Feijóo, por si acaso, se está trabajando el muerto de Sánchez, el muerto de España, el muerto de la democracia, que ya se nos aparecían muertos todos. La agonía de Sánchez puede parecer que lo deja todo hecho, como la agonía de un toro, sólo para ponerle el remate de una flor de herraje o de un herraje de flor, pero creo que Feijóo sigue pensando que no hay que fiarse ni de los muertos. Feijóo está haciendo algo, quiero decir, aunque sea reunirse con sus barones, ahí en tarimita o en graderío detrás de él, y decir que ellos no son un Loro Park mientras los barones, efectivamente, aplauden un poco desde su saltadero de loros. Pero tampoco vamos a pedir que en los partidos no se aplauda al líder, que todos lo hacen, al menos hasta que el líder muere de urnazo democrático, o de empellón cortesano, o de tisis, o de juzgado, o de jurado, o de catástrofe doméstica y fontanera. Feijóo está haciendo algo, siquiera endurecer el lenguaje, que no es poco cuando todo ahora es lenguaje y cuando endurecerse es un acto de voluntad y determinación casi heroicos, dado el carácter de Feijóo.
Hay que trabajarse el muerto, que al final puede que esté muy vivo, y hay que trabajarse la España en la que el péndulo ideológico, después de cansarse, desengañarse o asquearse del folclore punki de la izquierda, vuelve hacia el folclore castañuelero de la derecha. La inmigración ilegal no sólo es un problema, sino un fetiche ideológico (la derecha también tiene sus fetiches, aunque sean fetiches vestidos de señora de confesionario o de alabardero bigotón). La inmigración ilegal es un problema por pura física y por pura sociología, o sea porque ni el mundo ni siquiera África caben enteros en esas barquitas de la izquierda con guitarra y queimada, y porque cuando la Europa acomodada no tiene muy claro qué son la democracia y el Estado de derecho no le vamos a exigir que lo sepa alguien que viene aquí a sobrevivir. En cuanto al fetiche, ya sabemos que funciona como simplificación y como aglutinador de la tribu. Negar el problema es un suicidio, quedarse en el fetiche es una estupidez.
El PP va haciendo cosas, tiene que hacer cosas porque un partido político no puede parecer que va a heredar el país, simple y comodonamente, como una mercería. Tiene que hacer cosas (y pensar cosas) porque Sánchez es imprevisible y, también, porque Vox sube. Sube, eso sí, usando el discurso del que nunca ha gobernado, que no cuesta nada, como no le costaba a Podemos hasta que gobernó. Entonces, claro, nos dimos cuenta de que lo suyo nunca había dejado de ser una tabernita y un escaloncito de la 'facu', lleno de greñas y discursos radiofónicos como una barbería castiza. Vox tampoco ha gobernado en ese sentido, en el sentido nacional, en el sentido de condicionar toda la política del país, no sólo las becerradas del pueblo. De todas formas, yo diría que en las autonomías los de Vox también se aburren de gobernar, o se aburren de su revolución, como se aburrió Pablo Iglesias, que era un político de minarete, no de ministerio, y un poco así veo yo también a Abascal.
Vox aún tiene que cumplir el ciclo del populismo, o sea llegar hasta la decepción y la hipocresía, hasta el desmoronamiento de los fetiches, como pasó con la familia Iglesias o, aún más rápida y ridículamente, con la pandilla de Alvise, sin siquiera ocupar carguitos. Feijóo se ha ido justo al fetiche, a la inmigración, pero no sabemos si para agarrarse a él o para apartarse de él. Insisto en lo del fetiche porque la inmigración lo es a derecha e izquierda, que unos se van al atavismo del miedo y el prejuicio y otros se van a la conga multicultural. En realidad, delimitar el problema real, tratarlo como problema real, es una manera de apartarse del fetiche, y eso podría ser lo que intentaba Feijóo, crujiendo por el esfuerzo sobre su tarimita de barones de todos los colores. O puede ser, simplemente, el mismo tembleque de siempre de Feijóo.
La consecuencia más inmediata de ese acto ha sido el linchamiento del juez tuitero Luis Sanz, que sólo defendió el Estado de derecho
El PP parece que hace algo, aunque todavía no podemos sacar del todo a Feijóo de su santa ambigüedad, de ese galleguismo de neblina y borrón en la mirada y en el horizonte. Sin embargo, la pelea por el espacio de la derecha no debería ser todo. El otro día, en la presentación de Atenea, el think tank de Espinosa de los Monteros, hubo algún banderazo folclórico y un poco de patriotismo de puente romano, pero me sorprendió la ausencia de referencias ideológicas fuertes, aparte de la reivindicación de la democracia liberal, o sea de la democracia sin más. Curiosa y cruelmente, la consecuencia más inmediata de ese acto ha sido el linchamiento del juez tuitero Luis Sanz, que, en un breve coloquio, sólo defendió el Estado de derecho y el imperio de la ley con un sentido común y una moderación de lo más pedagógicos. Toda la sanchosfera, más adláteres, han considerado un ataque la mera exposición de los fundamentos de la democracia, y eso define nuestra enfermedad política nacional mucho mejor que los fetichismos folclóricos.
Feijóo se trabaja el muerto de Sánchez, que no termina de morirse, o el muerto de España, que no se mueve hace mucho, o se trabaja el electorado de la derecha, que está aún entre el engañoso fetichismo y la más difícil realidad. Pero quizá tiene que trabajarse, sobre todo, el muerto de la democracia, que se muere mucho más fácilmente de lo que pensamos (ahí están los Estados Unidos de Trump). Aquí ya se considera la propia democracia como una opinión, y además peligrosa. O sea, no como el sistema que permite la política sino como una opción política, y además una opción política indeseable, porque es contraria al sanchismo, que no admite más reglas que su interés. Por ejemplo, algo que para la izquierda era antes democracia en acción, como lo del jurado, ahora es algo reaccionario, no por su esencia ni su funcionamiento sino por perjudicar al líder. Esta democracia instrumental y ventajista es lo mismo que la democracia muerta, muerta como un loro de Loro Park muerto, y esto ya no es una cuestión de partidos ni de ideologías. Lo bueno es que si Feijóo puede ir haciendo algo, incluso temblando, todos pueden.
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