Fue el genio ilustrado y revolucionario de Saint-Simon, con su habitual y cortante ironía, el que encontró la frase genial que describe con sencillez y precisión la figura histórica de Luis de Francia, primogénito del Rey Sol Luis XIV. "Hijo de rey, padre de rey y nunca rey". Un apotegma tan memorable como cruel que encierra el destino de un hombre preparado desde la cuna para gobernar, que murió sin haber reinado y cuyo recuerdo quedó sepultado bajo la irradiación solar de su padre. Nacido en 1661, el llamado Gran Delfín fue educado como heredero de la monarquía más poderosa de Europa, pero fue su hijo, Felipe de Anjou, quien acabaría fundando la dinastía española de los Borbones, y su nieto Luis XV quien gobernara Francia. Entre ambas coronas, entre la luz y la sombra, entre la obediencia y el deseo de afirmarse, se extiende la vida de este príncipe que una gran muestra rescata ahora de la penumbra.
El Palacio de Versalles inaugura el 14 de octubre la exposición Le Grand Dauphin (1661–1711). Fils de roi, père de roi et jamais roi, que podrá visitarse hasta el 15 de febrero de 2026. Concebida por el conservador Lionel Arsac y diseñada por Philippe Pumain, la muestra reúne unas 250 obras –pinturas, esculturas, objetos decorativos, muebles y joyas– procedentes de colecciones públicas y privadas europeas. Es la primera gran retrospectiva dedicada a Luis de Francia, llamado "Monseñor" en los textos de la época, figura central del Grand Siècle y, a la vez, su gran desconocido.
Entre los préstamos más notables destacan los bronces de Algardi de la Wallace Collection de Londres, el Vaso Fonthill del Museo Nacional de Irlanda y una pareja de cómodas de las colecciones reales españolas, exhibidas por primera vez fuera del país. Pero el vínculo más significativo llega de Madrid: Patrimonio Nacional y el Museo del Prado colaboran con una selección excepcional de piezas del Tesoro del Delfín y varios retratos familiares. Aquellos objetos de jade, cristal de roca y lapislázuli que acompañaron al heredero de Francia regresan simbólicamente a Versalles, tres siglos después de que su hijo, convertido en Felipe V, los trasladara a España como parte del legado familiar.
Un perfecto heredero
La exposición se organiza en tres movimientos que siguen la vida del príncipe y el hallazgo de Saint-Simon: hijo de rey, padre de rey y nunca rey.
El primero evoca su nacimiento en Fontainebleau, en plena consolidación del poder personal de Luis XIV. Fue un acontecimiento político además de dinástico: el futuro del reino parecía asegurado tras la unión con María Teresa de Austria. Luis XIV quiso que su hijo recibiera una educación más rigurosa que la suya. Bajo la dirección de Bossuet, Monseñor estudió historia, religión, geografía y matemáticas, y practicó la estrategia militar en maquetas de fortalezas y regimientos a su servicio. La exposición muestra manuscritos, ejercicios y grabados que documentan esa pedagogía destinada a construir a un soberano moderno.
La segunda parte, "Padre de rey", reconstruye su papel como enlace entre dos monarquías. En 1680, Luis de Francia se casó con María Ana de Baviera, con quien tuvo tres hijos: Luis, duque de Borgoña; Felipe, duque de Anjou; y Carlos, duque de Berry. La muerte sin descendencia de Carlos II de España, en 1700, alteró el equilibrio europeo y provocó una larga guerra de sucesión. Pero Felipe heredó la corona española como Felipe V, dando origen a la rama borbónica que aún reina tras muchos avatares históricos. He aquí una de las paradojas de Luis de Francia: sin haber reinado jamás, fue, en cierto modo, el artífice involuntario de una nueva monarquía.
Racionalidad y fasto barroco
El tercer tramo, "Nunca rey", presenta al coleccionista y al hombre de gusto. En sus residencias de Versalles y, sobre todo, de Meudon –su verdadero reino privado situado entre Versalles y París, un palacio de recreo y contemplación donde el heredero sin corona ejerció, al menos, el poder del gusto–, el Gran Delfín reunió un conjunto que rivalizaba con el de su padre: pinturas de La Fosse y Jouvenet, bronces florentinos, porcelanas orientales, muebles de marquetería, piedras preciosas y curiosidades científicas. Su gabinete de los Espejos, hoy desaparecido, condensaba esa mezcla de racionalidad y fasto barroco. La muestra recrea ese universo a través de piezas del Prado, del Louvre y de las colecciones reales españolas, subrayando la red de intercambios artísticos que unía ambos reinos bajo la misma dinastía.
A diferencia de su padre, Monseñor no ambicionó el mando. Fue aficionado a la caza, al teatro y a la música, rodeado de una corte más doméstica que política. Sin embargo, participó en campañas militares, asistió a los consejos de Estado y representó en vida la continuidad del absolutismo. Murió de viruela en 1711, a los 49 años, en su castillo de Meudon. Luis XIV, según sus contemporáneos, "temía asfixiarse de tanto dolor" por la pérdida de su querido primogénito. Pero el drama dinástico no terminó ahí: en el año siguiente morirían también el hijo y la nuera del Delfín, dejando como heredero al pequeño Luis XV.
El Gran Delfín fue así abuelo de un rey de Francia, padre de un rey de España y antepasado de todos los Borbones posteriores. La exposición de Versalles no solo restituye su figura, sino que ilumina un punto de cruce entre dos historias nacionales. Educado en el absolutismo francés, proyectado hacia la monarquía hispánica, Luis de Francia encarna el tránsito entre el esplendor de Luis XIV y la Europa de las Luces del siglo XVIII. Su destino –planificado y frustrado– fue el de servir de puente entre dos reinos y dos siglos, recordando que incluso en las dinastías más sólidas la herencia del poder nunca es segura.
El Tesoro del Delfín y los préstamos del Museo del Prado
El Museo Nacional del Prado participa en la exposición con un conjunto de piezas excepcional del Tesoro del Delfín, además de varios retratos familiares restaurados para la ocasión. Procedentes en su mayoría de talleres centroeuropeos e italianos del siglo XVII, las obras seleccionadas –vasos de jade y cristal de roca, copas de lapislázuli, bandejas de heliotropo y monturas de plata dorada– formaron parte de una de las colecciones más suntuosas de la Europa barroca.
El Tesoro del Delfín fue reunido por Luis de Francia a lo largo de su vida, reflejo de su fascinación por las piedras duras y la orfebrería de lujo. A la muerte del príncipe, pasó a su hijo Felipe V, que lo trasladó a España, donde acabaría integrado en las colecciones reales y, desde el siglo XIX, en el Museo del Prado. Se trata de la única colección de su género que conserva sus estuches originales, lo que permite apreciar tanto la riqueza material como la cultura del coleccionismo cortesano del Grand Siècle.
El Prado presta también cuatro retratos clave: Luis de Francia, el Gran Delfín y María Teresa de Francia de Jean Nocret; y La reina María Teresa de Austria y el Gran Delfín de Francia y Luis de Francia, padre de Felipe V, de Charles y Henri Beaubrun. Estas imágenes, que apenas tienen correspondencia en Francia, recuperan la memoria visual de la dinastía en el momento en que el linaje borbónico se dividía entre los dos tronos de Europa.
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