El 13 de diciembre de 1925 amaneció despejado sobre la cresta granítica de la sierra del Guadarrama. Antonio Maura, expresidente del Consejo de Ministros, había salido temprano de Madrid, después de asistir a misa y confesarse, acompañado por su hermano Francisco. A las 8 y media ya estaba en la carretera, camino de una finca que conocía bien y donde encontraba una forma íntima de descanso: el Canto del Pico, propiedad de José María de Palacio y Abárzuza, tercer conde de las Almenas. En aquella agreste finca de 82 hectáreas se ubicaba una imponente casa palacio, un híbrido historicista levantado tres años antes sobre un farallón a más de mil metros de altitud que ofrecía un mirador privilegiado sobre el imponente paisaje del noroeste de Madrid. Acogido a la hospitalidad del conde, Maura subía allí para pintar y leer.
Entró en la finca, conversó con el conde y enseguida se retiró a una de sus terrazas. Permaneció tres horas entregado a lo que consideraba su verdadera pasión: la pintura. Frente a él se abría un paisaje nítido. La humedad de la mañana le obligó a cubrirse con una manta. Cuando creyó haber terminado, bajó a buscar a su anfitrión. Según refirieron las crónicas del día siguiente, expresó a continuación su malestar: “No sé qué tengo. He debido de enfriarme. Se me han quedado los pies y las manos completamente fríos”. Pero no estaba preocupdo, porque enseguida cambió de tema y expresó su satisfacción por el trabajo realizado: “Estoy contentísimo. Acabo de pintar la mejor acuarela de mi vida”.
El conde le invitó a dar un paseo y descendieron por la escalera que llevaba al jardín. A las 12 y media, en los últimos peldaños, Maura pronunció las que serían sus últimas palabras: “¿Sabe usted que no veo?”. Ninguno entendió la literalidad del aviso; el conde creyó que se refería a la sombra del escalón. Pero Maura ya no contestó. Se desplomó lentamente, “falto de vida”, y murió antes de que su cuerpo tocara el lecho al que lo llevaron de inmediato. Su hermano llegó instantes después, “y sufrió la dolorosísima impresión” de verlo muerto en aquella casa donde tantas veces había descansado. Al día siguiente, en los periódicos, aparecía la acuarela inacabada. En la piedra del último peldaño, el conde mandó grabar después una frase que aún perdura:
“Cuando bajaba estas escaleras subió al cielo don Antonio Maura Montaner”.
Un glorioso pastiche
Para entonces, Maura era el prócer conservador más respetado de la política española. Figura decisiva del reinado de Alfonso XIII, había sido cinco veces presidente del Consejo –la última entre agosto de 1921 y marzo de 1922–, ministro de Ultramar, de Gobernación y de Justicia, aunque la dictadura de Primo de Rivera, con la que se negó a colaborar, terminó de jubilarle. En 1920 había recibido el Toisón de Oro de manos del rey.
Su muerte repentina en el Canto del Pico marcó para siempre la historia del edificio. Pero aquel suceso ocurrió cuando el palacio acababa de nacer: llevaba apenas tres años en pie, y todavía no era más que la residencia excéntrica de un aristócrata que quiso dejar una marca personal en la sierra.
La historia arquitectónica del Canto del Pico no es una historia menor. El conde de las Almenas proyectó y dirigió él mismo entre 1920 y 1922 la obra de este ejemplo rarísimo de neorrenacimiento flamenco, un revival casi ausente en España, comparable sólo a la Casa Amatller de Puig i Cadafalch en Barcelona, según ha señalado el arquitecto Antonio Iraizoz en un detallado estudio sobre la casa. Su creador recurrió a un historicismo insólito, heredero lejano del palacete renacentista flamenco que Felipe II construyó en la Fresneda y cuya tradición, muy débil en España, encontró en Torrelodones una secuela tardía pero coherente.
La construcción respondió a una lógica casi museística. El conde reunió piezas procedentes de toda España: las verjas del convento de las Salesas de Madrid, columnas góticas del Palacio del Infante de Zaragoza, capiteles vallisoletanos, cruceros gallegos, tallas de Logroño y de La Seo de Urgell, y los arcos y columnas del monasterio valenciano de Santa María de Valldigna, desmontados y luego restituidos mediante réplica financiada por él mismo. Era un palacio ensamblado con fragmentos dispersos –adquiridos o expoliados–, una especie de arqueología privada convertida en residencia. Por ello, la casa fue declarada monumento histórico-artístico en 1930, apenas ocho años después de su construcción, un reconocimiento insólito que subrayaba tanto la singularidad arquitectónica del conjunto como el valor de las piezas dispersas que el conde había integrado en él.
De cuartel republicano a obsequio para Franco
Después de la muerte de Maura, la finca siguió siendo propiedad del conde de las Almenas, pero durante la Guerra Civil su emplazamiento estratégico la convirtió en cuartel del Ejército republicano, desde donde Indalecio Prieto y los generales Miaja y Rojo dirigieron la batalla de Brunete. En noviembre de 1937, con Franco erigido en Generalísimo, el conde de las Almenas, que perdió a su hijo en la guerra, creyó conveniente consignar su herencia: en su testamento dejó la finca del Canto del Pico “en favor de Franco, ‘aunque no tengo el gusto de conocerle, por su grandiosa reconquista de España’”, según el registro de la propiedad. La operación fue ratificada formalmente en 1941, un año después de la muerte del conde. El nuevo propietario aceptó también las cargas de la herencia y, de inmediato, el palacio se incorporó a la órbita íntima y doméstica del Caudillo.
Franco, a diferencia de otros palacios oficiales, convirtió el Canto del Pico en un refugio: lo utilizó como residencia de recreo familiar, como almacén de recuerdos y, cuando la seguridad del régimen lo aconsejaba, como escondrijo preventivo frente a supuestos atentados. Dentro de la finca creó explotaciones menores (granja de ovejas, gallinas y colmenas) que gestionaba junto al guarda; así, el lugar funcionó como mezcla de retiro campestre y archivo sentimental del régimen. En vida del dictador la propiedad contó, además, con la intervención de Patrimonio Nacional: entre 1940 y 1977 las obras de ampliación corrieron a cargo de esa institución y la vigilancia la asumieron servicios de seguridad del Estado.
El palacio se pobló de objetos: muebles, cuadros (entre ellos la acuarela de Maura que apareció a la prensa tras su muerte), bustos, fotografías, reliquias, condecoraciones, objetos ceremoniales, regalos y legajos. Esa acumulación convirtió la Casa del Viento en una suerte de desván de la familia Franco y de su régimen.
Ruina, saqueos e incendios
En 1977, ya muerto el caudillo, la pareja formada por María del Mar Martínez-Bordiú (Merry), nieta predilecta de Franco, y Jimmy Giménez-Arnau fijó su residencia en la caseta del guarda, rehabilitada al efecto dentro de la finca. El propio Giménez-Arnau, en su libro Yo, Jimmy: mi vida entre los Franco, ofrece un retrato sorprendente del interior: describió la casona y el anexo como un lugar convertido en museo del exceso, donde los amontonamientos de objetos –“docenas de colchones, cientos de distintas clases de bustos del general, fotos, películas, encuadernaciones especiales, marcos vacíos, unos trescientos cuadros, ochocientas alfombras, colecciones de botellas, una enorme biblioteca…”– corroboran esa función de trastero de lujo que terminó cumpliendo la finca. Todo ello facilitó con el tiempo el deterioro y el expolio de la propiedad, sobre todo después del divorcio de Merry y Jimmy.
Desde finales de los 70 y, sobre todo, en los 80, el palacio, que sigue cautivando la mirada de los que transitan por la A-6 a la altura de Torrelodones, comenzó a padecer el desmantelamiento: saqueos, episodios vandálicos y al menos un incendio importante que en 1998 que destruyó cubiertas y dejó el interior a la intemperie durante años. La propia documentación del edificio y las fichas patrimoniales relatan cómo desaparecieron esculturas, bajorrelieves, azulejos y piezas que formaban parte del museo privado del conde de las Almenas; muchas piezas fueron extraídas sin autorización y otras jamás aparecieron. El deterioro se aceleró por la falta de inventario y por la indefinición de custodias efectivas tras la venta.
La propiedad negligente de Rodríguez Losada
Antes, en abril de 1988 la familia Franco, a través del marqués de Villaverde, había vendido la Casa del Viento (y una fracción de la finca) a José Antonio Oyamburu Goicoechea, por aquel entonces un empresario hostelero afincado en Reino Unido que constituyó la británica Stoyam Holdings Limited. El precio de la operación fue, en términos oficiales, de unos 300 millones de pesetas. El plan presentado por el comprador fue convertir el palacio en hotel de lujo: unas 20 habitaciones, pabellones, piscina cubierta y la restauración del conjunto, con la promesa de que la Administración había dado “bendiciones” técnicas al proyecto. Sin embargo, el proyecto nunca cristalizó: la complejidad de la normativa (régimen BIC, suelo no urbanizable, protección del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares) y la propia inviabilidad económica y administrativa impidieron la obra. Mientras tanto, la finca siguió perdiendo piezas y coherencia arquitectónica.
Con el tiempo se supo que detrás de aquella extraña sociedad se encontraba José Domingo Rodríguez Losada, un promotor de largo recorrido cuyo nombre queda asociado a operaciones controvertidas, entre ellas la del Hotel El Algarrobico, en Carboneras, Almería, cuya demolición todavía está pendiente. El empresario de 87 años figura en el listado de las mayores fortunas de España: según El Mundo, ocupa el puesto 134, con un patrimonio estimado en torno a 520 millones de euros. En los últimos años, tanto la Comunidad de Madrid como el Ayuntamiento de Torrelodones han cursado advertencias y expedientes sancionadores por el abandono de la propiedad, además de proponer permutas de suelo para facilitar intervenciones, pero sin acuerdos firmes. En 2024 se anunció un nuevo expediente sancionador por el estado de conservación y la fiscalía solicitó dos años y medio de cárcel por delitos contra el patrimonio y sustracción de enseres de interés cultural. Cien años después del mortal desvanecimiento de Maura, parece que la redención del Canto del Pico va para largo.
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1 Comentarios
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hace 3 segundos
De Maura se os ha olvidado decir que sobrevivió a los dos balazos del atentado que sufrió quince días después de que Pablo iglesias le amenazara en el parlamento con atentar contra su vida si osaba asumir la presidencia del gobierno.