El error más común de los advenedizos es considerar que los gobernantes de su país siempre van a ser respetuosos con los derechos de los ciudadanos. Esto es rotundamente falso en casos como el de la libertad de expresión, que siempre se reivindica desde la oposición, pero que, a la hora de la verdad, al que manda le suele incomodar cuando vienen curvas. De ahí que no haya ninguna época en la que no peligre o en la que no sea atacada con una mayor o menor intensidad.
Hay casos más evidentes que otros. Intentaremos abordar el más reciente desde la distancia, con el peligro que ello conlleva. Veamos. El histrión que gobierna Estados Unidos celebraba hace unos días la decisión, tomada recientemente por empresa ABC, de despedir a su estrella Jimmy Kimmel por señalar el oportunismo de los republicanos tras el asesinato de Charlie Kirk, quienes intentaron utilizar como arma política, a juicio del presentador.
Kimmel no fue de los indecentes que celebraron el crimen. Condenó el suceso en sus redes sociales y envió sus condolencias a la familia del fallecido. Unos días después, tras analizar las reacciones, se mostró crítico con el partido del Gobierno. Lo hizo con su particular sesgo. Afirmó: "La pandilla MAGA está tratando desesperadamente de caracterizar a este chico que asesinó a Charlie Kirk como cualquier cosa que no sea uno de los suyos y haciendo todo lo posible para sacar provecho político de ello".
Esas palabras sentaron a cuerno quemado en la Administración Trump, donde evidentemente sabían que Kimmel cojea de la zurda y tenían su matrícula apuntada. ¿Para qué? Para emplear la estrategia del 'virus invasivo' cuando fuera oportuno. Es decir, para atacar cuando bajaran las defensas. No es casualidad que el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, amenazara a ABC y a Disney por las palabras del presentador, del que pidió su cabeza tras el citado monólogo. "Podemos hacerlo por las buenas o por las malas", expresó. A las pocas horas, el periodista fue despedido. Ningún editor tiene una resistencia infinita hacia estos ataques. Preguntado por ello, Trump lo atribuyó a su poco talento y a su baja audiencia. Hay que decir que Kimmel era visto por algo más de 1 millón de espectadores y que su fórmula daba signos de agotamiento. Quizás el Gobierno tampoco tuvo que presionar tanto a la cadena para que retirara su programa.
Un ataque en varios frentes
Unos días antes, el hombre más poderoso del mundo -aunque desconozco si todavía se puede emplear esta expresión- anunció demandas contra The New York Times y la editorial Penguin Random House por difamación, por un importe de 15.000 millones de dólares. Expertos consultados por la CNN consideraron que las posibilidades de que esta cruzada judicial -a la que Trump tiene derecho, claro- sea exitosa son mínimas. “La demanda de 85 páginas es una declaración de desprecio por la verdad, el público estadounidense, el proceso judicial y todo lo que merece nuestro respeto en la tradición estadounidense”, expresó Rebecca Tushnet, profesora de Derecho en Harvard.
Mientras los medios estadounidenses debatían sobre la cruzada contra la prensa crítica de Trump y la creciente polarización -responsabilidad de ambos bandos-, un corresponsal de la Australian Broadcasting Corporation preguntaba en una rueda de prensa al presidente por sus negocios y obtenía la siguiente respuesta, que podríamos definir como protocolaria y diplomática. “Cállate”. Este viernes, The Guardian se hacía eco de la noticia de que ese periodista había perdido la acreditación necesaria para acceder a la Casa Blanca.
Los medios españoles suelen cometer un error habitual a la hora de hablar de Trump; y es el de utilizar la hipérbole para describir cada uno de sus movimientos. No creo que sea necesario exagerar, pero lo cierto es que en el terreno mediático siempre ha tenido la tentación del tirano. En estos últimos días, ha aprovechado lo que un desgraciado hizo a Kirk para sacar el látigo y lanzar algún que otro aviso a navegantes, algo que debería ser condenado por cualquiera que aprecie el libre ejercicio del periodismo.
Pedro Trump o Donald Sánchez
Sucede que por estos lares han puesto el grito en el cielo varios insignes miembros de la prensa progresista, es decir, de la que ha demostrado una ceguera clínica -y quizás irreversible- a la hora de analizar la forma de actuar de Pedro Sánchez con sus medios críticos, que no ha sido muy distinta a la de Trump, en espíritu. O en esencia.
Diría incluso que la actitud del líder de Moncloa -y de sus ministros- ha sido más pueril, dado que es farisea y victimista. Interesada y peligrosa. Porque su batalla contra la prensa crítica ha aumentado de intensidad en la última fase de su presidencia, cuando los casos de corrupción y el desgaste político y personal se han hecho más evidentes. Por eso, hubo un día en que, cuando vio que las causas sobre Begoña Gómez y el PSOE avanzaban, envió una carta a la ciudadanía y comenzó a despotricar contra 'los pseudo-medios'.
A quienes advertimos de que esa estrategia era trumpista no nos hicieron mucho caso. ¿Quién iba a tener en cuenta a un miembro de la banda criminal de la fachosfera? Dijeron que el Plan de Acción por la Democracia era plenamente positivo y que iba a limpiar la opinión pública de toda toxicidad hasta dejarla como una patena.
Afirmaron que ese conjunto de nuevas normas y reformas legislativas ayudaría a terminar con uno de los mayores cánceres de la España actual, como es la prensa que fabrica noticias falsas que, posteriormente, utilizan los ultraderechistas para iniciar causas en juzgados todavía más ultraderechistas. Transmitieron la idea de que los bulos son algo así como los instrumentos que sirven a los jueces prevaricadores para fabricar condenas a la carta. Para desarrollar el lawfare.
Un avance imparable
Después, vino la toma al asalto de los medios públicos -sometidos hasta entonces a los intereses privados, según llegaron a defender- y, para culminarlo, propusieron una modificación legal que penaba con hasta 2,5 millones de euros las publicaciones que supusieran "una amenaza para la defensa y la seguridad nacional". Tiene cierta lógica que un Estado intente proteger sus secretos, pero hay que ser muy bien pensado para considerar que este Gobierno va a proteger la libertad de prensa en esta reforma legal. La propia expresidenta de EFE, Gabriela Cañas, ha llegado a advertir sobre el riesgo potencial que esto implica.
Los propios periodistas firmaron manifiestos contra sus compañeros (contra “el golpismo mediático y judicial) e impulsaron una modificación reglamentaria en el Congreso porque les incomodaban algunos de ellos. Ayudaron al presidente censor a hacer su trabajo.
Diría que a ambas orillas del Atlántico hay quienes han aprovechado las circunstancias y el contexto para intentar imponer la autocensura y la censura a golpe de testiculina, de amenaza o de reforma legal. Hay quien lo llama trumpismo, pero, ante la duda, prefiero identificarlo con cierto deje de tirano. Creo que es más preciso... y ayuda a entender mejor los precedentes y lo que venga.
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