En un gran triunfo para la paz y para la humanidad, los ciclistas aviónicos, fálicos y fachosféricos de la Vuelta se tuvieron que parar por la movilización del valiente pueblo español, que por fin se ha atrevido con el verdadero enemigo: el guardia de tráfico, el turista en bicicleta y la pereza dominguera. La cosa la había animado el propio presidente Sánchez, que declaró en un sarao mitinero su “admiración a un pueblo como el español que se moviliza por causas justas”. En realidad, el pueblo son los de siempre y la causa justa es él. Aquí estamos, hablando de salvar el mundo de los viejos dioses y los viejos crueles, o de enfrentarse a ellos con trapos y colorines, como si fueran toros embolados, en vez de hablar de lo suyo. Nuestro presidente es más activista que presidente, y ahora debería estar en una meta volante, celebrando que han derrotado al líder de la montaña y a sus poderosas canillas de alambre como si hubiera derrotado a la Superabuela. O en la flotilla recreativa, con pañuelo de Marinaleda (lo usan más allí que en Palestina) y camiseta a rayas de Chanquete o Alberti (los dos son un poco marineros de barco de botella, como otros son activistas de barco de botella). 

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Nuestro presidente activista tiene el Gobierno como el cojo Manteca tenía las farolas, para hacer destrozo, y tiene las buenas causas no como objetivo sino como camastro o pícnic, o sea la solidaridad como confort y la justicia como distracción. La verdad es que este tipo de solidaridad tan aparatosa y tan barata, que como mucho te exige una excursión en calesa o en barquita, como pintores (parece que van a pintar injusticias como el que pinta nenúfares o bailarinas); esta solidaridad, decía, a uno le desconcierta bastante porque en realidad parece desgana. Quiero decir que creo que algunos se preocupan tanto por arreglar lo que no pueden arreglar porque, precisamente, eso les evita preocuparse por lo que sí podrían arreglar. Salir al domingo de la solidaridad como a un domingo de bicicleta tándem, o como a un domingo de caza, no necesita ni mucho esfuerzo ni mucha coherencia, sólo agitar el sombrerito, la sombrillita, la cestita o la jauría. En cambio, ser coherentes con conceptos como paz, derechos humanos, democracia, justicia, libertad, o incluso los conceptos contrarios, guerra, violencia, totalitarismo, requeriría más una revolución en sus cabezas que en las isletas con guardia o con dios griego.

Recordando un ejemplo ni demasiado benigno ni demasiado cruento, también por una buena causa (el sufragio femenino) acuchillaron en 1914 La Venus del espejo de Velázquez. Y, ciertamente, parar a unos ciclistas borrosos de velocidad o de espejismo, como algo de Turner, parece mucho menos traumático. Lo que ocurre es que estos actos, que no son heroicos ni simbólicos sino más bien perezosos, complacientes y autosatisfactorios, suelen terminar por hacer más mal que bien a la buena causa. Después de según qué numeritos, la buena causa ya se puede ver como causa dudosa, o fanática, o interesada, algo propio sólo de radicales, diletantes, frikis o interesados, a los que uno ve efectivamente comportándose como radicales, diletantes, frikis o interesados al borde de la revuelta, de la ociosidad, de la obsesión o del voto barrido junto con la basura como si fueran serpentinas. Aunque nada arruina tanto la buena causa como la contradicción, los que están a la vez con Palestina y los ongi etorri, como los aberchándales, o incluso con Palestina y contra los saharauis, como los socialistas. Los que están, básicamente, a lo de siempre, que es a lo suyo, y de los que Sánchez es su capitán marinero, más que Greta Thunberg y que Ada Colau.

Pedro Sánchez, presidente activista, nos tiene por las rotondas salvando el mundo con palos y telas, llevándonos por delante a los ciclistas a los que ya se lleva por delante el viento y el sol, como una leve colada de color

La Vuelta ha terminado suspendiendo la última etapa, con su sprint ante los dioses paganos de las cornisas, como antiguamente, y a mí me parece que no es un triunfo ni para la paz ni para la humanidad, sino un triunfo tan folclórico y local como si hubiera ganado otra vez Perico Delgado, el último de los ciclistas puramente españoles, siempre entre la gesta y la tragedia (Indurain terminó con el romanticismo del español pequeñito y caótico, que él era grande y exacto como un reloj de columna). La Vuelta, simplemente, ha terminado asimilando y trasladando lo que es España ahora, ese caos que deviene en parálisis y que encima se celebra como éxito ideológico. Curiosamente, Sánchez nos animaba a la protesta (ordenaba la protesta, quiero decir, a todas sus milicias del mendrugo y la calderilla), acompañando a María Jesús Montero en el comienzo de su reconquista andaluza. Reconquista del cortijo andaluz, o sea, ese cortijo arrasado del que sólo quedó el Curro de la Expo y los ERE de los listillos y los muertos de hambre. El socialismo andaluz también era esa justicia y esa solidaridad que se quedaban sólo en romería, en pañolada y en negocio. 40 años se llevaron celebrando al andaluz pobre pero orgulloso, dependiente pero alegre, que se vengaba del señorito de derechas estando más o menos igual con los señoritos de izquierdas. Todavía tienen las banderas andaluzas, en los actos del PSOE, algo de brizna, excusa y fetichismo palestinos.

Pedro Sánchez, presidente activista, nos tiene por las rotondas salvando el mundo con palos y telas, llevándonos por delante a los ciclistas a los que ya se lleva por delante el viento y el sol, como una leve colada de color. Yo no sé si la mueca de Netanyahu habrá sido más relevante que la sonrisa de Hamás, pero eso no importa. El mismo Coubertin enfatizaba que el deporte debía estar libre de interferencias políticas precisamente para preservar su espíritu de concordia y justificarse como espacio de encuentro entre naciones. Claro que Sánchez no está pensando en la paz en el mundo, como si fuera Miss Cuenca, sino en su propia paz, y no está pensando en la guerra de Gaza, sino en su propia guerra, que ya sabemos por dónde va. Las buenas causas son aún mejores si son lejanas, si nos hacen olvidarnos de lo suyo, que es lo nuestro. La verdad es que no hay mejor causa que la de uno mismo y no hay guerra más justa e imperiosa que en la que te juegas la vida. Sánchez hace mucho que ya sólo pelea por seguir vivo. Lo demás es cicloturismo y tenderete.

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