguido por los regulares y batallones de cazadores
La coordinación con la Armada seguía siendo esencial: los buques de guerra mantenían un bombardeo intermitente sobre las colinas donde se detectaban movimientos enemigos, mientras que los hidroaviones realizaban vuelos de reconocimiento para anticipar cualquier ofensiva rifeña.
En la madrugada del día 9, Sanjurjo ordenó avanzar hacia las primeras posiciones interiores. El Tercio, bajo el mando del comandante Franco, encabezó la ofensiva, seguido por los regulares y batallones de cazadores. Los combates fueron intensos en algunos puntos, especialmente en las lomas que dominaban el acceso a la meseta de Axdir, pero la disciplina y el poder de fuego de las tropas españolas resultaron decisivos.
Al mediodía del 9 de septiembre, la línea avanzada española estaba firmemente establecida y los rifeños se vieron obligados a retroceder varios kilómetros. Mientras tanto, Abd el-Krim trataba de reagrupar a sus hombres y enviaba emisarios a las cabilas para solicitar refuerzos, consciente de que la caída de Alhucemas supondría un golpe mortal para la República del Rif.
La moral rifeña comenzaba a resentirse. El bombardeo naval, unido al ataque aéreo y a la presión constante de las columnas españolas, minaba la resistencia. Algunos jefes tribales comenzaron a cuestionar la capacidad de Abd el-Krim para mantener el control del territorio y evitar la derrota.
El 10 de septiembre, los refuerzos procedentes de Melilla desembarcaron sin incidentes, lo que permitió a Sanjurjo reforzar su flanco derecho y preparar un avance hacia Kudia Tahar, una posición clave que dominaba el acceso a Axdir, la capital rifeña.
Las operaciones de abastecimiento continuaban a buen ritmo: en menos de 72 horas se habían desembarcado más de 2.500 toneladas de material, incluyendo víveres, municiones, piezas de artillería y material de fortificación. La superioridad logística española contrastaba con la precariedad rifeña, que dependía casi exclusivamente de la movilidad de sus fuerzas y del conocimiento del terreno.
Para el 11 de septiembre, las posiciones españolas estaban completamente aseguradas. Se habían construido defensas permanentes, se establecieron hospitales de campaña y las comunicaciones con la flota eran constantes. Los hidroaviones patrullaban la costa para detectar cualquier intento rifeño de contraatacar desde el mar, mientras que los cañoneros vigilaban los posibles puntos de infiltración.
Todo indicaba que el desembarco había sido un éxito rotundo y que la iniciativa estratégica había pasado definitivamente a manos españolas.
En los días posteriores al desembarco, la prioridad de Sanjurjo fue consolidar el dispositivo defensivo y preparar el avance hacia el interior. Las columnas del Tercio, de Regulares y de Cazadores realizaron reconocimientos para asegurar los caminos que conducían a Kudia Tahar y Axdir, encontrando escasa resistencia inicial debido al repliegue apresurado de las fuerzas rifeñas.
Sanjurjo, consciente del significado histórico de la operación, envió un telegrama a Madrid informando del éxito y destacando la valentía de sus tropas
El 12 de septiembre, con las posiciones de la bahía firmemente controladas, se estableció un puesto de mando avanzado para coordinar la ofensiva. Franco, al frente de los legionarios, recibió la orden de tomar las alturas que dominaban la ruta hacia Axdir. La maniobra fue cuidadosamente planificada: la artillería naval abriría fuego sobre las posiciones sospechosas de albergar tiradores enemigos, mientras que la infantería avanzaría en oleadas sucesivas.
Ese mismo día, los hidroaviones lanzaron nuevas incursiones contra las zonas donde se detectaban concentraciones rifeñas. Los informes de inteligencia señalaban que Abd el-Krim intentaba reagrupar a sus mejores combatientes para organizar un contraataque masivo, pero la rapidez del avance español impidió que su plan se materializara.
El 13 de septiembre, las fuerzas españolas alcanzaron las inmediaciones de Kudia Tahar, un punto estratégico cuya conquista era esencial para asegurar el control de la región. Los combates en torno a esta posición fueron duros y prolongados, con ataques y contraataques que se sucedieron durante toda la jornada. Sin embargo, la superioridad en fuego y la coordinación entre tierra, mar y aire terminaron imponiéndose. Al anochecer, Kudia Tahar estaba en manos españolas.
La caída de Kudia Tahar tuvo un efecto devastador en la moral rifeña. Las comunicaciones entre las cabilas comenzaron a desorganizarse y el liderazgo de Abd el-Krim empezó a ser cuestionado por algunos de sus propios aliados. En contraste, en el campamento español reinaba el optimismo. Sanjurjo, consciente del significado histórico de la operación, envió un telegrama a Madrid informando del éxito y destacando la valentía de sus tropas.
Mientras tanto, los franceses intensificaban su presión desde el este, en coordinación con las operaciones españolas. Esta doble amenaza reducía cada vez más el margen de maniobra de Abd el-Krim, que se veía obligado a dispersar sus fuerzas para contener los avances simultáneos. La República del Rif, que apenas unos años antes parecía invencible, comenzaba a desmoronarse.
El desembarco de Alhucemas no solo supuso un triunfo militar, sino que marcó un hito en la historia de la guerra moderna. Por primera vez, se combinaban de manera efectiva operaciones navales, aéreas y terrestres bajo un mando único, en una playa defendida por un enemigo bien atrincherado. La audacia del plan y su impecable ejecución lo convirtieron en un precedente para futuras operaciones anfibias en todo el mundo.
Para las tropas españolas, aquel 8 de septiembre quedó grabado como el día en que se inclinó definitivamente la balanza de la guerra. En apenas unas jornadas, se había logrado lo que durante años pareció imposible: penetrar en el corazón del territorio rifeño y abrir la vía para la toma de Axdir y la derrota final de Abd el-Krim.
Extracto de El desembarco de Alhucemas, publicado por la editorial Almuzara con motivo de la celebración este 8 de septiembre del centenario de lo que fue el primer gran desembarco anfibio moderno.
Juan José Primo Jurado (Córdoba, 1961) es doctor en Historia, licenciado en Filosofía y Letras y diplomado en Magisterio. En la actualidad dirige el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía.
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