Cuando en unos años alguien se cruce con Álvaro García Ortiz en alguna terraza de Chamberí o en Sangenjo, en bermudas, seguramente le sonará de algo, pero no sabrá de qué. "Tenía algo que ver con Sánchez", dirá alguno; y, sin saberlo, le delatará. Con los famosos pasajeros pasa como con los antiguos compañeros de trabajo: un buen día, desaparecen de tu vista. Siguen ahí, en algún lugar del mundo, escaqueándose cuando puedan y empeñados en su tarea de sobrevivir, que es la de todos y que resulta cansada la mayor parte del tiempo. Sin mando en plaza, este señor será el típico hombre normal, con voz de capellán desfondado. Ilustrado, pero anónimo. Exagerado con las anécdotas para poner en valor lo que hizo en sus mejores años, que es lo que hacemos todos.
El español medio conoce infinidad de detalles de este individuo, pero, después de escuchar horas y horas de cháchara tertuliana, me jugaría una cena a que la mayoría todavía no sabe a ciencia cierta a qué se dedica un fiscal. He aquí el ejemplo de un sector que ha perdido el juicio mucho antes que García Ortiz, que todavía puede resultar absuelto. Cuando los editores de medios se pregunten las causas de su decadencia, habría que plantearles alguna pregunta: ¿alguna vez pensasteis en el lector?
Ésta es una profesión abarrotada de vanidosos a los que, en realidad, tampoco nadie echaría de menos si se retiran. ¿Por qué iban a hacerlo si sólo hablan del fiscal, pero no saben transmitir para qué sirve? Nos hemos convertido en los guionistas de un serial muy menor. Del Puente Viejo patrio, un culebrón cutre que componemos a diario a través de argumentos reciclados, análisis intrascendentes y meta-periodismo de escaso valor.
En el mundo real, la docena de huevos alcanzaba los 3,10 euros en supermercados mientras los medios ilustrábamos sobre un correo electrónico que se envió el 13 de marzo de 2024 y que se filtró un rato después. Sobre lo primero, pasamos de puntillas. A lo segundo, le dedicamos una atención privilegiada. Por eso, hemos dejado de ser útiles para los ciudadanos, al contrario que los llamados 'creadores de contenido', que a veces son mejores y más valientes que nosotros. Quizás seamos capaces de conservar la atención de quienes están enganchados al culebrón, pero el interés por lo lejano no dura siempre. Si la información no ayuda en la toma de decisiones, en realidad, es algo prescindible. Una suscripción a Netflix. Así murió Sálvame. Sus personajes agotaron a la audiencia.
El melodrama español
Hay que reconocer que la estrategia gubernamental ha funcionado. Hubo un día, allá por la primavera de 2024, que el presidente decidió cambiar el tono de la legislatura y transformar todo en un melodrama político. Frente a la corrupción y a la debilidad parlamentaria, planteó a los españoles una historia, con la estructura del viaje del héroe, y los medios entraron al trapo. Desde entonces, todo se escribe en tono de culebrón. El info-entretenimiento es venezolano. La prensa de izquierdas describe los padecimientos de víctimas. La de derechas advierte de que el cordero es un lobo insaciable de poder. Y tiene razón, pero ha entrado al trapo.
Porque su batalla no es contra un presidente. Debería ser por retener la atención del lector, al que dudo que respete. Lo importante está en los precios, en los salarios y en la vivienda. En la inflación del paquete de arroz, el pescado, los yogures o de los huevos. De todo lo necesario, lo que provoca impotencia cuando se aleja y hasta desazón en quien se esfuerza, pero no le da para más. El fracaso de los periodistas –que reconozco-- es el de dedicar infinidad de tiempo a los pseudo-acontecimientos y obviar lo que le interesa a la audiencia. Por eso, cada vez está más pendiente de los reels y menos de los periódicos. Es normal.
Por eso, resulta patético observar los recientes intentos del Gobierno de trasladar el serial a las redes sociales. A Instagram, a TikTok y a Radio 3. Mientras controla con mano de hierro los medios públicos y genera incendios diarios con el aborto, Franco y con los Prestige contemporáneos, lanza al presidente a hacer recomendaciones literarias y musicales en las redes; y a Félix Bolaños a hablar de las Brigadas Internacionales.
Propaganda frente a la realidad, en la que los jóvenes a los que se dirige no pueden aspirar a la vida independiente. A lo mejor, hay alguno tan rematadamente corto como para pensar que merece la pena votar a alguien porque recomienda a Rosalía. Quizás el que Pedro lea a Javier Cercas hace cambiar de opinión al treintañero que observa cómo el sueño de sus padres era la casa unifamiliar con dos coches y descendencia, mientras, el suyo, un piso compartido en Madrid, con balda de frigorífico y de ducha; sueldo raquítico y nulas expectativas de mejorar.
Lo peor de todo es que, entre abordar esto último, que es lo relevante --precariedad, desesperanza, depresión o huída--, e interpretar los movimientos que realizan Pedro y su banda, en mitad de este melodrama, nos centramos en lo segundo. Netflix escrito. Globovisión. Prensa inútil. Prensa concentrada en García Ortiz y en el partido de fútbol del que tuvo que salirse el fiscal Salto. ¿Pero a quién le importa el tal Salto? He aquí por lo que, en el metro, en los ratos libres y en la cama, cada vez hay más Tiktok y menos periódicos. Y menos mal.
El País difundía en 2008 más de 500.000 ejemplares en gran parte de los días. Ahora, entre toda la prensa nacional no llega al millón, según la OJD. Los ingresos en el terreno digital no son sencillos de conseguir. De hecho, no abundan; y no es sólo porque los medios compitan ahí con las redes sociales... o por el dramático cambio de modelo de negocio que llegó tras la universalización del smartphone. También es porque los medios ya no son tan atractivos ni tan útiles. Se han convertido en meros extras de la narrativa del poder. En parte del serial. En 'famosos intrascendentes'.
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