Pedro Sánchez inicia su mandato rehén de muchas hipotecas, la mayor de las cuales y la más difícil, sino imposible, de pagar es la que ha asumido frente a los negociadores de Esquerra Republicana de Cataluña, un partido que, salvo en un ligero matiz que ahora se comentará, no ha variado un ápice sus posiciones reivindicativas.

De hecho, el propio portavoz de ERC en el Congreso, el señor Rufián, se ha jactado abiertamente de "haber sentado a una mesa de negociación" al Partido Socialista. "Dijimos que lo haríamos y lo hemos hecho", dijo ufano Gabriel Rufián en la intervención más esperada de esta larga jornada parlamentaria que ha abierto la sesión de investidura de Pedro Sánchez.

Su parlamento ha sido agresivo, impositivo y chulesco. Rufián ha estado comportándose como si fuera el único gallo del corral, hasta el punto de que ha lanzado la frase que se convertirá en el titular de la mayor parte de las crónicas parlamentarias de mañana en todos los diarios: "Si no hay Mesa, no hay legislatura", le ha dicho al candidato. Es decir, el portavoz del partido independentista es muy consciente de que tiene la sartén por el mango en ese momento y no ha desaprovechado la oportunidad de hacerlo patente.

Eso es lo que explica la suave, suavísima respuesta de presidente del Gobierno en funciones quien, a pesar de estar tratando con un señor cuyo jefe de filas está encarcelado por haber cometido gravísimos delitos, se ha comportado como si fuera un deudor acosado por su acreedor en plena calle y ante la vista de todo el mundo.

En un tono decididamente melifluo, le ha agradecido repetidamente el simple hecho de que el grupo independentista haya aceptado sentarse a iniciar unas negociaciones que, de momento, se han saldado con la rotunda victoria de ERC sobre el PSOE, que ha asumido plenamente y sin rechistar el discurso de los republicanos, cosa que se comprueba con la mera lectura del comunicado del acuerdo.

Rufián ha dejado meridianamente claro que los suyos siguen reclamando un referéndum de autodeterminación y una amnistía para los secesionistas condenados

Pero no sólo eso. Rufián ha dejado meridianamente claro que los suyos siguen reclamando un referéndum de autodeterminación y una amnistía para los secesionistas condenados por el Tribunal Supremo. Y que de ahí no se van a mover. De modo que el problema lo tiene Pedro Sánchez que sabe que en ningún caso puede pactar nada remotamente parecido a sus exigencias pero que necesita tener encandilados a los de Junqueras porque, de lo contrario, no dura ni cinco minutos al frente del Gobierno de España.

Pedro Sánchez intentará a partir de ahora ir dándole patadas hacia adelante al balón para alargar estas conversaciones pero es una incógnita cuánto aguantará ERC sin ver satisfechas sus reivindicaciones. Del detalle de lo realmente negociado entre PSOE y ERC seguimos sin tener noticia. Nada se ha aclarado a lo largo de las aproximadamente 12 horas que ha durado esta primera sesión del debate de investidura y me temo que nada se aclarará hoy ni tampoco el martes. Sabemos lo que ya sabíamos hace mucho tiempo: lo que los secesionistas reclaman.

No es descartable que los dirigentes de ERC hayan decidido renunciar a la vía unilateral por la independencia y, "mientras tanto" esperan alcanzar su objetivo

Y aquí entra el matiz al que me refería al comienzo de ese texto: el señor Rufián ha reiterado por lo menos cuatro veces que ellos son el partido del "mientras tanto". Y eso no se puede interpretar más que en clave de espera. Es decir, que no es descartable que los dirigentes de ERC hayan decidido renunciar a la vía unilateral por la independencia y, "mientras tanto" esperan alcanzar su objetivo, está dispuestos a negociar y a conseguir avances más modestos y más alcanzables dado que están ante un Gobierno dramáticamente necesitado de su apoyo para algo tan esencial como la aprobación de los Presupuestos.

Ya sabe Sánchez lo que le supuso la retirada de los votos de los republicanos secesionistas en el pasado mes de febrero y por lo tanto, consciente como es de que está completamente en sus manos y de que de ninguna manera puede verse obligado a convocar nuevas elecciones, hará lo imposible para no irritar o impacientar a sus interlocutores.

Y en esa obsequiosa actitud hay que señalar una deriva que el señor Sánchez mostró ayer y que resulta muy alarmante: su insistencia en contraponer la vía política a la vía judicial, como pretenden los secesionistas que, naturalmente, lo que quieren es poder saltarse las leyes y desobedecer a los tribunales con total impunidad. Pero que el presidente del Gobierno diga que la vida judicial es "peligrosa" cuando de lo que se trata en un Estado de Derecho es precisamente de que todos los miembros de una comunidad se sometan al imperio de la ley, y de que quienes la violen sean convenientemente castigados, resulta muy inquietante.

Un presidente del Gobierno en funciones que espera ser investido como tal no puede responsablemente asumir tampoco la descalificación rotunda que el independentismo ha hecho, interesadamente por supuesto, de la Junta Electoral Central. Ésa es una insensatez de Sánchez que ha contribuido de forma irresponsable e irreflexiva a desacreditar a las instituciones del Estado, tarea a la que lleva dedicado muchos años el secesionismo catalán, al que el candidato ha reforzado en su intervención. Flaco favor le hace a la democracia.

Y aquí está exactamente el quid de la cuestión: ¿hasta dónde va a llegar el hoy candidato socialista en sus cesiones a Esquerra? La enumeración de los acuerdos alcanzados en esta primera ronda de conversaciones ha disparado las alarmas de los partidos constitucionalistas porque, ya lo he dicho antes, el mero enunciado del comunicado hecho público la semana pasada evidenciaba la asunción por parte socialista del lenguaje y de los planteamientos de los secesionistas. Con un remate mortal: que lo pactado finalmente se someterá a la consulta de los catalanes.

Esta formulación se acerca demasiado a la exigencia independentista de un referéndum de autodeterminación como para no haber puesto en guardia al Partido Popular, a Ciudadanos y a Vox, que han acusado a Sánchez no sólo de haber mentido reiteradamente a sus propios votantes cuando les dijo que nunca gobernaría con el apoyo de los independentistas y que se comprometía además a introducir de nuevo en el Código Penal el delito de convocar un referéndum sin tener competencias para ello.

No sólo mentiroso. Pablo Casado y Santiago Abascal le han llamado también traidor en todas las variantes que permite el diccionario. Traidor a España, traidor a sus votantes, traidor a sus antecesores del Partido Socialista, traidor al gigantesco esfuerzo realizado por los protagonistas políticos de la Transición española. Traidor.

Se ha abierto un profundísimo abismo de tipo ideológico entre la derecha y la izquierda de nuestro país

Pos su parte, Pedro Sánchez no dejó de utilizar desde el comienzo de su intervención un tono ofensivo y abiertamente descalificatorio hacia el Partido Popular, hacia su presidente y hacia todos los que le habían precedido en el cargo. El candidato ignoró sistemáticamente las preguntas y los desafíos planteados por Casado y fundamentalmente se dedicó a recordar los "dudosos" antecedentes históricos de su formación política. Ese intercambio tuvo por ese motivo muy poca altura política.

"La derecha, la ultraderecha y la ultra-ultra derecha" fue una expresión largamente repetida por el candidato en todas sus intervenciones. No digamos ya el enganche con Santiago Abascal, a quien el señor Sánchez tuvo mucho interés en asimilar políticamente al líder del PP en un intento repetido de descalificar las posiciones de éste y de su formación. No hubo aquí ni un sólo punto de encuentro sino todo lo contrario: una confrontación sin matices y sin esperanza.

Y en estos términos transcurrió la primera parte del debate de investidura, en la que quedó muy claro que se ha abierto un profundísimo abismo de tipo ideológico entre la derecha y la izquierda de nuestro país y que por esos desfiladeros va a transitar la legislatura que ahora comienza. Será una constante confrontación, un choque continuo, un desencuentro permanente. Perdamos toda esperanza.